UN TEATRO «MUY POSIBLE»

Cuando uno va a ver «Así que pasen cinco años» sabe que se enfrenta a una de las obras menos conocidas de Federico García Lorca y que representarla, para los pocos valientes que se atreven a llevar a cabo su puesta en escena, es una labor no exenta de riesgos. Fue concebida durante el periodo neoyorquino y, junto con «El Público», pertenece al denominado “teatro imposible” que cuenta, por tanto, con una gran influencia del surrealismo y de la propia experiencia vivida por el autor durante su estancia en Nueva York.

«Leyenda del tiempo», como así la subtitulaba el propio Lorca, y tiempo precisamente es lo que hubo de pasar para que se apreciara y valorara la grandeza que tiene, al menos para nosotros actualmente, esta pieza. Es cierto que a lo largo de este tiempo, «Así que pasen cinco años» no ha tenido la misma suerte escénica que «La casa de Bernarda Alba» o «Bodas de sangre», que llenan teatros allá donde se representan y hacen las delicias de todos ya que, a priori, son más conocidas para el gran público. Aún así, compañías valientes, que arriesgan en su lenguaje, como lo es Atalaya asumieron el reto de subirla a los escenarios, en una primera versión justo 50 años después del asesinato del granadino, año 1986; la cual suponía también el primer montaje de teatro de texto para el grupo y que les dio a conocer en todo el país y que nosotros hoy hemos podido disfrutar en el Teatro Cervantes dentro del Festival de Teatro de Málaga en una nueva versión en coproducción con el Centro Dramático Nacional y tras una exitosa estancia en la capital madrileña.

Los montajes de Atalaya siempre son sinónimo de calidad, un equipo artístico impecable que se deja el alma en escena, que se entrega física y vocalmente, ya que normalmente y aquí no iba a ser menos, los actores doblan e incluso triplican personajes en sus representaciones: cantan, bailan, hacen uso de técnicas circenses (la escena de «La novia» con «El Jugador de rubby» con el uso de telas es simplemente preciosa); y es que Atalaya apuesta por el teatro de vanguardia con un lenguaje muy personal que lo hace inconfundible. Expresionismo y surrealismo se dan la mano en cuanto a iluminación, interpretación y elementos escenográficos como son los espejos que también nos hacen de ventana, las escaleras infinitas que van colocándose de distinta forma a medida que avanza la obra que llama especialmente la atención y que dejan ver ese querer y no querer “subir”, querer “hacer” y querer “vivir” de «El Joven» y cómo los acontecimientos y el resto de personajes que lo rodean lo van frenando y llevando irremediablemente hacia el funesto final.

Cierto es que hay momentos que la acción parece ralentizarse y puede sacarte un poco de ese lenguaje onírico que autor y director proponen, ejemplo de ello fue que a nuestro lado teníamos un pequeño grupo de espectadores que parecían no entender que un «Niño muerto» pueda hablar con una «Gata muerta»; o que un «Maniquí» cobre vida y se salga de su propio traje para reprochar al «Joven», consecuencia de ello era que no pararan de hablar y comentar que a qué venía eso ahora, y que poco ayudaban a este dejarse llevar, que ya adelantábamos que es la tónica a la que está derivando el teatro contemporáneo. Y es que para entender, si es que hay que entenderla, esta fabulosa obra quizá es bueno saber de antemano que el único personaje real es el «Joven» y que el resto resultan ser una serie de proyecciones suyas, de imágenes superpuestas, como en el mundo de los sueños, que todo se confunde, que todo inquieta y que nos puede llevar a diferentes encarnaciones de la muerte.

Hemos asistido a una propuesta redonda, bien rodada, trabajada al milímetro y como ya hemos dicho antes con un elenco magnífico que nos ha brindado momentos inolvidables. Agradecer los momentos más “cómicos” que ofrece la Criada, interpretada porCarmen Gallardo, que servía de escape de tanta tensión entre este juego de luces y sombras, que nos llevan al irremediable final que ya se aprecia casi desde el principio cuando todo el elenco uno por uno van saliendo desde el patio de butacas como un espectador más y miran cara a cara a la muerte y se adentran sin miedo alguno al sueño, a la cabeza de este «Joven», encarnado por Raúl Sirio, que nos lleva por cantidad de imágenes con absoluta coherencia y buen gusto. Destacar sin duda la escena de el «Payaso», que realiza de manera sublime Raúl Vera, quién además hace de «Amigo 1″,» Jugador de Rugby» y uno de los «Jugadores de cartas»; por el uso de los elementos escenográficos, la coreografía exquisita, la música y las voces que te mantienen en constante tensión en la butaca y te llevan a este universo tan particular y se adentra en tu cabeza provocándote infinidad de sensaciones. El público que asistió al Teatro Cervantes ha disfrutado de un espectáculo cuanto menos deslumbrante.

 

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