Si dibujo mi propio cerebro,

igual encuentro márgenes para mis neuronas,

escalas musicales a las que puedo alcanzar,

o un lugar donde recoger las lágrimas que no se ven.

Si entiendo lo que ocultas,

me hago sabia del universo,

invado las fronteras desconocidas

y te sorprendo con la naturalidad atrayente.

Si logro escribir sobre Martina,

doy la batalla por ganada,

la convierto en una constante programada

y el sueño se cumple.

Si al final te escribo cuando no debo,

no logro despejar nada,

las dudas se invierten de su ecuación

y me quedo en la misma puerta de salida.

Y si me autoconvenzo,

pies en el suelo,

no hay sufrimiento

y me dura tres segundos.

Los tres segundos donde no puedo dibujar cerebros,

entender lo que ocultas,

y, encima, te vuelto a escribir.

Y no escribo sobre Martina.

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