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Jonás Trueba nos contaba recientemente que él no hacía películas intelectuales, sino que reflejaban la vida cotidiana. Y «La reconquista» es un claro ejemplo de esta afirmación. Más que nada, en sus diálogos. Conozco pocos guionistas que sepan reflejar en esas frases entre personajes, nuestros titubeos, silencios, dudas, cortar ideas y todo lo que envuelve una conversación que deriva en algo diferente a lo que se empezó, que enreda una locura extraordinaria o que muestra la realidad emocional más palpable que siempre cuesta sacar.

Conocemos un encuentro entre Manuela y Olmo, donde ésta le muestra una carta de amor que le entregó cuando eran novios adolescentes. A través de ese hecho y de un soberbio montaje, vamos uniendo las piezas de un puzzle fácil e montar que, cuando encaja, se convierte en un éxito sensorial de los que te encanta sentir en el cine. Cenan y de ahí la noche prosigue con casualidades y riesgos que todos nosotros hemos podido pasar en una situación similar, posteriormente nos muestra esa verdad que invade nuestro alrededor, para finalizar en el origen de cómo comenzó esa historia.

Lo mejor de «La reconquista» es que te plantea dudas que tú puedes orquestar en tu imaginación o en tus propios intereses que reconoces. No es que sea como ese teatro contemporáneo, donde tu tienes que crear los objetos y analizar lo que te están provocando, no es ese pretexto modernista. Se crean diferentes atmósferas, que ya siendo conocedores del cine de Jonás Trueba, van siendo reconocibles en su manera de entender el cine, en las que se muestran hechos concretos y tú puedes dilucidar lo que debía haber hecho, o cómo debía haber sucedido todo.

Y ya desde el principio, entras directamente en la trama con la frase inicial, «Pongo mi corazón en el futuro. Y espero nada más» de Juan Antonio González Iglesias y su poema «Confiado». Y en ese transcurso de conversaciones donde se habla del oficio de traductor, diferentes tipos de estilos de vida o se expresa la verdadera teoría sobre los tímidos, «hablan todo el rato porque le tienen miedo al silencio», se disfruta de cada mirada de los protagonistas y como va evolucionando, sabiendo perfectamente lo que pasa por su cabeza y lo que le gustaría que pasara. El ritmo es continuo pero con calma, sabiendo degustar cada paisaje y escenario y valorando los diferentes puntos de vista que te brindan de cada situación.

La labor de cada uno de los actores es magnífica. Francesco Carril, Itsaso Arana, Aura Garrido, Candela Recio y Pablo Hoyos hacen un ejercicio de interpretación a gusto de cualquier público y, con una facilidad pasmosa, de vernos totalmente identificados en algún aspecto de su discurso, gesto o acción que lleven a cabo. En Francesco (Olmo) vemos esa sensación de sentirse perdido, de no saber qué le pasa por la cabeza y como tiene que actuar y, a la vez, de lo que le gustaría poder dejarse llevar por lo que siente. Es un actor que, cada vez que le veo en pantalla, capta aún más mi atención y quiero descubrir más facetas de lo que puede llegar a plasmar en una historia. Sé que ya no es descubrimiento porque lleva mucho trabajo a sus espaldas, pero es la sensación de una revolución en la que intuyo que no va a detenerse. La actriz que sí recientemente he conocido es Itsaso Arana, con la que te mueres de envidia por esa personalidad que le ha desbordado a Manuela, su look y su voz, es nuestra protagonista de comedia romántica pero con mucha verdad en lo que hace. Gran trabajo el suyo. De Aura Garrido, no esperaba menos, literalmente se come la pantalla cuando aparece pero, además, no ha escogido el personaje agradable y en esa tensión de querer saber qué ha sucedido con su pareja y ese reencuentro, pude comprobar tantos matices en su personaje que da auténtica felicidad verla. Y ese momento en el que explica cómo podemos idealizar a un amor, me lo quedo para mi recuerdo emocional y de mis favoritos que he experimentado desde el patio de butacas. Y los niños, Candela y Pablo, son realmente adorables y hacen el trabajo que se les pide con una honestidad y esa naturalidad de su edad que echamos tanto de menos y se refleja de lujo en sus escenas.

Como decía, brillante el trabajo de Jonás en la utilización de planos para sus escenas, en el montaje tan acertado y en esa labor de utilizar diferentes recursos para vibrar aún más nuestros sentimientos, con esa lectura de cartas donde los niños al mismo tiempo, leen lo que están escribiendo o, de repente, suenan con voz en off. Me parece que es un juego que desempeña para que, esa experiencia que se lleva el espectador, sea lo más bella posible. Y lo ha logrado con creces.

Y encima vuelve a regalarnos música extraordinaria, en esta ocasión de Rafael Berrio. No se pierdan esta maravilla de película. Les reconquistarán.

Nota: 10 Arcones

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