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¿Cómo se puede hablar de cómo ha resultado los momentos posteriores a la Primavera Árabe de una manera cómica, pero además destacando el progreso y los cambios culturales que ha vivido Túnez?. Pues de una forma tan diferente como la que propone la guionista y directora, Manele Labidi, en la piel de su protagonista, una psicoanalista que termina su etapa en Francia y decide volver a casa para emprender su sueño de ejercer su profesión y ayudar a una población que cree que la necesita, y que simbólicamente desprende que es una sociedad que debe ser ahora escuchada.

La verdad que ir a ver una película como «Un diván en Túnez» es completamente desconcertante. Es de esas veces que logras reírte, y cuando analizas verdaderamente porqué lo estás haciendo, te hace reflexionar y sentirte un poco mal a la vez. Pero es que no se puede evitar debido a la estuctura de guión que se propone en la película, porque los casos de cada uno de los pacientes de Selma, la médico a la que pone vida la actriz Golshifteh Farahani, es a cada cual más variopinto pero cada uno expresa consecuencias de ese régimen que se ha vivido en el país, una cultura y tradiciones que es difícil que evolucionen a pesar de estar formando ya un estado democrático y finalmente, que a pesar de los avances lo más fácil es que queramos mantenernos en lo que conocemos, y además que el sistema sigue sin ayudar con la rapidez y eficiencia necesaria a lo que demanda la comunidad que forma parte de las calles de esta ciudad.

Lo que se denota en la película son las ganas de hablar que tiene tanta gente callada con sus problemas personales. Igual lo que más puede chocar es que no sé cuenta una historia que particularmente podamos atribuir a una persona que quiere algo, si no que el humor y las situaciones rocambolescas que se derivan son las que nos hacen reflexionar y entender el sentido del film.

Entretiene y te deja con la sensación de desconocimiento de una manera de pensar que asociamos a una ideología más alejada de la nuestra, pero alienta el hecho de que haya sensibilidades que quieran transformar lo convencional y hacer pensar para que otras muchas se unan a sus propios intereses. Y la verdad es que un gustazo que ese humor suave, delicado y muy especial en muchas ocasiones, sea lo que más rezume en esta trama, porque se agradece vivir esas risas esporádicas e ir entendiendo que esa amalgama de problemas diferentes tienen mucho peso en esa educación y vivencias de un país como Tunez, que ha pasado vicisitudes en las que ahora hay que considerar que todo debe ir en un cambio con mayor libertad.

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