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El ejercicio del cine debe ser, en ocasiones, un trabajo de inspiración divina en el que juegas sin cansancio durante largo tiempo para lograr completar una historia que llegue a los espectadores. El perdón no se obtiene cuando se recurre a lo fácil y ni siquiera se recurre a la propia fórmula del entretenimiento, convirtiéndose esos realizadores en pecadores de lo que la propia industria fílmica necesita aportar.

El guión de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña, que ya recibió su merecido reconocimiento en el pasado Festival de Cine de San Sebastián, debería recibir la exaltación de los dioses que conozcamos cada uno de nosotros. Milimetra la dosis de información que el público va a recibir de la investigación de estos dos policías, conocemos diferentes aspectos psicológicos que encuentran mucho sentido real en este terreno de la ficción, soberbiamente interpretados por Antonio de la Torre y Roberto Álamo, y cumple con la labor de dejarte impertérrito para estar totalmente concentrado ante todo lo que sucede en la gran pantalla.

Si a la hora de analizar «Que Dios nos perdone», pensamos si cumple con todos los requisitos con los que tiene que contar una buena película, todos los apartados están más que cubiertos. El guión, como ya hemos destacado, donde conocemos a los policías Alfaro y Velarde, que con sus propias trabas psicológicas (dignas de ser revisadas en más de una visualización de esta película) investigan los asesinatos que se están produciendo de diferentes ancianas. Tiene ese humor chirriante en el que te ríes y, al mismo tiempo, te arrepientes de ello pero que es tan sumamente impresionante y agradable que se produzca, para luego interiorizar qué sentimientos se han producido en tí, en ese instante. Las interpretaciones tan bien cuidadas, no sólo de los protagónicos, sino también de la alta participación de actores secundarios que son absolutamente brillantes, Luis Zahera, Raúl Prieto, Josean Bengoetxea, Andrés Gertrudix, Jose Luis García-Pérez y alguna que otra sorpresa que me dejo por desvelar pero que será placentera, para los que han seguido y decidiremos seguir la carrera de Sorogoyen. Una planificación estudiada con detalle para irrumpir con planos más arriesgados y meter toda la intensidad que las escenas más de acción requerían. Y sobre todos estos detalles, la necesidad de que quién decida aventurarse en esta historia tenga la auténtica vivencia de experimentar una buena historia cinematográfica que debe comentar con quienes comparta verla.

Roberto Álamo ya se ha asentado con un rol perfecto de policía. Si cualquier autor, quiere pensar en un personaje que vaya por esos derroteros, en la lista de posibles actores debe colocarle en primera posición. Si encima le observas en teatro, como fue mi caso en «Lluvia constante», ya sabes de la posibilidad de todos los matices que va a aportar en su actuación. Tiene una facilidad pasmosa para interiorizar esos conflictos tan complicados que asumen sus personajes y que te los creas enseguida. Te atrapa con esa fuerza escénica, y no sólo por su forma física, sino que traspasa de forma clara todas las emociones irónicas y rabiosas como es, en este caso, su Alfaro y es un auténtico deleite para admirar lo que se debe hacer en este mundo artístico. Atrás no se queda Antonio de la Torre, cuya complejidad radica en que su personaje tan encerrado en sus propias debilidades, a la hora de hablar y de comunicarse, no quedara estereotipado. Velarde tiene un mundo interior que muestra con sus ojos y no con sus atrancadas palabras. Reconozco un miedo atroz como el que sentí con «Caníbal» cuando tiene esos silencios inquietantes que el actor malagueño realiza con gran maestría. Y le ví también esa postura corporal y gestual de un verdadero policía como el que interpretaba en «Grupo 7», pero aquí en la película de Sorogoyen da ochenta mil pasos más, en un resultado extraordinario de un personaje complicado de definir y que lleva un peso fuerte en la dramaturgia que plasma a la perfección para ese seguimiento importante que arrastra con los espectadores.

Y si ya nos metemos en la propia psicología de la película, hay estudios para dar y regalar hasta que queramos parar. Personas que no consiguen parar sus instintos más violentos por causas familiares que los originaron, una necesidad de venganza sometida a tener que cumplir las leyes, el no saber gestionar la soledad, las envidias y, al final de todo, lo que siempre provoca nuestras peores pesadillas, la falta de amor y de saber expresar lo que verdaderamente sentimos por dentro. Ahí radica una grandeza bárbara en toda la cantidad de perfecciones que quiere hacer llegar «Que Dios nos perdone».

Desde el año 2013 que descubrimos «Stockholm», Sorogoyen ha realizado un proceso más que adecuado para el resultado final de una obra brillante con «Que Dios nos perdone». Tiempo que ha podido preparar este guión tan completo, mirar un reparto de ensueño y empezar a asentar una carrera en la que auguro más historias que se salgan de lo establecido y estén muy bien contadas. ¿Candidaturas a los Goya? Ojalá esté en todas y arrase.

«Que Dios nos perdone» contiene los elementos básicos y fundamentales que cualquier thriller debería tener. Esa tensión, ambientada en esa visita del Papa en las Jornadas Mundiales de la Juventud del verano de 2011 en Madrid y que encierra mucha crítica oculta, que quiere hacerte llegar enseguida a descubrir quién es el asesino desde el primer momento, pero sabiendo dosificar esa información e, incluso cambiar la perspectiva para que esa locura en el montaje, sea completamente más apasionante y no digamos, algunos planos que con la música de Olivier Arson hacían que no supiera ya cómo colocarme en la butaca. Y hay muchas más sorpresas, os lo aseguro.

El dios en el que ustedes crean, o en el que no, no se lo va a perdonar en el cielo o en el infierno si se pierden esta película.

Nota: 9 Arcones

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