DESEANDO QUE LLEGARA ESTE VERANO

De las mejores historias que uno puede recordar de su vida, muchas de ellas transcurren en verano. Un primer amor, esa ocasión en la que viajas por primera vez, el primer baño en la playa e infinitas anécdotas en las que la memoria parece hacer acto completo de presencia, recordando cada detalle y haciendo que esa experiencia sea de los mejores recuerdos que tengamos.

«Verano 1993» tiene ese mismo efecto, pero de manera fílmica. Supone una de las razones fundamentales por las que el cine y, precisamente, este tipo de cine que dirige Carla Simón nunca debe desaparecer delante de una pantalla. Cuenta verdad pero, además, le añade todos los elementos imprescindibles para que cada ápice de emoción te llegue desde muchas herramientas distintas. Y todas encajan.

En esta película conocemos a Frida, una niña que no lo ha pasado bien y que su verano no supone bañador en la piscina, pero la información la desconocemos. Nosotros como público, al mismo tiempo que ella, vamos descubriendo notas y pinceladas de lo que ha podido suceder para que esta pequeña tenga que estar cuidada por sus tíos en una casa de campo, junto a su prima. Esa forma de hacerte llegar todo ese abanico de increíbles sensaciones que recibe el espectador es absolutamente marcada para ser referencia de quién quiera llegar a provocarte lágrimas, risas y una conciencia extrema de tener paciencia y esmero, en conocer la verdad de las personas que nos rodean o de las que queremos. Un ejemplo para cineastas porque lo que se transmite en todas las interpretaciones, la atmósfera y un guión perfectamente construido, es lo esencial para que sea una historia triunfadora. Y eso es plasmar verdad. La que muestran las propias niñas, expresando lo que sienten en cada momento, los padres angustiados ante una recién llegada que, aún siendo de la familia, trastoca sus vidas y hasta unos abuelos consentidos que entienden su manera de querer ayudar, prestándose completamente a todo lo que sus nietos le pidan.

La generación de los 80 tiene que estar especialmente atenta, porque en esa época de los 90 que ya éramos un poco más conscientes de lo que ocurría, van a encontrar referencias de todo tipo. Esa nostalgia ayudara a entrar aún más en la película. Y destensar cuando se precie, toda esa incertidumbre que parece que no llega nunca al fin. Trabajar con niños es sumamente complicado porque, para ellos, debe ser un constante juego el ejercicio del cine y eso hace que Bruna Cusí y David Verdaguer estén completamente hiper concentrados en esas circunstancias, pero yo lo veo como algo que ha tenido una respuesta verdaderamente positiva en sus interpretaciones. Tus papis de ese verano que recuerdas con tanto amor, son sus caras y su profundo cariño hacia estas dos actrices tan pequeñas que, ganan al corazón por su manera tan auténtica de decir esos diálogos o improvisar verdaderas maravillas durante la película.

Hacía ya mucho tiempo que no lograban emocionarme al acabar una historia cinematográfica. Estar con Frida en esa casa desconocida para ella, donde empieza a sentirse querida pero, enseguida, surgen las dudas y los celos, e ir descubriendo sus sensaciones y pasándolo mal con sus errores, me ha mejorado como persona y me ha dado aún más la razón de que el cine que se cuenta desde la naturalidad y la laboriosidad titánica de narrar tramas tan sinceras, es el que merece la pena. Es el auténtico valor de la cultura.

Tal y como he empezado, yo lo que he recordado es el verano de mi primer amor. Y creo que el público podrá realizar la misma experiencia. Pero lo que sí tengo más que claro, es que cuando pasen por estas vacaciones cinéfilas de verano, no las van a olvidar nunca. Serán esas fotos imborrables de la memoria que marcan sufrimiento, comedia y todas las etapas vitales que, en definitiva, tenemos que pasar. Y qué suerte disfrutarlas en «Verano 1993». Se estrenará el próximo 30 de junio.

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