EL ÚNICO DEBER DE UN ESCRITOR ES CONTAR HISTORIAS

Hacía tiempo que no me sentía como espectadora en un escenario incómodo. En «El hombre almohada» se nos presenta un ambiente lúgubre y tenebroso que podría ambientar cualquier cuento de terror que nos asustaba de pequeños escuchar desde la primera palabra. Pero en esa incomodidad, hay una comodidad de disfrute en la que presentándonos una premisa en la que podríamos estar perdidos, la brillantez en esta adaptación de David Serrano del texto de Martin McDonagh, es que a medida que vamos avanzando en los diálogos, construimos ese puzzle de la información constante en el tiempo y organizamos el esquema de esos cuentos creados por Katurian.

La protagonista idea esas historias sin pensar que su hermano Michal las tenga como influencia para llevarlas a cabo, algo que intentarán averiguar los inspectores interpretados por Manuela Paso y Juan Codina. Y es uno de los puntos importantes de esta narración escénica que se nos plantea, ¿qué peso tiene un escritor si ante su obra se intenta recrear lo salvaje de lo expuesto? y ¿es justificable escribir sobre nuestra propia influencia en la vida y pretender que quede para la posteridad, a costa de lo que pueda provocar en la sociedad?

Solo sé que esa inquietud constante se me hacía adictiva a medida que se sucedían las escenas de la función y no pasaban de ocurrir cosas encima de la escena. Me retrotraí a cuando empecé a leer cuentos de Poe, que a veces soltaba las páginas de la traslación que me suponía empatizar con alguno de sus textos, pero irremediablemente quería saber cómo acaba. Ésa es la belleza que se puede sentir en «El hombre almohada», es un ejercicio muy físico y de mirada dentro de un ambiente hóstil y negro, pero a la vez las geniales interpretaciones con esos textos llenos de esa risa que no sabes por qué aparece, hacen de este espectáculo un ejercicio curioso e interesante de entender qué te pasa por dentro hasta llegar al colorín colorado final.

Juan Codina es un ejemplo de presencia y voz maravilloso, esa dureza tan difícil de conseguir en cada poro de tu cuerpo y que él logra sin problema. Es un contrapunto ideal para Manuela Paso. Una actriz a la que ya le tenía fichado el ojo en algunos montajes que pude verle en Madrid, y que esa manera de incorporar a sus personajes que parece que ha sido ella toda la vida y mostrar esa realidad con tantas aristas como tiene su rol, supone un gustazo sentirla desde el patio de butacas. Ricardo Gómez es puro respeto. Estoy convencida que trabajó muchísimo en su Michal, en darle ese protagonismo que se merecía sin caricaturizar y en esas escenas con Belén Cuesta es que es puro oro notar cada detalle de su trabajo. Y lo mejor de Belén Cuesta sale con David Serrano, creo que ya lo puedo firmar en cualquier documento. Nunca la había conocido como faceta narradora y ha conseguido una Katurian muy especial. Hay que valorarle ese esfuerzo físico de estar constantemente en escena en una obra de dos horas y media, donde pasa por puntos tan diferentes y que entiendes perfectamente a través de su voz y su cuerpo como quiere proteger a sus cuentos, como ella misma ha querido defender su interpretación. Hasta la fecha es lo mejor que he visto de ella, pero me esperaré a que vuelvan a trabajar juntos a ver qué sucede. Brava Belén.

«El hombre almohada» representaría esos cuentos que como Michal pediríamos constantemente que nos contaran encima de un escenario. Y así tendríamos finales felices en la vida real.

¡Compártelo!
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter