VIVAN LOS RUIDOS CON LOS QUE CRECISTE

Escenario Starlite Marbella. Fotografía de Gema Lamela.
Escenario Starlite Marbella. Fotografía de Gema Lamela.

No soy capaz de contar cuantas veces he sido testigo del «bálsamo de la felicidad» que es Ara Malikian. Y lo que aún me parece más increíble es cómo después de tantas ocasiones, sigue siendo sorprendente para mí. Creo que es el único artista al que no le he escuchado quejarse nunca, cuando podría ser la opción más fácil, y por lo que siempre opta es por esa capacidad sensible y sensorial que él tiene, y que es capaz de recorrerte todo el cuerpo para emocionar en bonito y hacerte pensar en esos aspectos que pasan desapercibido en nuestra realidad cotidiana. Soy consciente del talento musical de Ara Malikian, y cómo esos conocimientos siempre los promulga para que la música sea compartida y disfrutada por todos, especialmente los que sean receptores de esos mensajes llenos de humor y de amor, pero en esta ocasión he descubierto aún más su ternura y su necesidad de buscar de la manera más directa y atractiva posible, que la gente reaccione y sienta desde el patio de butacas. Lo logró una vez más.

Tengo que decir que en este concierto se cumplieron todas las medidas de seguridad en Starlite Marbella en cuanto a los asientos asignados con sus distancias de seguridad, y todo el público llevó su mascarilla en todo momento. Hasta el propio Ara Malikian, que los que somos conocedores y repetidores de sus espectáculos, siempre sabemos que aparece entre el público para empezar ya a dejarnos llevar y soñar con lo que está interpretando. La excepción en esta ocasión es que él también lleva una mascarilla, lo que no quitó para que esa capacidad innata y transmisora la captara todo el público, para empezar a prepararse de un show de emociones sin fin.

Los sonidos del piano de Iván «Melón» Lewis empiezan a aparecer en el espacio. Me encanta el «Ay güey» que luce en la camiseta, es una expresión que bien puede aplicarse a ambos porque tienen una sincronía, una manera de entender la música y entenderse mutuamente que hace que todo el concierto sea una constante sorpresa de sonidos que son silencios, y vuelven a cobrar dinamismo, como también logra formar siempre una base rítmica en la que Ara Malikian da luego rienda suelta a su violín y a su interpretación, y es un baile perfecto donde no se pisan y se complementan. Los que somos veteranos del artista sabemos que habitualmente cuenta con muchos más profesionales con los que Ara puede jugar con las notas como quiere y de manera perfecta, en esta ocasión readapta esas circunstancias y logra que no se eche de menos a nadie, bueno miento, en cuanto escuché los primeros acordes de su violín caminando entre los pasillos del público de Starlite, sí que pensé por dentro «cuánto te echaba de menos y te necesitaba».

Ara Malikian al principio del concierto. Fotografía de Gema Lamela
Ara Malikian al principio del concierto. Fotografía de Gema Lamela

Y cómo sus aficionados queríamos, todo el alarde de movimientos y gestos que son habituales de su actuación con su violín hicieron gala en Marbella. El movimiento en diagonal, sinónimo de fuerza, los saltitos hacia atrás acabando con piernas abiertas para marcar una energía muy especial del momento, especialmente en esos cambios de sonido y de ritmo que le gusta hacer en muchas de las composiciones, y la cara donde mantiene la boca abierta en las canciones más dinámica y más hiératica y con ojos cerrados en las canciones más románticas mantiéndose en estático, pero transmitiendo con esa luz única que él tiene. Además hubo un factor con el que Ara Malikian no contaba y que le vino ideal, y es que si observabas cada una de las canciones del repertorio, en determinados momentos el viento ayudaba a la atmósfera propia que precisaba cada canción, y todo el resultado final con un excelente juego de luces en el escenario, hacía que los sentimientos no tuvieran otra escapatoria que salir de nosotros mismos y sentir por dentro cosas increíbles y maravillosas. Eran cuadros musicales que no quieres descolgar de la pared.

El repertorio constó de un homenaje a ese barrio donde creció en el Líbano, atendiendo a esa sensibilidad que siempre le acompaña y acordándose de los ruidos con los que creció, crea una obra hermosa donde todo parece que está descontrolado pero le acompaña una armonía ejemplar que resulta completamente brillante y vibrante. Luego cambió a una pieza más clásica donde podíamos sentir que era una canción para una cita perfecta de dos enamorados, y se trataba de la pieza «Órfeo y Eurídice» de Christoph Willibald Gluck. Los que conocemos sus anécdotas, sabemos también de esa faceta de showman que lleva adentro y aunque alguna historia ya me era familiar, lo cierto es que las hace tan auténticas del momento que no te importa volver a escucharlas, especialmente comprobando que tienen el mismo efecto en el público que la primera vez que las oíste. Ese alarde de imaginación e inteligencia humorística le hace contar la historia perfecta para cada tema, y así lo hace para presentar unos de sus temas más conocidos. «Pisando flores».

