Crítica «Cartas de amor» – Teatro Cervantes
EL MUNDO ES UNA MIERDA
Reconozco ser una envidiosa empedernida. No es sana, es la que tengo y se manifiesta cuando escucho toda esa sinceridad de Andy hacia Melissa, los dos protagonistas de «Cartas de amor» que brillantemente son interpretados por, como yo les denominaba genios de la palabra, que son Julia Gutiérrez Caba y Miguel Rellán. Y tengo envidia de esas miradas a las cartas esperando esa respuesta a las súplicas que había referenciado en su misiva anterior, cómo si de verdad esos pocos pasos que los actores se encuentran en el escenario, en esa propuesta increíblemente ideal de Mónica Boromello, fueran verdad en la ficción y la pudiera contemplar delante de sus ojos.
La vida pasa en esos textos que se leen diferente, aunque la estructura no se modifique. Esa es la dificultad que más se destaca en esta aventura teatral. No hay elementos que ayuden a los actores a poder cambiar la lectura y el ritmo de la evolución de su historia, simplemente lo que se explica en esas hojas y su propia voz. Y vaya si logran superar el reto. Ambos empiezan desde su infancia, pidiendo ser novios y todas esas directrices que los niños hacemos sin pensar y que bien reflejan Miguel y Julia, cambiando los tonos y su postura corporal, después los malentendidos y las dudas de la adolescencia, las decisiones que pudimos tomar de una u otra manera hasta llegar a la madurez. Se ayudan de esas palabras pronunciadas con rabia, con dolor, con alegría o con esperanza y con un juego de iluminación que ha realizado también magistralmente, Ion Aníbal López, en el que con ligeros toques, sabemos incluso, cuando no quieren contestar por enfado y ha logrado ambientar, toda la evolución de esta historia de manera qué sepamos el estado de ánimo de los personajes, sin más explicaciones. Por cierto, las luces de fondo en el escenario, cuando se abre el telón, es de lo más hermoso que he visto en teatro en mucho tiempo.
Es obviedad lo que voy a decir pero teniendo a Julia Gutiérrez Caba y a Miguel Rellán en escena, es teatro puro que no iba a poder salir mal. De eso también le tengo envidia a David Serrano. La preparación tuvo que ser un proceso de esas pequeñas cosas importantes de la vida que no se olvidan. Interpretan desde el primer instante que pisan el escenario, le dan el tono adecuado que se precisa en cada sentimiento y viven una auténtica historia de amor que nos hace dejarnos llevar desde el folio inicial que lanzan al suelo. En esas reflexiones, una de las que más aparece es que «el mundo es una mierda» y aunque se exprese desde una inconsciencia infantil, es el fiel reflejo de lo que no hemos querido asumir en la vida por cobardía y de cómo el mundo nos espera con nuestros miedos, muy difíciles de superar y de los que muchas veces nos arrepentimos. Pero si, en ese momento, pensamos en hacer lo contrario, nos pasaría igual. Por eso, «Cartas de amor» es una buena obra, porque refleja a la perfección todas esas etapas y quieres con toda tus ganas, conocer qué es de sus vidas y si van a ser capaces de mantener su relación a través de esas cartas.
Como digo, con Julia no hace falta entrar en sus detalles como actriz porque sigue llenando de ternura y sensibilidad todo lo que hace y verdaderamente, en este tiempo en el que le apetece más descansar, es un auténtico regalo para una disfrutona teatral, verla en escena. Y ese mismo aplauso que el Teatro Cervantes le brindó a su entrada, se lo hubiera dado con la misma fuerza a Miguel Rellán. Tras haber hablado con él en nuestra entrevista, entre risas y dislates, asumir ese rol de Andy con esa verdad tan natural que le sale por toda su alma interpretativa, es teatro. Es lo que él me preguntaba. ¿Por qué estas convencida que no te vas a hartar del teatro? Y mi respuesta será, porque sigues interpretando a personajes como Andy, que me hacen rabiar de envidia porque, en el fondo, quieres que alguien te mire como Miguel Rellán lo hace y te haga despertar ilusiones constantemente. Es un ejercicio maravilloso el que realiza este actor, cuya generosidad no conoce límites y brinda lo mejor de su trabajo en ese lanzamiento y recogimiento de papeles, que deseabas que no tuvieran fin.
Ver esta obra es una auténtica declaración de amor hacia el teatro. Se reconoce y se aprovechan las cosas más simples para despertar todas las emociones que hacen falta, la palabra, hojas, un sofá y luces en el infinito. Es lo único que importa. Lo que hace que el teatro sea la mejor de las cartas que puedan recibir los espectadores. Y ésta, es de las que deben abrir enseguida.
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