YA NO ES POR CASUALIDAD

He visto a Zenet, prácticamente en todos sus conciertos en Málaga desde que arrancara en el mercado musical con «Los mares de china». Ese camaleónico culo inquieto que era incapaz de quedarse sentado más de dos temas en una misma banqueta, se ha transformado en un exquisito elegante intérprete, que aún conserva ese nerviosismo propio de la locura sensorial de sus letras y música pero que ha aprendido con la experiencia a dosificar ese ímpetu, de manera que el deleite resulta completo y acudir a uno de sus espectáculos, es garantía de buen gusto.

Ayer se lo respaldó el Teatro Cervantes, llenando cada butaca y correspondiendo con su energía a las múltilples propuestas, sobre todo enfocadas hacia arreglos muy latinos, que nos presentó con su cuarto álbum de estudio, «Si sucede, conviene». Los gorros y vestidos zenetianos poblaron los asientos del recinto y acompañaron al artista malagueño que no defraudó en la gran preparación constatable de cada una de las composiciones preparadas y en tener esa maldita sensación de que se quedaba corto lo que se nos presentaba y había ganas de mucho más sonido Zenet.

«Martillo pilón pegando en pared de hierro», así comenzaba el show con esa característica pronunciación del artista en la que presentaba «Fuiste tú», el que es el primer adelanto del álbum. El juego de luces era muy tenue y apenas se percibía lo que sucedía en escenario, pero sí que ya empezábamos a sentirnos atrapados por los diferentes sonidos de José Taboada (guitarra), Manuel Machado (trompeta), Pepe Rivero (piano), Yrvis Mendez (contrabajo), Moisés Porro (batería) y Ove Larsson (trombón). Poco tardaría, Zenet en empezar a levantarse y bailar al compás de las infinitas melodías que surgían de sus músicos, aunque aún estaba arrancando, recargando pilas pero dando muestra de que todo iba a ir a mucho más.

Si hay algo que me apasiona de estos eventos de Zenet, es el gran respeto que profesa hacia su banda. Se sabe los arreglos al dedillo y les acompaña, les pide ovación por sus innumerables solos y les deja ese espacio para que los protagonistas sean ellos y, eso es muestra de un ser especial que provoca que nos sintamos de esa misma manera, cuando escuchamos y sentimos sus canciones. La introducción al piano de «¡Ay pobrecito de ti!» es sublime en el disco, pero ni les cuento en directo. Sobrepasa los límites de la entrega y llega a la emoción precisa, acompañada por esa modulación particular como en ese verso chulesco en el que reza «yo soy perro callejero y collar no necesito» del intérprete malagueño.

Los cambios de ritmo en estas partituras de Zenet se acompañan de constantes miradas cómplices y de esa inigualable sonrisa picarona, ejemplo de que va cogiendo forma en el concierto y cada vez se encuentra más a gusto. En «Cuando te enfadas», ya incluso entra una parte interpretativa más personal y por ello, el contexto y el ambiente se vuelven más cercanos al público. Creo que sería al único que le perdonaría que me dijera lo de «pero que guapa te pones cuando te enfadas».

Aquí Zenet decide hacer un alto para dar las gracias a todo el público que abarrota el Teatro Cervantes y da lugar al pintor, Andrés Mérida, en un ejercicio que me recordó a Muchachito Bombo Inferno invitando al artista a realizar un cuadro durante las actuaciones de «Quién sabe» de su tercer disco, «La menor explicación», «No lo dudes» de su segundo trabajo «Todas las calles» y acabando con «Casi mejor» de nuevo de «Si sucede, conviene». Lo que vemos en el lienzo es un trompetista tocando a la luz de la luna con un cantante de micro clásico. Una auténtica maravilla.

Como os decía, yo vengo de ser seguidora de Zenet en muchos de sus conciertos y me faltaba una frase, muy suya, que en este momento ya se le escapa de su boca, «ay que bonita esta» y de repente, surge uno de sus clásicos, «Ella era mala», con gran genialidad en el arreglo de violín que destacaba y no sólo por sus llamativos pantalones azules. Luego apareció otra del nuevo disco, «Qué será lo que me has dado», donde la introducción en esta ocasión es del contrabajo y da origen a una balada que nos sobrecoge el corazón con su soberbia puesta en escena. Zenet acaba alguna de sus canciones, por cierto, también con dos palabras de su cosecha que son ese «cha cha» al final.

Enseguida aparece el llamado «bloque de las disculpas» donde el malagueño hace hincapié en que para cerrar ciclos hay que saber aceptarse uno mismo y pedir perdón. En este instante, su grado de implicación con las letras llega al máximo esplendor.  Intepreta «Perdona» para posteriormente «Contigo» de «La menor explicación», pero este conjunto, más melódico, finaliza con un solo de Taboada maravilloso que pertenece a la canción que más me gustó del concierto por todo el conjunto de aspectos que dieron pie a que saliera perfecta que es «Despiértame».

Uno de los estribillos más recordados es la segunda canción con la que se presentó este «Si sucede, conviene» que es «Mil veces prefiero», que curiosamente explicaba Zenet que no creía que iba a poder llevarla a su terreno y Taboada y Javier Laguna le convencieron de lo contrario. Y menos mal. Seguidamente, se apoya en el piano para cantar «Me gustas» con la que se presentó, en su momento, «La menor explicación» y aquí descubrimos un increíble solo de trombón. Y el violín hace que muchas de las canciones ganen con una brillantez absoluta como esta «perla rara» como la denominaba el propio Zenet llamada «Mereció la pena», en la que escuchamos unos coros muy chulos por parte de Manuel Machado. Del bloque de las baladas pasamos al bloque de las canciones chulescas, con un toque más de jazz y cabaret y que saca ese punto canalla que nos encanta de Zenet, como en «A poquito que te roce» y con un toque zíngaro en «Sé que estás pensando en mi».

Y en el bloque final, Zenet nos cuenta que «Pura envidia» es una letra que cada vez que la canta más le está gustando y más la está haciendo suya. Y así lo cercioramos. Me mata de alegría con «Fue por casualidad» que es un auténtico delirio en directo y da pie a la presentación de todos sus músicos. Aquí ya hasta tiene que sacar el pañuelo para secarse el sudor. Y remata con esos toques de guitarra ya legendarios de «Soñar contigo» donde estremece hasta el final con su inmejorable y placentera voz.

La pena de un concierto de estas características es como cuando le das cuerda a una caja de música y disfrutas, pero sabes que en un tiempo prudencial se acaba. Ayer fue la misma sensación. Se le dio fuerte a esas manecillas donde músicos y Zenet brillaron de menos a más, y de repente el tiempo se agotó. Lo bueno se hace esperar, así que aguantaremos hasta que haya que girar ese mecanismo de nuevo. Ya no fue por casualidad, la elegancia Zenetiana es una garantía musical muy certificada.

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