Decía Hitchcock la famosa sentencia sobre el funcionamiento de las películas que no se debía trabajar con niños. Igual si hubiera tenido el tiempo, la disciplina y un planteamiento acertadísimo enfocado a lucir la historia del protagonista que se quiere contar, habría cambiado de opinión. Nunca lo sabremos.

Lo cierto es que «Billy Elliot, el musical», que se puede disfrutar únicamente en el Nuevo Teatro Alcalá madrileño, es el resultado de un esfuerzo excelentemente realizado desde hace dos años para contar una trama escénica que no cae en el efectismo de utilizar una figura infantil, lo que hace es utilizar el talento y el conocimiento que se les ha dado a estos pequeños actores en esas clases de danza e interpretación, y emplearlos a favor de la obra con actores ya curtidos en este género que ayudan a que destaque todo lo que aparece en esta imprescindible opción cultural.

Propiamente, el relato se trata con una evolución y un ritmo, en el que no se pierde el interés en ningún momento gracias a aspectos específicos que están muy bien estudiados. En primer lugar, la escenografía tan compleja y sorprendente, propia de un musical de los que se pueden ver en Europa o incluso en EEUU, cuya estructura es lo que impide que lamentablemente se pudiera trasladar un musical de estas características en gira por España, pero volviendo a  función, logra que todo ese recorrido del éxito de Billy Elliot desde que aprende a bailar hasta que decide presentarse a las audiciones de la Royal Ballet School de Londres, sea directo, emocionante y veas claramente en qué punto nos encontramos, despertando muchas más emociones en el espectador y disfrutando de menos a más. Hay momentos cruciales con el juego de luces que ayudan a meterte de lleno y retener en la retina, algunos instantes que te dejan con diferentes sensaciones, permitiéndote uno de los mejores valores del teatro, salir mucho más feliz de lo que entraste al patio de butacas.

Y en segundo lugar el elenco. En nuestro caso, vimos a un Pablo Bravo (Billy Elliot) que se iba ganando nuestro corazón poco a poco, como esos actores que son verdad encima de un escenario y sabes lo que va pasando por su cabeza, con los niños pasa de una manera más creciente. Escuchas sus nervios pero, más que nada, sus ganas de darlo todo y con la profesionalidad precisa de cómo lo han estudiado. A mí, especialmente, me encanta destacar el trabajo de Álvaro de Juana (Michael), adoptando un rol más difícil y que dominó con una naturalidad pasmosa que le va a hacer que tengamos que estar pendiente de las cosas tan grandes que puede llegar a hacer. El resto de actores aporta, en el caso de Natalia Millán (Señorita Wilkinson), su propio rol, el de docente. El de ser una de las mejores profesionales, y sé que me reitero, que aparecen en el teatro y que ejerciendo el papel de maestra en esta función, lo hace tan suyo como lo que seguro se ha convertido para estos niños que están cumpliendo muchos de sus sueños en «Billy Elliot, el musical».

El reparto funciona haciendo esas dosis de humor que son tan necesarias para relajar las tensiones y van siempre con la intención de ayudar a que ese protagonismo más hacia los niños, sea realizado con una labor escénica impresionante en el que se sienten cómodos y nos llega toda la fuerza y sensibilidad que se precisa en una narración de estas características. Yo quisiera poner en valor, en este caso, el trabajo de los swing. Actores que pueden realizar infinidad de papeles, dependiendo de la función que les toque cada día y que se adaptan de una manera rápida a lo que tengan que enfrentarse en sus retos en este Nuevo Teatro Alcalá. No ya solamente con los propios elementos de escena que manejan con soltura y van cambiando en sus manos, sino esas voces imponentes que lucen cada uno de los temas de este musical y que los convierten en más grandes todavía. No adelanto nada, pero les digo que van a ser testigos y comprobarán, no sólo su gran vertiente coreográfica, sino también la vocal. Y les dejarán sin palabras.

Y eso, lógicamente, es otra cualidad que funciona. La música. Todos los temas están cuidadosamente elaborados para que nos metamos en esa ciudad minera de Easton, donde los trabajadores se mantienen en huelga para luchar por sus derechos mientras un niño busca su futuro fuera de allí como bailarín. Las canciones están en su justa medida, con sus partes más calmadas y las que precisan de mayor intensidad en escenas más álgidas. Y si merece la pena ver «Billy Elliot, el musical» por el montaje tan complejo, indudablemente otra razón es la orquesta que va unida a lo que nos van trasmitiendo los actores, tanto cantando como bailando.

En definitiva, en el inicio de «Billy Elliot, el musical» nos emplazan a tener solidaridad obrera con su determinación y yo lo traslado a que, cuando se trabaja tanto tiempo en ofrecer un producto cultural de alta calidad y con lo que cualquiera quiere sentir desde el patio de butacas, lo que hay que tener con ellos es solidaridad teatral y no perderse la oportunidad de comprobar si este Billy Elliot, llegó a alcanzar su sueño. El de muchos de los que hemos tenido la suerte de disfrutarla, los cumplió con creces.

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