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Como os decía ayer con «La escuela de la vida», estos días me he podido hartar de cine francés y ésta película se me quedó pendiente la pasada semana. Me gustan las historias de creencia en quién parece que su mundo se cae a la parte más oscura, donde es muy complicado encontrar la salida. Y sobre todo, que estén contextualizadas en el ámbito musical.

En «La clase de piano», el director del Conservatorio de Música de París, Pierre Geitner, contempla en un piano colocado a disposición del público en una de las líneas de metro como Mathieu Malinski, interpreta con una pasión absoluta diversas composiciones. Sus mundos se cruzan cuando el joven tiene que realizar trabajos comunitarios, y Geitner le propone realizarlos perfeccionando ese conocimiento que le puede hacer llegar lejos en la música.

Lo que observamos en la película es el enfrentamiento de dos mundos diferentes. Los suburbios y la clase media que se puede permitir tener el futuro que escojan. Como ocurre en la gran parte de los films franceses, los personajes están especialmente marcados. Lambert Wilson es la fe absoluta, después de una fase de superación personal por una tragedia importante de su vida, y Jules Benchetrit es el desconfiado en las personas porque nunca lo ha tenido fácil en su vida, y nunca le han ayudado.

El realizador, Ludovic Bernard, logra un comienzo directo y que engancha por cómo transcurre el camino de que este genio del piano vaya perfeccionando su técnica, y aprenda a que pueda compartir sus experiencias y su manera de ser con otros alumnos de su edad de los que siempre huía por su marginalidad. Pero esa atención se va perdiendo poco a poco a medida que el metraje avanza, hasta que sí llegamos a una parte final deseada por el espectador que vuelve a captar ese ritmo del que nos habíamos enamorado al principio de la película. Son de esas veces que notas que hay información añadida que no hace falta explicar tanto, y que cualquiera que vea y vaya entiendo todo lo que sucede ya inconscientemente se hace su idea en la cabeza, sin necesidad de más explicaciones. Por cierto, la idea principal le surgió después de oír a un joven chico tocar el piano en la estación de Bercy.

La música es parte esencial de esta película, donde podemos escuchar composiciones de Chopin, Bach o Shostakovich, junto a la partitura original compuesta por Harry Allouche y está grabada principalmente en el conservatorio Courbevoie y el Seine Musical. Hay que destacar el gran papel de los dos actores con más veteranía, y que forman un binomio perfecto para contar la historia como son Lambert Wilson y Kristin Scott-Thomas, y ésta última sigue sorprendiéndome por la gran versatilidad que escoge en sus trabajos. Está brillante en la perspectiva que le da siendo perfeccionista y a la vez desbordando esa ternura más sutil en su papel de la profesora a la que llaman la «Condesa». Teniendo en cuenta que buena parte de la película se espera que va a pasar, y que a veces el metraje se hace denso y lento, la sensación musical tan placentera compensa que merezca la pena disfrutar de «La clase de piano». Un buen concierto cinematogfráfico.

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