EL RÍO DE CANCIONES DEL MUNDO VIOLETA

Rozalén. Fotografía de Carlos Freire.
Rozalén. Fotografía de Carlos Freire.

A priori, iba bastante desconcertada al que sería mi tercer concierto de Rozalén. Las dos anteriores ocasiones la había podido disfrutar en el Teatro Cervantes, un recinto que me parecía más acorde a su sensibilidad y al tipo de canciones que la artista proyecta, pero evidentemente su público crece y ayer lo demostró llenando por completo el Palacio de Ferias y Congresos de Málaga. Y aún así además, el temor fue disipándose cuando esta propia personalidad de Letur que se ha comido el mundo con sus composiciones y su manera de transmitirlas a la gente, logró una vez más que cada una de las 2.700 personas que estuvimos escuchándola, nos sintiéramos como en el salón de nuestra propia casa, ese momento placentero en el que la música sube a otro nivel de sentir sus temas musicales.

La artista lo logró en primer lugar gracias a una escenografía muy acogedora con proyecciones al fondo muy artísticas y rodeada de un campo de girasoles, motivo de su último trabajo de presentación. E igualmente con una sensación que ya advertimos en todos sus conciertos pero que, cada vez, es más palpable a medida que pasa más tiempo y es que Rozalén hace sentir a cada músico que trabaja con ella, como de su propia familia. Son un grupo, unidos tanto en las canciones más de dentro, de ese pellizco interior que salta enseguida con el quebranto de la cantante, como en las de más cachondeo para que la fiesta tenga el colofón que se merece. Ellos son Oliver Martín de la Cruz, Samuel Vidal, Álvaro Gandul García, Goyo García, Ismael Guijarro y Pepe Corse. Y como no, la inigualable Beatriz Romero, que ha hecho del lenguaje de signos, el lenguaje más inspirador y precioso de todos los que existan.

Rozalén con Beatriz Romero. Fotografía de Carlos Freire.
Rozalén con Beatriz Romero. Fotografía de Carlos Freire.

El concierto tuvo dos partes, una centrada más en presentar todas las canciones del tercer disco, «Cuando el río suena…», y después una parte más cañera, con algún matiz de esas emociones que no se pueden evitar expresar en un show de Rozalén, hasta llegar al final. Comenzamos fuerte abriendo «La puerta violeta», ese himno para muchas mujeres que han podido sufrir una violencia machista psicológica y que deciden dar ese portazo para frenarla. Posteriormente, lanza «Vivir» donde ya exclama un primer ¡Vamos Málaga!, siendo consciente de ese público entregado que la iba a acompañar durante todo el recorrido del concierto.

Tras este tema, esta fuerza arrebatadora de sensaciones habló con su gente que esperaba ansiosa esta fecha del 5 de mayo para encontrarse con ella y demostrarle su cariño. Hay una característica de ella que no ha perdido en esta camino que he podido entrevistarla en alguna ocasión, y es su humildad. Jamás se cree, y además de corazón, que tantas personas quieran ir a verla porque han sentido el mensaje de sus composiciones o porque quieran demostrarle su cariño. Recordaba sus tiempos en «La botica» de Málaga donde iban 20 personas a escucharla, y no puedes evitar enternecerte intensamente cuando expresa que pensaba que sólo iba a verle «4 gaticos», y que desea y se esforzará para que ese amor de tantas personas no cambie nunca. Reconoce, incluso, que cada vez sigue más nerviosa en este mundo musical donde va a recorrer los escenarios de toda España y su mensaje empieza más a tomar conciencia en el corazón de su público, cuando cuenta lo que expresa la temática y las historias, especialmente de «Cuando el río suena…». Su gran virtud, precisamente, es conseguir llegar a la verdad tanto de los conceptos que toman forma en sus letras como en esa capacidad narradora de esas historias personales, que ya se han convertido en nuestras. La gente agradece muchísimo esa desnudez y ese homenaje constante que Rozalen ha querido hacer a su familia. No obstante, cuando cualquier maestro de la música como es ella, habla desde el corazón y lo que ha palpitado en su ser tras lo que descubre de su propia vida, es un tesoro poder escucharla y lo más importante, identificar esos sentimientos buenos y sentir el mayor don que puede tener esta profesión, y por lo que es tan importante en nuestro día a día, como es la empatía. Y ayer se sintió que sucedió.

Rozalén. Fotografía de Carlos Freire.
Rozalén. Fotografía de Carlos Freire.

