Crítica «Al final no voy a cenar» – Centro Cultural Maynake
MATAR EL TIEMPO
Carlos Zamarriego se está convirtiendo en un auténtico especialista en sacar lo más surrealista de las situaciones más extremas. Es un tipo de humor que va cuidando y mejorando a medida que exporta ideas de su cabeza al escenario, y sus conocimientos aprendidos de muchos maestros a los que admira están plasmados en una comedia negra perfecta como es «Al final no voy a cenar».
Gracias a la función de ayer en el Centro Cultural Maynake pude conocer a dos grandes intérpretes que se servían mutuamente de lujo para el gag cada vez más absurdo durante todo el tiempo en escena. Edgar Costas y Daniel Rimón han tenido un juego evolutivo muy interesante durante toda la obra. El secuestrador de andar por casa intensificaba el ritmo escénico a medida que ese reloj de arena iba cayendo progresivamente, y un anonadado secuestrado iba proporcionando los alicientes indicados para que hubiera constantemente ese intercambio de diálogos y acciones inesperadas, y la conclusión es que importaba poco el final de lo que iba a pasar, si no que lo más interesante era comprobar cómo podía seguir sucediéndose esta locura sin que el teléfono suene para salvar a uno de los protagonistas.
De lo mejor de esta representación, además de esas referencias constantes cinéfilas que incluso son muy sonoras, es el juego de silencios bien marcado que ayuda a que el arco de estupefacción y que esos aspectos más costumbristas, como si se tratara de una representación normal y corriente de protagonistas que buscan algo en lugar de un secuestrado que está a punto de morir por su secuestrador, sean cada vez más importantes y sui generis. Es un ejemplo estupendo de cómo generar comedia gracias a un buen texto, elementos que ayudan a lo que el humor precisa y dos actores mirándose con generosidad y dándolo todo por sus personajes.
Aquí hay un largo camino zamarriegano que recorrer y que quiero seguir riéndome de ello. Esa risa sana, buscada en lo más inteligente del ser humano cuando se te presenta en el teatro como el contrapunto más literal que te puedas imaginar. Ya quiero la siguiente locura.
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