La verdad a medias no tiene ningún valor, sólo la tiene la que se expone íntegramente

Muchos de los espectadores que ayer acudieron a ver este estreno y conocían el libro de Stefan Zweig, seguramente se quedarían sorprendidos al encontrarse una función sobre la novela. Pero el resultado creo que les quedó bastante convencidos.

Desde la propia compañía de Silvia Marsó, «La Marsó produce», lo que nos proponen es valorar la idea de la libertad del individuo que expresaba el escritor austríaco, pero centrándonos en esa figura de mujer que lleva el peso de la historia y que nos va trasladando todo lo que va viviendo tras conocer al joven, interpretado por Felipe Ansola y los acontecimientos que le van derivando de esta circunstancia.

La oscuridad que representa el trabajo de Zweig se ve adaptado en un escenario con luces, sombras y telas que van envolviendo muchos de los pasos, que nos van derivando a las siguientes escenas. Y aquí para mí viene uno de los mejores aspectos de «24 horas en la vida de una mujer» que es el trabajo de Germán Torres. Es un maestro de ceremonias perfecto que va llegando al público con su voz, y especialmente con su interpretación para que no pierdan un detalle del discurso, y armoniza una estructura que en ocasiones al ser diálogo musical constante provoca que, en determinados momentos, el espectador se canse y se pierda un poco en ese ritmo tan parecido durante buena parte de la obra. El trabajo de Germán logra dinamizar esta circunstancia ayudando a que el resultado completo de la función sea mucho más agradable.

Silvia Marsó y Felipe Ansola nos van estremeciendo con el transcurso de su trama pasando por diferentes estados desde que se conocen, se enamoran, y empiezan a tomar esas decisiones vitales que nos hacen discurrir por un camino u otro. De eso es testigo el espectador, que gracias a la verdad que proyectan y unos momentos muy bellos en escena podemos ir deduciendo el recorrido de esta narración, estremecernos con sus dudas y mantener ese vilo de qué es lo que va a acontecer.

La música es la atmósfera perfecta para este discurso y un gran acierto contar en escena con un piano, un violín y un violonchelo que lo hace todo más bello. Los arreglos son adecuados para ayudar al público a ir entendido qué emoción va transcurriendo en ese momento, y evidentemente en esos momentos más líricos se lucen unas voces que en mi caso, me sorprendió gratamente la de Silvia Marsó, a la que ya conocía su buen hacer como bailarina, pero canta además de una manera preciosa y provocaba unas emociones muy especiales.

Además me gustaría resaltar su generosidad porque «24 horas en la vida de una mujer» es un peso que ella lleva feliz por lo que conozco que ama a su profesión, pero su lugar no es el único. Lo ofrece también al protagonismo de sus compañeros, y crear ese buen ambiente y ese apoyo en su talento hace que el conjunto de esta función resulte estimulante, y un punto de partida muy interesante para comprobar desde qué perspectiva nos querrá deleitar con otras propuestas teatrales. Esperaremos a ello.

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