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Hace poco os hablábamos de «Yo, Daniel Blake», la última película de Ken Loach que nos sorprendió por su realidad tratada en un caso ficticio sobre las dificultades a la hora de solicitar prestaciones por desempleo y entrar nuevamente en el ámbito laboral a determinadas edades. Muchos aspectos que nos eran reconocibles y que estaban excelentemente tratados en esa historia.

«La doctora de Brest» es otra de esas películas imprescindibles para despertar. Para saber que el cine de entretenimiento se puede complementar con este tipo de tramas que te hacen querer cambiar lo que no está bien y que sabes, perfectamente, que pueden ir a mejor. Sirve igualmente para que esas ideas no se queden desamparadas en tu corazón y tengas la esperanza de que muchos comparten tus inquietudes y quieren luchar contra las injusticias. Aunque como bien se expresa en los diálogos de la protagonista, Irène Franchon, esa esperanza no ayuda a curar vidas.

Aquí nos encontramos un caso real, el de esta neumóloga que tras descubrir que en el hospital de Brest, una bella localidad en Bretaña donde ella reside, una serie de pacientes están muriendo tras ingerir un medicamento para perder peso, decide emprender un estudio para comprobar la eficacia de dicho fármaco llamado Mediator. Sus investigaciones se topan con la burocracia, al igual que pasaba en la película de Ken Loach, pero aparte con la presión farmaceútica de ese lobby encargado de fabricar ese remedio. En ese transcurso, Irène contará con apoyos iniciales pero poco a poco, mientras se aumentan las dificultades, se va encontrando sola pero nunca quiere hundirse ante el objetivo de salvar a sus pacientes, ni aunque tenga que superar muchos obstáculos para retirar ese Mediator.

Quizás con el inconveniente de ser una historia un poco larga y sabiendo que para mejorar el interés dramático el personaje principal se nos presenta con todos esos alicientes positivos, para que la adoremos y estemos con ella desde la primera escena, «La doctora de Brest» es una gran forma de comunicar ese complicado camino que tuvo esta especialista, sacrificando su propia vida personal por lo que creía y teniendo que aguantar amenazas y desplantes durante toda su lucha.

La película de Emmanuelle Bercot, quién ya se ha caracterizado por ser una realizadora que en sus trabajos siempre muestra una contundencia en su narración y en los argumentos que expresa en sus diálogos, tiene un buen ritmo en el que vamos comprobando en la misma medida que la protagonista, encarnada por una excelente Sidse Babett Knudsen (como dato curioso en la propia historia juegan con la propia procedencia de la actriz que es danesa), los pasos que tiene que ir dando hasta lograr toda la documentación, redactar el estudio, publicarlo, presentarlo a las autoridades competentes, filtraciones, miedos y todo con una calidad en las escenas y en la banda sonora que acentúa dichos momentos, aportando la sensibilidad que precisan los mismos.

Todo el trabajo documentativo está extraído del propio libro que contemplamos en el film, «Mediator, 150 mg». Pero además, el gran valor que tiene este trabajo es descubrir la propia personalidad de Irène Franchon, cuyas decisiones y consecuencias se reflejan de una manera real y natural. Por ejemplo, el no poder estar tan pendiente de su familia para centrarse en esas comprobaciones diarias que tiene que hacer y recargando esa labor en su marido o decidir el día que siente un miedo atroz por lo que pueda sucederla a ella y a su familia, de dejarlo todo y abandonar su cometido y ser el propio marido quién dice, de esa manera tierna, cariñosa y certera que nos gustaría que siempre nos hablaran, las palabras necesarias para que ella desista de dejarlo y siga adelante. Una de las escenas más maravillosas de esta película, sin duda. Me gustó también su ingenuidad a la hora de abordar su verdad ante un ámbito que le era ajeno como es el judicial y que vayamos comprobando, a su mismo tiempo, cómo tiene que aprender al momento a decir las cosas de una determinada forma o hacer acciones que le vayan en su beneficio, pero siempre con dudas por ser un terreno que le es completamente desconocido. Y finalmente, cuando uno cree que está solo y que todo lo que va haciendo no cuenta con apoyo de nadie, siempre hay personas que tienen tiempo para escuchar y entender esas intenciones para unirse en instantes imprescindibles y ver ese futuro y constancia, mucho más claro. Eso también es algo que me gusta resañar de lo que vemos en «La doctora de Brest».

Me quedo con otra de las frases que se me quedaron marcadas, «el mundo es un lugar peligroso para vivir, no por los que hacen el mal, sino por aquellos que no hacen nada al respecto». Es la verdad como un templo que remarca esta historia y que ojalá consiga remover nuestras conciencias para atrevernos a decir lo que sentimos y librarnos de esos «Mediator» que rodean a nuestro entorno y que sabemos que deben desaparecer.

Nota: 9 Arcones

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