Prosiguió el espectáculo con «Ahora», de su segundo álbum «Quién me ha visto…» y esos bailes que siempre espero con Beatriz Romero donde cada canción cobra aún más sentido, y se hace tan divertida y diferente. Y se nota que Rozalén está más a gusto con esos «raaa…» que parecen mexicanos y que siempre despliega en determinados momentos del concierto. Y de ahí vamos llegando a esas admiraciones a miembros de su familia, y sus explicaciones no carentes de admiración y falta de contener el llanto. Empezó con «La que baila para ti» y continuó con «El hijo de la abuela». En este momento saca su mejor voz y talento, y supongo que tiene que ver con algo que ella misma expresa, y es que se nota muchísimo que hace terapia al cantar, y mucho más cuando el público la escucha con tanta atención y respeto. Y es que cuando el corazón y la verdad se hacen canción, y en conjunto son personalidad humana a medida de la artista, el resultado sólo puede reflejar la gran atención y amor que mucha gente expresa hacia Rozalén. Ese debe ser el mayor regalo que te expresa la música, y al final la gente aplaude y sigue al que se arriesga a mostrarse como es. Y ayer María Rozalén, lo hizo un «poquico» y muy «bonico».

No quería olvidarme de un factor fundamental para transmitir tantas sensaciones y es el juego de luces tan espectacular, y que acertó adecuadamente para ayudar a que todos, y también ella misma y su equipo, pudiéramos alcanzar un grado más de ambientarnos en esas historias y recuerdos hechos canciones de la cantante. Las tonalidades era perfectas y más que adecuadas para cada tema. Y lo más interesante es que no dejaban de sorprender durante las más de dos horas de concierto. De aquí pasamos a «Berlín», y a una sorpresa personal donde hasta confieso que solté mi cuaderno de notas para emocionarme a flor de piel con «Para los dos». Es esa canción que supuso que ella formara parte de mi banda sonora, de mi vida y de lo que me gusta que me haga sentir y me transmita una artista. Así que de corazón, gracias.

Rozalén y Beatriz Romero. Fotografía de Carlos Freire
Rozalén y Beatriz Romero. Fotografía de Carlos Freire

El momento juglar de vivencias siguió contando la historia de su tío abuelo Justo que logró que el público se levantara por primera vez del concierto al terminar este agradecimiento musical, habanera incluida. Y como en un show puede suceder cualquier cosa espontánea, los que hemos vivido algunos anteriores conocemos el momento «Las hadas existen», un tema que ya se ha convertido en himno para muchos niños y que sirvió para que literalmente el escenario se abarrotara de pequeños que querían cantar con ella. Nadie podía pronosticar todo lo que se podía llenar y con un poco de paciencia, logró que todos pudieran decir una parte de esa letra tan divertida, y que cada uno de ellos se llevara un instante que estoy convencida que no olvidarán jamás.

El concierto siguió su transcurso con el dueto de su último disco con Kevin Johansen, «Antes de verte», y con la historia de amor de sus padres que escribió Felipe Benítez Reyes en «Amor prohibido». Y de aquí llegamos ya a lo que a mi fue el desgarro y la comprobación que me encontraba delante de una artista única. Y donde, por cierto, las luces jugaron un papel primordial para que se escuchara y se percibiera perfecta. Estoy hablando de la versión de esta albaceteña única de «La belleza» del gran maestro Luis Eduardo Aute. Creo sinceramente que de tantas veces que he escuchado a Rozalén, nunca logró hacerme ver tanto lo artista tan necesaria que es para estos tiempos complicados para la lírica. Agradezco que su belleza no se quedara en una habitación o en un tirar de toalla que no me hubiera permitido descubrirla, porque escucharla con esa dulzura, su voz diciendo tanto en esos tonos más agudos y esa interpretación que parte de su ser más luminoso, es uno de los mejores regalos que me han podido brindar en este mundo cultural que tan importante es para mí. Me acordé de alguien que era mucho mejor en todo cuando escuchaba esa canción. Y la hiciste aún más grande, y me conectaste con él. De nuevo, gracias por tu magia.

Rozalén. Fotografía de Carlos Freire
Rozalén. Fotografía de Carlos Freire

Hasta el final del evento, se sucedieron «Volver a los diecisiete», «Me arrepiento», sin Kanka en esta ocasión lástima, «Tu nombre», «Asuntos pendientes», «Somos», «Bajar del mundo», donde adoro esa parte de baile a lo tecno de Beatriz Romero, «Será mejor», «80 veces», «Saltan chispas» donde decide bajar donde está el público para compartirla con ellos, «Comiéndote a besos», «Dragón rojo», «Vuelves» y finalizar con una de las más reclamadas, «Girasoles», aprovechando para presentar a toda su banda, como no podía ser de otra manera, bailando como un ideal fin de fiesta.

Cuando sales de ese mundo de esta «cansautora» que despliega sus trapos sucios pero a la vez te hace valorar los grises que existen en esta humanidad, su lucha porque de verdad vivamos en un mundo entre iguales y hacer que cada concierto para ella sea sensible y especial, te conviertes en un alma más construida, más aprendida y con el contagio de ese optimismo tan maravilloso y necesario de que las cosas cambiarán poco a poco. Vuelve siempre Rozalén, inesperadamente o no, pero vuelve.

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