SURTIDO VARIADO DE VECINOS

Relatar las situaciones cotidianas en el teatro puede ser un arma de doble filo. Por un lado, ese grado de identificación con el público, que sirve como herramienta de conexión, para que el espectador no pierda el hilo en ningún momento y, posteriormente, intentar llegar a una conclusión que lógicamente otorgue el factor sorpresa después de todo el recorrido de la historia.

Cesc Gay, el director de «Los vecinos de arriba» que ayer pudimos ver en el Festival de Teatro de Málaga, se estrena en su calidad de realizador teatral para retratar esa realidad que nos rodea, al igual que maravillosamente cumplimenta en sus películas como «En la ciudad», «Una pistola en cada mano» o «Truman», con las que siempre se lleva una calurosa acogida por parte de público y crítica. Pero estamos en el teatro y aquí jugamos en otro terreno y en otras reglas.

La obra versa sobre la cotidianeidad de invitar a tus vecinos a tomar un piscolabis en casa para poder conocerse y establecer las mínimas relaciones de convivencia en una comunidad cualquiera. Ese factor sorpresa que se busca en este tipo de funciones, se fundamenta en que los invitados tienen una serie de preferencias íntimas que hacen visibles aprovechando la ocasión de dicha reunión.

Al principio, la verdad es que entré un poco en miedo porque hasta que los cuatro actores, Eva Hache, Xavi Mira, María Lanau y Andrew Tarbet no entran en escena, la pareja formada por Ana (Eva Hache) y Julio (Xavi Mira) no aportaban nada medianamente interesante para preguntarse qué es lo que les ocurre. Hay mucha falta de complicidad y un exceso, en ocasiones, de gestualidad por parte de ella que impide que lo que transmite más en el terreno emocional, sea creíble y no se caiga en su faceta más humorística. Pero cuando la visita está en el escenario con Brian (Andrew Tarbet) y Gloria (María Lanau), es lo mejor de la obra, sin ninguna duda y lo que más me gustó. Diálogos donde, además, pude disfrutar de la perspicacia de Xavi Mira en esa ironía, en la que todos caen en el odio pero yo caigo más en la compasión y en que quiero que de más. Una elegancia por parte de María Lanau que hacía extensivo a ese saber estar a la hora de poner en calma los acontecimientos, y reconducir hacia donde la obra se quiere dirigir. Y una vis cómica natural por parte de Andrew Tarbet que, siendo el personaje más agradecido, sabe interpretar de esa manera increíble en el que se da esa réplica acertada, que provocó tanto los momentos más hilarantes como las mayores carcajadas del público.

Pero, ¿qué poso queda después de ver esta obra?. ¿Los prejuicios? ¿La falsedad de nuestras relaciones en convivencia con los demás? ¿Los problemas de convivir en pareja?. Se echan muchos reproches con dolor para, posteriormente, que esa personalidad cambie, pero sin un recorrido que lo justifique. El final queda demasiado al juicio del espectador que debe dilucidar como se resuelve la situación presentada y, además, no le queda claro qué se ha querido contar. Se ha reído muchísimo y con una genialidad tremenda pero no tiene una conclusión sobre lo que ha visto en escena. Creo que ese es el problema con esta función, que seguramente se puede seguir trabajando en una línea de no sólo representar la vida diaria, sino además darle un orden y un esquema teatral con sentido para que pueda funcionar a la perfección.

Sí que había escenas, que pensé: «mira, esto podría formar parte de una de las historias de la película Una pistola en cada mano«. Lo hubiera disfrutado mucho más que en el teatro. Una pena.

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