LAS PUTAS DEL REY

Si pudiéramos buscar un ejemplo de trabajo completo teatral en todas las facetas, «La puta enamorada» nos podía servir para mostrar cómo tres actores deben dar lo mejor de sí en un escenario, jugar con la mejor de las escenografías que con el uso de la luz se convierte en un personaje más de la trama y un guión que no decae de ritmo y no cesa de crearte cuestiones y pensamientos desde la primera palabra que se pronuncia.

La emoción, además, poblaba esta función en el Teatro Cervantes de Málaga. Los versos sonaban con humor pero en las partes más dramáticas, incluso Eva Marciel no podía aguantar las lágrimas en su rostro. Son prácticamente dos años de gira que se han culminado en un trabajo que ayuda al público a entender ese siglo de oro español sin necesidad de estar preocupándose en entender una prosa más complicada. La ambientación está estudiada y lo que se quiere contar a través de ese criado bufón, el pintor Velázquez y la modelo, María Calderón, también.

«La puta enamorada» muestra dos aspectos fundamentales. El hecho de que aún seguimos catalogando y etiquetando a los demás por sus actos e, imaginaros si hablamos de una amante del rey, y la poca libertad creadora que aún seguimos manteniendo en nuestro siglo y que ya sufrían genios como Velázquez. De hecho la propia protagonista le dice a Diego Velázquez que él es una propia puta del rey, por tener que pintar lo que él manda y no en lo que el artista se inspire. Todo ello orquestado a través de un guión magnífico con sus dosis de relax a través del personaje de Lucio y sus acertadas consideraciones más graciosas, una intensidad pasional que maneja Eva Marciel desde que pisa el escenario, con su gracia y garbo y que sus dos compañeros acompañan de una manera soberbia con sus respuestas y miradas y un ritmo que no cesa con la intención clara de despertar nuestro interés, querer saber más acerca de lo que vemos en el escenario y disfrutar de todo lo que va ocurriendo a través de esos lienzos sin descubrir.

La escenografía con la iluminación es un gran acierto que verdaderamente juega como un personaje más de la obra y permite sacar lo mejor de los tres actores. En tipos de funciones como ésta, es más lógico que alguno brille más que otro y que el peso siempre recaiga sobre uno. Pues aquí no sucede. Tanto Federico Aguado, Eva Marciel como Javier Collado en sus diferentes roles ganan con su presencia y buen hacer en cada una de sus intervenciones. Un Lucio divertido que tiene la mejor transformación de personaje de principio a final, una María Calderón muy segura y seductora que desprendía verdad a cada diálogo en el que formaba parte y un Diego Velázquez que si verdaderamente no tenía la voz ni las formas de Federico, debía haberlas tenido.

Que gran acierto y colofón de gira. Ojalá se pueda llegar a un nivel de libertad individual y artística como se merece el ser humano. Y podemos conformarnos con que esta dualidad en la dirección de Jesús Castejón siguiendo manejando textos de Chema Cardeña nos va a ofrecer buenos resultados teatrales como éste. Y si encima logran de nuevo acertar como con este casting de actores, mejor todavía. Esperaremos impacientes.

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