ORIGINALIDAD EN UN CONTEXTO CLÁSICO

Durante nuestra estancia en el Festival de Olmedo Clásico, tuvimos la oportunidad de disfrutar la obra programada dentro del ciclo «De aperitivo un clásico». Se trataba de «Crónica de una casa real», quién tras estar buena parte de su programación en la conocida «La pensión de las pulgas» de Madrid, tuvieron su último pase en un recinto muy especial, el Centro de Artes Escénicas de San Pedro, donde el público llenó el aforo y tuvo la oportunidad de ver la obra en el mismo escenario donde los actores estaban interpretando.

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Desde «La función por hacer» donde descubrí a mi querido y admirado Miguel del Arco, no había vuelto a tener la oportunidad de encontrarme tan cerca de donde se desarrolla la acción de la obra. Escuchas las respiraciones de los actores, sus pies para que den rienda suelta a sus diálogos, mantienes tu nerviosismo al interactuar en alguna ocasión con ellos y eres partícipe de toda esa consecución de cambios de escenografía. La ocasión fue más que apropiada puesto que, sabiendo, de la dificultad del poco tiempo que la compañía Teatro Galo Real dispuso para que todo estuviera en orden, lo cierto es que me quedé realmente asombrada del alarde de originalidad y emoción en las palabras de los actores ante esta historia, o más bien, dos historias que han sabido adaptar en «Crónica de una casa real». Concretamente, «La venganza de Tamar» de Tirso de Molina y «Los cabellos de Absalón» de Calderón de Barca

Si el propósito de esta idea era unificar esos dos libros pareciendo que formaban parte de la misma historia. El objetivo está más que logrado. Es un trabajo de adaptación impresionante donde la tijera ha cortado donde tenía que hacerlo y es de agradecer que todo confluyera yendo al grano sin la necesidad de mostrar escenas superfluas que no sirvieran para entender el gran drama familiar que se nos mostraba ante nuestros ojos.

En «Crónica de una casa real» descubrimos que el mayor de los tres hijos del rey David de Israel, Amón, se enamora de su hermana Tamar hasta un punto realmente pasional que llega a la obsesión. Por ansia de poder, el menor de sus hermanos, Salomón, al descubrir esta circunstancia insta a Amón a que obtenga el amor que no se puede quitar de la cabeza aunque sea a fuerza de voluntad de Tamar. Tras producirse este hecho, el hermano mediano, Absalón, decide vengar a su hermana dando muerte a Amón y se convierte en el heredero al trono. En definitiva, un juego de pasiones y reinados en el que cada uno egoístamente lucha por sus propios intereses, incluso en su propia familia.

A mi me atrapó la historia desde el principio y recalco que es por ese gran trabajo de adaptación donde enseguida ubicamos a los personajes y que utilizando, incluso, objetos de nueva tecnología como puede ser un móvil, no queda extraño. Está tan bien utilizado el recurso que no desentona y provoca un guiño curioso al espectador que no se despista y le ayuda a entender la situación que quieren mostrar los actores.

Es de destacar el equilibrio de interpretaciones de todos los intérpretes. Empezando por una Paloma Córdoba que es de lo más frágil y hermoso que he visto en un escenario por sus expresiones, su dulzura y el manejo de su voz, no sólo cantando sino recitando cada una de sus intervenciones. Germán Torres es el rey David que ya impresiona por su apariencia física, muy contundente, pero en esos matices en su evolución desde el desconocimiento hasta que se le revela toda la verdad es un ejercicio increíble para el disfrute de cualquier espectador. Gustavo Galindo se ha encargado de la genial versión, la dirección de actores y se reserva el papel más alejado de la propia realidad de un actor, el del hermano mayor Amón. Entró, quizás el más nervioso y con una proyección de voz baja pero en cuanto interactuó con el resto de sus compañeros iba creciendo en su personaje y ver esa subida fue maravilloso. La manera de mirar a Paloma, con amor pero también con un deseo inevitable es de lo mejor que mis ojos han visto en mucho tiempo. Cualquier persona desearía que la miraran de esa forma, con otro final, claro está. Esos momentos entre Amón y Tamar fueron los que más me emocionaron y, a la vez, me estremecieron desde mi butaca y es una de las razones por las que esta obra cobra tanta fuerza. Jesús Gago, quién se convierte en mi favorito tras elegirme para ser besada en mi mano e Iván Luis conforman al resto de los hermanos en un ejercicio de generosidad constante en todas las escenas y estando muy pendientes de todos los cambios importantes para que no hubiera ningún problema en la historia. Sacan sus personajes con una soltura digna de ver y se nota el gran cuidado que han estado preparando para sacar lo mejor de su trabajo.

Una de las ventajas de haber visto «Crónica de una casa real» desde tan cerca es que algunos momentos, gracias al excelente juego de luces, se podían ver cómo si fueran cuadros vivientes que se movían al compás de lo que se precisaba. Especialmente la escena en la que el rey David se tira al suelo desolado tras conocer esa verdad incómoda y dolorosa y solo recibe la luz desde una lámpara con una visión muy tenue que resulta atractivamente hermosa y acrecienta ese sentimiento de desesperación con el que es de agradecer que ayuden este tipo de elementos.

Fue, como digo, una gran sorpresa con una temática complicada y que defendieron como un gran equipo encima de esas tablas que respiraban teatro por todos los costados. Una tremenda suerte que haya podido verla y sentirla tan de cerca. El camino para esta compañía debe seguir por ahí para la suerte de los que nos gusta emocionarnos así en cada representación.

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