HABÍA UNA POSIBILIDAD ENTRE UN MILLÓN…Y ME TOCÓ

Cuando llevas mucho teatro rodado, cada vez es más complicado que una propuesta te sorprenda sin que haya alguna predisposición previa para que te pueda interesar la historia que se te plantea encima de un escenario. Es sensacional ir con esa sensación neutral y completamente desnudo a que te puedas emocionar, divertir o impresionar y que el objetivo se logre desde que te sientas en el patio de butacas a ese momento inigualable de ir comentando y reflexionando acerca de los planteamientos de esa obra.

Podríamos decir que hay una posibilidad entre un millón de que esta circunstancia suceda. Y qué placer que en «La lista de mis deseos» eso ocurra. Y con creces. En la función no sólo hay que destacar a una increíble Llum Barrera que supera cualquier obstáculo cómico como ya demostró en «Glorious, la peor cantante del mundo», sino que se marca un personaje como es Martina que marca un antes y un después en su carrera profesional y deja sentenciado que el teatro sirve para que se mejore indudablemente la condición profesional de tantos actores como ella, que consigue a través de este texto, magníficamente adaptado por Yolanda García Serrano, que descubramos un arco de actitudes en cada gesto y buen hacer de la intérprete que determina porqué el teatro siempre es importante en nuestras vidas.

Quino Falero ya nos había demostrado en anteriores proyectos escénicos que es un director que sabe coger historias con emoción que se transmiten desde el primer segundo al público. Aquí agarra una historia normal y cotidiana como puede ser la de la protagonista, Martina, y a través de un suceso que provoca toda la acción como es el que le toque el euromillones, navega gracias a ella en unas transiciones de dudas e inseguridades, en la que dejamos escapar una risa floja e incluso cómplice, sufrir con sus vicisitudes, sentir una empatía tremenda en todo lo que se va narrando y describiendo y analizar nuestra propia condición humana. La que pensamos que no se deja engañar por el egoísmo pero que sabemos, aunque cuesta que lo reconozcamos, que en nuestro interior también podemos cosechar esos demonios que nos hacen ser peores personas.

Todo eso, como recalco, lo vemos en los ojos y en las palabras de Martina. La única complicación es que sea observada desde una óptica de poco habituamiento teatral, donde es más díficil que se concentre toda esa atención en todo el monólogo que este rol domina durante todo el tiempo de la función. Por lo demás, si se entra desde un principio, se te hace llevadera y corta y despiertas enseguida tu imaginación hacia lo que Llum Barrera contagia en sus silencios, en sus palabras más susurradas y en sus emociones más puras. Además es ayudada por una escenografía muy hogareña, que te hace sentir en su casa y en su mundo, y un juego de luces muy hábil que provoca que el espectador sepa exactamente en qué punto de su historia nos encontramos y qué personajes del universo de Martina van a aparecer.

Y eso es otro síntoma de inteligencia de «La lista de mis deseos», extraída del best seller de Grégoire Delacourt, y es que cada personaje que vamos descubriendo cobra un protagonismo necesario para el resultado tan satisfactorio de la obra. Unos más cómicos para crear distensión en la situación más dramática que vamos conociendo y otros que sacan a relucir todas las facetas de la personalidad de la protagonista y que tienen que ver con su entorno más cercano (marido, hijos o su propio padre). A todos los visualizamos y recreamos, cobran un sentido y ayudan a que esa soledad en el escenario, pueda ser más compartida para Llum Barrera y que los ubique como si, en realidad, estuvieran cerca suya y le ayudarán en su cometido de hacernos llegar toda la historia.

Y entre esas casualidades, en la que yo tanto creo, había una posibilidad entre un millón que fuera Llum Barrera quién me hiciera sentir emociones más positivas y que me han hecho tanto pensar en «La lista de mis deseos» y qué suerte que me haya tocado vivirlas. Pura lotería teatral.

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