DIGNIDAD TEATRAL INCENDIARIA

Es fascinante lo que el teatro es capaz de seguir con un buen texto. «Incendios» es el ejemplo perfecto de que la base se encuentra en una escritura que transmita y se estructure de una forma adecuada para que todos los elementos que se quieran enviar al espectador, tengan su significado. Lo que logra Wajdi Mouawad, autor de esta imprescindible obra teatral para almas que quieran dejar sus emociones de lo que ven en cada una de las escenas, es una idea perfecta de mostrar lo que el amor siempre puede conseguir en cada uno de los actos que forman parte de nuestra vida.

Y, ¿cómo lo hace?. Lo traslada a la historia de Nawal, una mujer que intenta sobrevivir a su propia desgracia de estar en una zona de conflicto y donde los malos designios, que en ocasiones nos prepara el destino, cogen su sitio haciéndola sufrir y teniendo que estar en constante superación de su suerte. Desde ese punto de vista y, haciendo referencia a un polígono familiar que se presenta en la trama, Mouawad dibuja un árbol genealógico que hay que ir desentrañando y descubriendo durante toda la historia. Esto que, a priori, se antoja un recurso de lo más común, es una genialidad absoluta que se complementa con buenas interpretaciones por parte de todos los actores del reparto, una escenografía brillante que, sorprende y cumple, dando el toque ambiental e información que se necesita para ir armando las piezas de este puzzle y una banda sonora que desconcierta y, a la vez, provoca una ironía muy original en todos los momentos que se utiliza.

Hay que destacar brutalmente el trabajo en la traducción de Eladio de Pablo al conseguir que la estructura se entienda en esa dramaturgia tan exquisita del autor, porque armar esas piezas que permiten el querer anticiparte a los acontecimientos, para luego recolocarlos con la información que progresivamente se nos va brindando, es uno de los mejores ejercicios teatrales que he visto en mucho tiempo. Y la dirección de Mario Gas, que ya me pareció una mente sublime en su adaptación de «Julio César» que pudimos ver hace algunos años en el Festival de Teatro de Málaga, es un trabajo complicado y muy logrado en el sentido de sacar lo más terrenal de todos los personajes que vamos conociendo en «Incendios».

Cada uno de esos roles, enseña el poder del amor y el desastre caótico continuo al que se puede llegar, cuando carecemos de él. Lo vemos principalmente en la Nawal joven, adulta y veterana que interpretan magistralmente Nuria Espert y Laia Marull. Bravo por esa mente acertada que decidió unirlas en este proyecto escénico. Yo, como espectadora, doy las gracias porque en sus palabras y en sus silencios, como argumenta constantemente la protagonista que interpretan, son de una calidad incuestionable, capaces de sacar cualquier sentimiento profundo que tengamos o que no sabíamos que podíamos experimentar. Los juegos de ella a la vez en escena, las miradas, su sensibilidad, su inteligencia, su fuerza, hablar a la vez, cómo modulan cada sílaba y, en definitiva, saber que el teatro son ellas.

Los papeles masculinos representan más la zona más neutral o el odio exacerbado. No entro en más detalles porque el verdadero valor de esta gran pieza teatral, es lo que se va descubriendo y todo lo que se genera de debate nada más salir del teatro en que se represente.  Pero sí podemos ver reflejado que son posiciones más de paso, más de miedo de demostrar lo que uno siente y que, cuando ya pueden entrar en alguna clave importante, siempre es por el ímpetu femenino de los que ellos se rodean. Álex García vuelve a mostrar una nueva faceta interpretativa que se agradece pero mis mayores sorpresas fueron con Alberto Iglesias, a quién he descubierto en esta representación y ha sido un auténtico gustazo de entrega y potencia escénica y Edu Soto, de quién no me podía esperar absolutamente nada de lo que muestra. Y la pena es que no puedo hablar más pero es un riesgo tan emocionante, que lo ha superado con mucho honor. Es realmente complicada su labor y domina un hieratismo que me dejó sin palabras.

Y me faltan Carlota Olcina y Lucía Barrado, a quienes no conocía encima de las tablas, pero saben resolver con maestría sus obligaciones en esta historia. Se convierten en actrices importantes que ocupan su sitio y le dan su toque personal pero marcado en lo que deben hacer en la historia. Creo que ha sido una gran suerte para ellas encontrarse con esta iniciativa teatral y no hay duda que también le han brindado ese amor con el que se debe hacer lo que uno se proponga. De Ramón Barea diré que tenía que unas ganas locas de volver a verle y nada más aparecer en el centro, marcando uno de sus muchos papeles y brindando su calidad artística en el texto, me sentí aliviada de volver a disfrutarle. Es un maestro que siempre brinda lo mejor de si mismo.

Durante la representación de «Incendios», nos deberían dejar una libreta donde anotar cada una de las consideraciones que te hacen pensar de estas historias. Desde que comienza con ese testamento de Mawal, donde le pide a sus gemelos que localicen a su padre y a su hermano para entregarle unos sobres, hasta que se van sucediendo los incendios (traducidos como tramas) de los diferentes intérpretes, Nawal, y los gemelos Jeanne y Simon. No te pierden en ningún instante, y no simplemente porque tengas que estar atento toda la obra, es que no hay oportunidad de querer retirarte de todo lo que va pasando. «Incendios» te atrapa como un propio incendio del que no se puede salir.

Hay proyecciones en una escenografía que se altera completamente y juega a gusto de los actores y al deleite de los espectadores. Gran trabajo de Carl Fillion y Anna Tussell. Y se muestra el pasado y el presente en diferentes zonas. A veces, hasta los diálogos chocan y cuando te das cuenta, ya han pasado inadvertidas las tres horas de espectáculo. El ritmo es trepidante y la búsqueda sobrepasa al público, que inquieto quiere ir armando todos los datos que se van brindando. Y resulta exquisitamente fácil de hacer. Y enseña que, aunque podamos sufrir todas las desgracias en nuestro recorrido, estando unidos y rodeándonos de cariño se puede superar cualquier circunstancia. Y en esa tesitura tiene que entrar el perdón, para poder llegar a vivir con el amor más absoluto. Es el remanso, sin ninguna duda, que te quedas de todo ese cúmulo de acciones desafortunadas que crees que van a agotar a la protagonista. Y no, no se rinde nunca a su propia felicidad.

«Incendios» cumple todos los valores que debe tener el teatro. Transmite, emociona y hace pensar. Como dice, la propia Nawal con esa voz rota y con fuerza de Nuria Espert, «aprende a leer», «aprende a escribir», «aprende a hablar» y «aprender a pensar». Son las armas más poderosas con las que cuenta «Incendios» y la tremenda valía que tiene esta arte escénica. Si pudiera firmaba porque sofocaran, con todo el amor que ha brindado este equipo, todos los incendios de mis incertidumbres y que sólo me pudiera nutrir de la dedicación, entrega y inteligencia que me brindaron anoche en el Teatro Cervantes. Teatro digno incendario, sin duda.

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