UN JAVIER RUIBAL INTERESTELAR

La fotografía de portada es de Pepe Ainsua

El pasado mes de julio Javier Ruibal se convirtió en la medicina que refleja en muchas de las canciones de su último trabajo y fue de los primeros conciertos que después de tantos meses de confinamiento ansiaba ver. Transcurridos estos meses hasta diciembre, ha vuelto a ser la terapia a la que recurrir en estos tiempos inciertos, con dos añadidos. En ese pasado concierto en el Museo de la Aduana, me faltaba la percusión y la energía de su hijo, Javi Ruibal y aquí en el Teatro Cervantes he sido más consciente de ello, y en segundo lugar nunca había tenido la suerte y el regalo de ver bailar a su hija, Lucía Ruibal, dejándose llevar por las canciones de su padre. Lujazo me quedo corta, igual lo que hago es parafrasear una de mis canciones favoritas, «juro por el cielo que en la galaxia nunca vi pájaro igual».

Aquí, en el Teatro Cervantes, nos amparó una lluvia de estrellas, constelaciones, planetas y demás presididos por una luna brillante. Una escenografía que creaba la atmósfera a la perfección para que Javier Ruibal cumpliera sus protocolos debidos, y empezará a regalarnos su voz en acústico con «Baile de máscaras» y posteriormente, «Musa» que ya simboliza como muchas de las canciones de este álbum, ese humor adictivo que me encanta descubrir en sus estrofas. Jorge Drexler y señora deben estar felices de sus estribillos.

Como os adelantaba, cuando entra en escena el chiquillo que se ha convertido en maestro, Javi Ruibal, se palpa que hace falta en los conciertos del progenitor. Esas miradas, esa conexión y esa profesionalidad engrandecen las canciones de mi divo favorito y se expresa desde que coge sus baquetas y da rienda suelta a su talento en la percusión con «Amor en la red».

Preparen los cinturones para el viaje estelar. Lucía es la luz. No solamente la que le hace brillar con sus focos, si no la que ella misma emana. Bebe de la fuerza de unión familiar y hace de la música y su baile un nivel superior que va más allá de las galaxias que tienen representadas en su escenografía. Admito que no conozco nada de baile, no soy profesional en ello, soy un corazón sensible que se deja llevar por lo que le ofrecen, y agradezco al maestro y a sus hijos que lo hayan dado todo en sus respectivos espacios. Que hayan sido libres y que me hayan hecho libre a mi. Que me hayan sanado de todas las porquerías que nublan los días, y que verdaderamente hagan de la cultura un valor de desconexión del mundanal ruido que me ha hecho emocionarme de maneras que ni sabía que mi piel podía sentir. La canción con la que nos comienzan a llevar los tres en esta aventura es «Física cuántica. Ojalá las ciencias me las hubieran enseñado con su arte, no hubiera tenido problema en aprobar, sin duda.

De aquí la reivindicación que interpretan padre e hijo con un ritmo frenético y adictivo que es «Yo soy africano». Esas denuncias que aún siguen teniendo vigencia pasen los siglos que transcurran. Javier Ruibal empieza también a encender al público a que participe a cantar para que se entere Cádiz. Después se sucede una metáfora maravillosa sobre la locura, en la que aún no está claro quién es el cuerdo y quién es el loco en «Sala de ausentes».

Javi sale para que Javier Ruibal se salga de las composiciones a examen del último disco, y nos regale la canción que le dedica a su hija, «Baila Lucía». La pequeña se hace grande en el escenario con esos movimientos con el mantón, que va dibujando cuadros para el recuerdo al son de la garganta de su padre. El abrazo entre los dos nos hace llorar a todos, y es que refleja lo que más echamos de menos en esta época tan complicada. «Que mal rato más bueno», expresa el protagonista de la noche bajo su luna, y tiene toda la razón del mundo, llorar bonito que yo le llamo. Vuelve el corazón timbalero para cantar a lo alto ese «yo soy calidad», que suena exquisitamente mejor que cuando la escuché por primera vez en julio. La ironía Ruibalera debería ser obligatoria para todos los exámenes de la vida.

Ese marco incomparable del Teatro Cervantes vuelve a lucir con la familia Ruibal en «Sólo la dosis hace el veneno» que resulta una bulería increíble donde podemos volver a sentir el arte de Lucía con sus tacones y la magia de Javi con su percusión. Posteriormente se hace nuevamente un alarde de su poética emocional que explica a la perfección lo que significan los sueños, en el estribillo marca «Convives con ellos y mueres, cortan las alas y hacen que vueles».

El paseo planetario discurre en esta parte del concierto por el repertorio garantizado. Le hacen feliz a una servidora con «Un ave del paraíso» donde intento nuevamente que la máscara no tape mi volumen de voz para acompañar a mi maestro y seguir dándole las gracias por una canción imprescindible de mi felicidad musical. Después canta ese fantástico alegato contra las purezas que es «La geisha gitana».

Regresa al repertorio de su último trabajo para interpretar «Astronomía» donde reza «caerán las leyes de la astronomía, si tu trayectoria cruza con la mía, bailaremos como dos cuerpos celestes, no habrá fuerza alguna que los contrarreste». Agradeciendo a los técnicos de sonido, Javier Rondán y Adolfo Morales y con un desgarre de voz totalmente apasionante, Lucía vuelve a reinar el escenario en un tema donde se exclama con fuerza y pasión, «tierra».

Vuelve a agradecer a Málaga ser la sede de ese momento tan especial en la trayectoria de Javier Ruibal como fue recibir el Goya a la mejor canción por «Intemperie», y así nos la regala como recompensa a su público boquerón. Nos extiende, seguidamente, la mejor receta que es «Amor en vena» donde incluye a artistas y talentos tan necesarios como sus letras de coraza de barro.

Como público nos ponemos en pie para reclamar las propinas. Y recurre a dos debilidades que sirven de colofón perfecto para la tarde interestelar de concierto. Una es «Para llevarte a vivir» en acústico y junto a sus hijos esa deliciosa y divertida, «Cine Macario».

Lo más importante de todo esto es que, al igual que queda más espacio por explorar porque si no el universo estaría desperdiciado, nos ocurre lo mismo con el buen hacer del maestro Javier Ruibal. Le queda por conquistar todas las fronteras que su sensibilidad quiera investigar por todo lo que nos preocupa y es imprescindible en la vida, y nuestra suerte es que nos lo seguirá cantando por mucho tiempo. Larga vida al genio de pellizcarme el alma musical que es Javier Ruibal.

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