LOS VERSOS DE LA COSTURERA

De sobra sabéis que soy una enamorada del simbolismo bello. Una poética que bien ejecutada en teatro dice más que las palabras, que como bien plantea Josefina Manresa en «Los días de la nieve», a veces pueden ser un conjuro que se utiliza para conseguir lo que uno quiere.

En esta función genialmente emocional defendida por Rosario Pardo, nos cuenta sus vivencias como esas modistas que se pasaban sin luz en sus talleres dedicándose a sus labores, pero también como tantas abuelas te narran. aunque sea de manera repetida y en bucle, las historias de su vida. Y en ellas se habla del tiempo, se habla de la superación del rencor pero especialmente se habla del recuerdo. Algo que tenemos que tener muy presente y que es preferible tener tejido en cada alma, en lugar de recurrir al fácil olvido. Y en esas confesiones de la mujer de Miguel Hernández, hay mucho dolor y mucha verdad. Hay, evidentemente, un recuerdo a la figura del gran escritor pero en lugar de practicarlo de manera didáctica, Josefina lo hace hablando como si necesitara desahogarse estando en la confianza de su propia casa. Como si todo el público nos coláramos en su casa, nos podría unas pastas y contara entre fotos, poemas y vivencias con personalidades muy reconocibles que de todos es conocida lo que «Los días de la nieve» pretende, que es ese homenaje y reconocimiento a una época injusta de la que no podemos desechar sus enseñanzas y lo que fuimos.

Rosario Pardo se sienta en la máquina de coser, entretela en una mesa grande, modela en el maniquí o rebusca entre telas como alguien muy reconocible, y eso creo que es lo que marca su interpretación con más fuerza. Mi abuela Carmela vivió entre esos mismos utensilios, y en ocasiones se me ha trasladado a mi memoria como un recuerdo dulce. Eso es algo que agradezco porque es cierto que el espectador puede vivir esas canciones y sus propias vivencias, y cuando ocurre con ese respeto hay una conexión muy fuerte entre actor y público que desde ahí se puede dar lugar a buscar en las otras emociones que se quiere despertar con la función.

Especialmente acertada está la defensa de nuestro acento. Ahí es uno de los puntos donde Alberto Conejero logra sorprender con ese texto que tan bien ha defendido la intérprete. Además de las metáfora acerca del tiempo, la aguja, la máquina de coser o esos versos que dejan de tener dueño para ser nosotros los receptores. Y qué suerte poder reflexionar sobre ello al salir de «Los días de la nieve».

Pero tengo que reconocer que ese final que sirve como excusa de porqué la protagonista cuenta toda su vida a esa chica que le ha hecho el encargo de  ese vestido azul de mar mientras termina de dar los últimos retoques, no termina de convencerme. Ustedes podrán hacer su valoración cuando disfruten de esta función, pero toda esa atmósfera hermosa se me caía un poco con esa justificación, aunque luego he podido mirar al cielo que le gustaba contemplar a Josefina cuando la obra retornaba a esa sutileza que da más explicación que las conjurosas palabras.

Aunque también confieso que cualquier escenografía que contempla un arcón me tiene muy ganada de antemano, decía Rosario Pardo como Josefina Manresa en uno de los muchos bellos diálogos que en las manos de la costurera se pueden predecir muchas cosas. Supongo que entonces comprobará en su ser lo valiente que es salir a defender ese texto, y cómo nos ha gustado como público poder recoger su esfuerzo y transformarlo en salir feliz de una mágica función. Esa será la huella de su gran trabajo.

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