ELEGANCIA DE LA POQUITA COSA QUE HACE QUE LA VIDA VALGA LA PENA

Cuando tengo ocasión de sentir conciertos de artistas cuya trayectoria ya se puede contar en la historia de la música, me gusta empaparme en un primer momento de sus características y la motivación por lo que en cada concierto deciden y eligen subirse en el escenario. En el caso de Pasión Vega, la exclusiva protagonista es su voz. Es un talento que debe ser considerado patrimonio de todos, y su estudio constante y cuidado provoca que la artista pueda llegar a los estilos y melodías que le de la gana. Es más que una garganta de arena, la puede moldear a su antojo sin pestañear y con la humildad confesora de encontrarse de los nervios ante un público impaciente que se anhelaba por escucharla, muchos familiares incluidos.

La entrada es con un vestido blanco que esconde una cola con un estampado precioso de hojas y plantas. Es pureza que enmarca el talante de su prestancia ante el escenario, junto con una manera bellísima de recorrer su cuerpo con las manos, símbolo de esa práctica de danza, y lo que más me apasiona de su manera de transmitir su música que es la sonrisa constante. No se le retira ni un segundo, ni aún en las letras más duras. Es su forma de entender que ante las malas circunstancias de la vida, siempre se le puede enseñar los dientes para tirar hacia adelante. Y cómo se agradece.

Empezamos con una petenera huasteca. Hay un tono muy regular durante todo el concierto en el que los comienzos de piano, y los cambios de ritmo con las cuerdas y la percusión le van a dar muchas sorpresas a todos los temas con los que Pasión Vega nos ha querido deleitar en su repertorio. En «Volver a volar» no será la mentira que inunda el transcurrir de los años, si no precisamente un fulgor que se hace más excelente cuando se le escapa ese increíble deje andaluz dentro de su vibrato exquisito.

«Por tu amor» es una rumba jarocha en la que también denotamos esa cualidad en la artista en la que de esos tonos dulces, sale una voz rota y ronca que acaba de manera sutil de nuevo. Es esa rabia con la que me fascina que me comuniquen las letras de las canciones, pero que no se pierde en algo descontrolado si no en un nivel de calidad musical inigualable. Me encanta también cuando se pierde y se deja llevar en sus propias notas, pareciendo una improvisación que está totalmente controlada pero que uno no puede llegar ni a imaginar cómo lo logra hacer.

Paseamos por una de las conocidas y esperadas para hablar de dos de sus máximos referentes, María Dolores Pradera y Carlos Cano, turno entonces de «María la Portuguesa». Aquí percibo otro aspecto que me fascina de la intérprete que es como en ocasiones tiene el micro alejadísimo de su voz, y la garganta y su profundidad es tan inmensa que se le escucha cada nota y final perfectamente. Quiero hacer mención a las acertadísimas inclusiones de violín que hacían de las expresiones cantadas mucho más hermosas logrando que las canciones viajen en cada poro de la piel de Pasión Vega.

En este formato acústico en el que ha querido cambiar e incorporar cosas lee textos que son de profunda actualidad para hacernos reflexionar en lo importante del día a día, y rinde homenajes excelentes como es de nuestro Miguel de Molina a piano y voz para cantar «La bien pagá». Después vaya letra de Antonio Romera «Chipi» y Jorge Drexler en «Canto y río» donde la artista despliega las alas de sus virtudes incluso en una postura agachada y nos alucina con un nuevo cambio rítmico de cuerdas y percusión, pasando luego por un bambuco viejo colombiano llamado «Buen viento y buena mar».

Pero donde me ha empezado a temblar todo el cuerpo es con el «Lamento de la lavandera» y eso que estaba sentada y de perfil a mi, pero ha dado tanto de ella misma que me he estremecido completamente ante la finura de ese lamento. Que sencillez tan difícil de lograr y que única es en conseguirlo. Ante una casi luna llena le canta «Tonada de la luna llena» para aterrizar en quizás mi momento sublime del concierto. La cantante decide hacer un popurrí, y entre las muchas que podemos escuchar hay una debilidad personal a la que recurro cuando quiero recordarme que debo ser feliz y es el tema, «Cosas que hacen que la vida valga la pena». Gracias por el instante en que me he conectado con quién más me ha hecho sentirme bien en mi vida y que nos encantaba tararearla malamente haciéndote coros. Un recuerdo para no olvidar, y poder seguir con su recuerdo.

Ya con el vestuario cambiado a un malva de poderío femenino llega «Garganta con arena» que es su tango favorito y se le nota, empezando con el micro en el pie para luego acabar bailando en sus manos, de aquí nos vamos a su «Tan poquita cosa» que dedicó a su pequeña que se encontraba entre el público junto con su abuelo y padre de la artista. Y hasta casi llegando a la culminación navegamos en éxito tras éxito con la todavía necesaria «María se bebe las calles» y su versión ya inigualable de «Malagueña salerosa». Pero decide dar el carpetazo final a la noche de verano tan especial con el single de su último trabajo, «Todo lo que tengo», y tras hacerse una «mijita» de rogar regalarnos su «Lucía» de Serrat y esa adaptación con un ritmo brutal de «La tarara».

Todo hay que vivirlo con pasión, pero además con una admiración de saber que se tiene un don, y que se preocupa en cuidarlo y trabajarlo para el público que necesitamos su voz como si fuera un ángel que nos rescata de la tristeza para dejarnos llevar con su sonrisa y su manera optimista de mirar hacia la vida con la ilusión el alma y una copla en la boca.

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