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Para «Mientras dure la guerra» lo mejor es ir con las expectativas en los bolsillos y la mente despejada.

No es una película que simplemente hable de la guerra civil ni una biografía del célebre autor, se utiliza el contexto real en el que se narran los acontecimientos que se quieren contar pero sin tratar de levantar ampollas o explicar perspectivas o visiones particulares. La base principal por la que Alejandro Amenábar ha vuelto a tratar su cine en español después de «Mar adentro» es volver a centrar la trama en una figura tan importante como Miguel de Unamuno, y a través de la forma de contar el cine del realizador, explicar las pocas diferencias en cuanto al respeto, la diferencia de opiniones y el odio que se está generando actualmente en nuestro país, y que no se distancia en años de lo que se vivió en ese verano de 1936 que retrata el film.

Precisamente lo más interesante que denosta «Mientras dure la guerra» son los pensamientos que te van surgiendo a lo largo de la trama, la poca aceptación de que una persona pueda cambiar su forma de parecer y pensar diferente a medida que los hechos van cambiando el curso de nuestra propia historia y que se ve perfectamente en la figura de Miguel de Unamuno, cuyas ideas iban con mucha crítica hacia un bando y hacia el contrario, igualmente la manera tan fácil en la que podemos influir y determinar sobre otras mentes hacia lo que nos puede atacar, en definitiva utilizar la propaganda del miedo que siempre ha sido una circunstancia que rápidamente conquista nuestra parte más negativa y con más desconfianza hacia otras personas, también lo poco que no paramos a discutir con otras personas aunque no estemos en absoluto de acuerdo con sus pensamientos (una de las mejores escenas lo revela de Miguel de Unamuno junto a Salvador Vila) y finalmente, y parafraseando la mítica canción de Presuntos Implicados, «lo poco que hemos cambiado».

La película ha sido rodada precisamente en Salamanca, en localizaciones como la Plaza Mayor y el Puente Romano, además de en Madrid y Toledo, concretamente en el hospital de Tavera. Hay una belleza oscura en esos planos y localizaciones que permiten una ambientación que entra directamente en la temática a tratar, si bien el hecho de no enfocar en ningún personaje y más que nada centrarse en el tiempo exacto y cómo el curso de la historia iba a tomar caminos totalmente inesperados, hace que el ritmo en muchos instantes decaiga y que personas que desconozcan los datos históricos o algunos de los protagonistas puede verse en algunas ocasiones perdido en ese desarrollo, aunque en la parte última de la película donde ya todo va tomando más forma, sí que es cierto que esa conexión vuelve a ser más fuerte con el público y retomar a aspectos de más interés.

Donde yo me quito la txapela de Unamuno y es lo más importante de esta película son las interpretaciones. Si tenéis ocasión de escuchar alguna de las entrevistas de Karra Elejalde sobre cómo se preparó al personaje, no dudéis en empaparoslas porque entenderéis mucho más como ha podido llegar a un personaje tan alejado de su ser, y a la vez hacerlo tan de su piel. Es increíble el trabajo que ha hecho y uno de los gustazos personales que más he disfrutado con un intérprete español (aunque no creo que le quite el Goya a Antonio Banderas en esta ocasión). No me quiero olvidar de un siempre excepcional Eduard Fernández, que da auténtico miedo y pavor como Millán-Astray, y especialmente a Santi Prego, porque caricaturizar a Franco o hacer ridícula su voz hubiera sido el resultado más fácil y sencillo pero él ha hecho un trabajo bárbaro en ponerle en el contexto que se precisaba para que el mensaje de «Mientras dure la guerra» no se distorsionara y quedara como algo sin sentido o cómico. Excepcional el trabajo de este profesional que lo ha hecho con mucho respeto, y por supuesto amor a lo que se quiere narrar en la película.

Celebro que Alejandro Amenábar haya regresado más a este tipo de cine que a esa película para olvidar llamada «Regresión», que haya vuelto a volcar una ternura que no había percibido tanto en anteriores trabajos y que ha logrado sacar retratando a Miguel de Unamuno y su familia (y esa peculiar afición a la papiroflexia), que juegue con los desdoblamientos de personajes para lograr más entender la idiosincrasia y el espíritu que les mueve y que nos regale palabras del autor español que despiertan el raciocinio y, en otras ocasiones, una sonrisa como determinar que «los periodistas destrozan el castellano». No ha vencido del todo, pero en buena parte a mi me ha convencido con «Mientras dure la guerra».

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