Descubrimientos romanos en Mérida

Son de agradecer las gamberradas con un humor bien construido, y con actores que saborean el texto y juegan riéndose sobre si mismos en el escenario. Son reglas que consiguen que, particularmente que no soy devota del mundo de los musicales, pasara anoche en ese escenario emblemático y único del Teatro Romano de Mérida, una noche hilarante, llena de risas y descubriendo a profesionales del mundo del interpretación, que en conjunto han creado una bacanal a la que la carcajada le cuesta resistir y no aparecer.

Los personajes los conocemos, Cayo, Nerón o Pisón son algunos de los roles importantes de esta locura de obtención de poder y sueños de artista. En definitiva, la historia de va desarrollando con una rapidez y agilidad que el espectador agradece y donde se entremezclan aspectos de nuestra contemporaneidad española, con conclusiones muy ingeniosas con latinajos, frases y acciones de películas míticas además de dobles sentidos, y finalmente diferentes disciplinas del humor mediante la repetición o el absurdismo que permiten sacar lo mejor de los actores y que el espectador no pueda estar tranquilo ante todo lo que pueda aparecer o decirse en escena.

Me llevo varios regalos concretos que han despertado mi interés. Conocía a Leo Rivera y su talento vocal, creo que era de los que más me fijaba en «Avenue Q», pero en esta función creo que desarrolla el arco más bonito de todos los personajes, y lleva a su Cayo a una especie de «Billy Elliot» de la época pero con muchas capas y aristas, me dio la impresión junto con otros intérpretes que es de los que mejor se lo pasa en escena y me lo contagió enseguida. Así que fue un re-descubrimiento. La grata sorpresa me la llevé con Javier Canales, esa bestia de los Cárpatos que desempeña una actuación extremadamente complicada y que parece por las características físicas de su personaje que lo puede desarrollar fácil, pero se nota el gran trabajo y cariño que este actor le ha dado a este peculiar rol que me ha fascinado y me fastidiaba a la vez que se fuera de escena. Descubrimiento al que seguirle la pista, y especialmente en otros papeles diferentes.

Uno de mis grandes intereses a la hora de disfrutar de «El aroma de Roma» era ver a Jaime Figueroa en esta faceta artística. Soy seguidora de su magia, porque aunque se le pueda escapar todo de las manos, hace magia con mi felicidad. Ha sido un sueño verle cantar, esos gestos en la cara que parece un niño perdido en un supermercado y que no baja la intensidad de su comicidad nunca. Es pura generosidad y talento. Me alegra tanto que hayan encendido a este Nerón, que si puedo seguir más veces los proyectos en los que se implique, allí estaré.

Hay que destacar la gran labor del trío formado por Woody Aragon (dirección y música), Fernando Lancha (letras) y Santiago Lancha (libreto). Sin ese cuidado, y en algunas ocasiones rememorándome a mis idolatrados Monty Python, este espectáculo no tendría sentido ni se hubiera puesto en valor a estos artistas que saben jugar de maravilla a divertir al espectador. Hay un gran trabajo en buscar las rimas ingeniosas y que el texto pueda avanzar sin freno. Es brutal como logran meter temas de actualidad, que ya en la época clásica lo eran pero están genialmente adaptados para una comprensión general. Por cierto, yo no dudaba en llevar a toda la familia a esta función porque del más pequeño al más grande, tiene éxito asegurado desde el primer momento. Igual solo le quitaba alguna parte amorosa que carece de importancia ante todo lo magnífico que brilla en el escenario.

Me alegra que estos musicales vayan teniendo este aroma a Roma. Tiene un recorrido disparatado que saca una parte dicharachera que echaba de menos que me provocaran en el teatro. Ojalá estos saltimbanquis sigan entreteniendo así a la gente para que no de problemas, me tendrán siempre así como su esclava en el público.

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