Yo tuve esa parte del concierto donde desconecto del mundo, mis emociones se transforman en lágrimas bonitas y entiendo que los ruidos que emanan tanto de él como de Iván «Melón» Lewis son tan importantes en ese momento para mí, cuando interpreta la canción dedicada a su madre, «Lucine». Es amor puro musical. Los pelos se me pusieron como escarpias de saber que alguien es capaz de transmitir esos sentimientos a través del violín, piano y su buen hacer. Y ya no hacía falta nada más. Me impresiona cada vez que Ara Malikian se arrodilla delante del piano o del público. Era fotografía tras fotografía, con ese viento ya destacado y ese final cerrando los ojos. Fue mi momentazo, sin duda.

Ara Malikian e Iván "Melón" Lewis. Fotografía de Gema Lamela.
Ara Malikian e Iván «Melón» Lewis. Fotografía de Gema Lamela.

«Las milongas de Alfredo» suenan tras la correspondiente anécdota. Y aquí hacen esas cadencias con las que la gente considera que ya puede aplaudir para luego sorprender de nuevo con sonidos de violín y piano, en una fiesta fantástica, igualmente cuando tienen ocasión de ir cada uno solos hasta la aparición de las melodías juntas. Escuchamos, posteriormente, una pieza de Dvorak, que sonaba como una banda sonora de una de tus películas favoritas que no quieres que se acaben las escenas. Paganini, siendo uno de los compositores favoritos del protagonista de la noche, no iba a quedarse sin hacer acto de presencia y más con la puesta en escena de cómo enseña a la gente lo que ocurrió con su obra, «La campanella». Hasta el propio «Melón» tiene que pluriemplearse tocando la campanita para que este tema salga redondo, como así pasó. Y de este momento nos traslada a Tchaikovsky, con su correspondiente historia en la que me cercioro que me encantaría que me pudiera narrar la historia de mi vida, inventada o no, me resultaría más interesante que si yo la intentara mostrar de cualquier manera.

Mi sorpresa vino con este tema. «Bachelorette» de Bjork. Primero porque era la primera vez que le veía empezar a tocar y subir, de repente, el violín arriba como si de una victoria se tratase, y luego por la magia que se desplegó en la evolución de esta canción, que se convirtió en otro de los instantes para el recuerdo de este concierto de Starlite. Os dejamos el vídeo para que os deis cuenta de hasta qué punto puede llegar al alma de cualquiera que esté presente ante su música y su interpretación:

La última canción antes de las «propinas», ya sabéis que Ara Malikian no hace nunca el momento «bises» y anuncia que va a cantar todo de seguido, es «Introducción y rondó caprichoso» de Camille Saint-Saëns donde presenciamos una «batalla» brutal de piano y violín. Las propinas corresponden a temas que ha compuesto durante el confinamiento, con lo cual nueva sorpresa para su público más recurrente, y en primer lugar vemos a Ara Malikian en solitario con «Tanguito para mis amígdalas», cumpliendo así su sueño de hacer un tango, y vaya sí lo hizo, y el colofón final no podía ser más especial junto a Iván «Melón» Lewis con una canción dedicada a las personas mayores que han sufrido en este tiempo de confinamiento. La llama «Nana arrugada» y en ella les evoca cómo lo que han sido, el sector más vulnerable de estos horribles meses, y esa soledad con susto y miedo que ha poblado gran parte de sus días. Y todo, de verdad, que se puede reflejar y sentir en una canción, y Ara lo logra con creces.

Este bálsamo de la felicidad ha aumentado sus propiedades hacia despertar esa parte sensible que no debemos esconder nunca. Lo hace con su música y con sus actos, y por ello es tan necesaria su figura y el valor de lo que compone e interpreta. Nos desea salud y que nos cuidemos. Y yo también se lo pido encarecidamente porque una noche acompañada de las estrellas, como él pedía en este espectáculo, en un concierto que no duró lo que él nos prometió de 18 horas y 33 minutos pero lo que le dejaron tocar, me es suficiente porque Ara Malikian se ha convertido en los ruidos con los que he crecido y he aprendido a ser mejor persona valorando todo el espectro cultural que él emana en todo su ser. Es mi bálsamo de la felicidad sensible.

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