QUE BURRA ES MI SUERTE

Álvaro Tato es uno de los baluartes de nuestra cultura nacional, al igual que Carlos Hipólito sigue convirtiéndose en uno de los actores que mejor se divierte en escena, convirtiéndose para mi en uno de los profesionales con mejor evolución de su trayectoria profesional.

Y no es que me ponga burra pensando en esto, pero ¿a quién se le ocurriría trazar un recorrido histórico por la trayectoria de jumentos importantes a los que prestar atención?, y ¿a quién se le ocurriría unir esa circunstancia para establecer un relato donde todas nuestra burradas estén a flor de piel?. Es de una ingenuidad a destacar, especialmente cuando si preguntas a la mayoría de la sociedad, «si fueras un animal, ¿en cual te convertirías?», muy escasamente o prácticamente nadie diría un burro, y con lo acertadísimo del montaje que se convierte en un reflejo importante para todo el mundo, pues no cabe otra que bajarse del burro y aceptar nuestras propias simplezas.

No me quiero ni imaginar lo borrico que ha tenido que ser esa documentación para adaptar esas piezas con las que brillantemente juegan nuestro Carlos Hipólito, mi descubrimiento emocional y cómico que ha sido Iballa Rodríguez, la confirmación de un ronlalero que coge peso propio como es Fran García y el acompañamiento imprescindible a la guitarra de Manuel Lavandera. Pero intuyo que esta currada versión tiene la misma pasión que lo que estos artistas han bordado en el espacio Áurea del Festival de Almagro.

En escena la simbología y el humor tienen la raíz básica para todo un desarrollo de relatos muy cómicos en los que nuestra «burrez» se va a transmitir con la sabiduría de no perder jamás un ritmo locuaz y que te hace querer saber más historias, y la certeza de que cada uno de los profesionales iba a ir a más en sus interpretaciones, gestos, canciones, tocando instrumentos en directo o manipulando los diversos elementos para ambientar y contextualizar cada momento de «Burro».

La gran locuacidad de esta obra es hacernos pensar desde la risa más sana, en qué tenemos nosotros de estos animales en las diferentes historias que se plantean. La diversión no se pierde porque se necesitan onomatopeyas de todos los actores para hacernos ver que hay burros que toman la palabra en el escenario, también los gestos como cuando nos piden imitarlos para niños pequeños en los que la exageración está presente pero es acertada para determinar los diálogos planteados en diferentes juegos de voces que también plantea el genial Carlos Hipólito, a cada cual más loca pero puramente atractiva. Pero por encima de todo esto, está la palabra. Ese texto que navega en los diferentes pasajes y que, con mucha ironía, nos pone a todos a cagar de un burro levantando conciencias necesarias, en las que reflexionar tras disfrutar de estos actores.

Carlos es el protagonista por el que no se pueden perder esta función, pero vaya artistazos son Fran e Iballa. Las canciones que ellos interpretaban, o que hacían los coros a Hipólito eran de una belleza acústica que me quedada prendada de sus voces, y del gran trabajo que hay detrás para marcar esa sensibilidad y fuerza que llega al público.

No se pueden imaginar la cantidad de burros de los que no somos conscientes, sin ver tres en un burro. Esta obra  les pone en esa tesitura divertida y pensativa para alertarnos cuando alguien siempre nos diga burradas, y cerciorarme de lo burra que es mi suerte cuando soy público de espectáculos tan sorprendentes como éste.

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