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Un buen thriller siempre apetece. Es de ese tipo de película que, conjuntado en un buen guión con descripciones de personajes interesantes y sin tratar de engañar al espectador con información no incluida y que de repente aparece al final para que todo tenga sentido, resulta ese tipo de historias con las que perderte en una sala de cine e intentar escudriñar quién es el autor de los crímenes, leit motiv de una película como «El asesino de los caprichos».

A priori, todo indicaba que iba a cumplir esas características. Gerardo Herrero es un director que ha creado grandes películas como «Territorio Comanche» o «La playa de los ahogados», con lo cual era un maestro de ceremonias que me auguraba un seguro disfrute. Qué decir de un plantel como Maribel Verdú, Aura Garrido, Roberto Álamo, Ginés García Millán o Daniel Grao. No hace falta repasar sus carreras como para pensar que, unidos en un género de esta índole iban a resultar unos buenos perfiles que darían un juego increíble a la hora de despistar al espectador o atraerlo con las distintas personalidades. Y encima Maribel interpreta a la inspectora Carmen Cobos, nombre de mi madre, con lo cual fui más entusiasmada todavía si cabe.

Lamentablemente un buen punto de partida como es el interés de un asesino en retratar las pinturas de «Los Caprichos» de Goya no tiene un desarrollo interesante y atractivo como para que el espectador tenga esas emociones que debe sentir en un film de suspense. Hay, además, arcos de personajes que están muy estereotipados y que no es necesario que se muestren de una manera tan extrema para entender la idiosincrasia que pasa por sus realidades cotidianas. Soy más receptiva como espectadora cuando se me sugiere, más que demostrármelo en demasía. Me hace irme fuera del ritmo y que vaya desapareciendo el interés principal de ir descubriendo qué va a suceder y acertar con todas las incertidumbres que se presentan. Y creo que es lo que sucede con esta película.

Es una lástima porque, actualmente, en nuestro cine se están haciendo unos trabajos dignos en cuanto a misterio se refiere. Las atmósferas, personajes que ahondan en sus propios problemas de soledad o distancia frente al mundo e historias que van más encajadas en un puzzle más trabajado y con aristas que, incluso, te pueden hacer pensar en tu propio mundo y valorar un gran trabajo actoral. Eso es lo que esperaba con «El asesino de los caprichos», y precisamente mataron mi capricho. Una pena.

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