Crítica «El príncipe constante» – Teatro del Soho Caixabank
EL PRÍNCIPE CONSTANTE EN LA ESCLAVITUD DEL REY
Lo más impactante de este montaje son los cuadros que nos pueden recordar al tenebrismo barroco que se pueden contemplar en prácticamente todas las escenas de «El príncipe constante», y eso es debido a la espectacular puesta en escena más un trabajo impecable de iluminación.
Si hago este reconocimiento no es en detrimento de más elementos actorales o artísticos que forman parte de la obra, pero tengo que reconocer que esta sensación fue la que me permitió conocer más a los personajes, las declamaciones de cada uno de los intérpretes y que ese ritmo de la función que llega a las dos horas no se me cayera en muchos momentos. También proporciona una ayuda muy destacable la música en directo, es más, extrañé mucho que no participaran en todos los parlamentos tanto individuales como colectivos porque permitían que esa atmósfera fuera más certera, y que tantos versos fueran más comprensibles dejándome llevar por esa sonoridad maravillosa.
En «El príncipe constante» se hace valer especialmente los matices, tanto en lo que se narra como en lo que de manera grupal deben compartir entre todas las partes importantes de cada escena. E incluso me hubiera gustado más que se jugara con más agudeza esas sutilidades. Cuando sales de la obra, tienes esa buena sensación de haber vivido una buena historia, pero la clave es que esto sucede porque se vive una montaña rusa de emociones desde el intermedio cuando vas asimilando a quién pertenece cada rol y qué es lo que pretenden conseguir, hasta que a partir de ahí se producen varios momentos clave con Lluís Homar como figura destacada hablando de la libertad, qué entendemos por ella y si seríamos capaces de tomar sus mismas decisiones. ¿Y el espectador es capaz de aguantar hasta ese instante todo lo que precede a esos momentos?. Por lo que yo pude comprobar a mi alrededor, sí se dio esa circunstancia, pero no se puede contar con que siempre sea así.
Hay que valorar si el equilibrio de esa balanza compensa, porque se notan las dos horas de duración pero sí que es cierto que el tránsito hasta llegar a esas metáforas, sombras y simbolismo que marcan esos puntos claves en «El príncipe constante», y que de ahí se desarrollen las emociones importantes hasta el impactante final, hace que merezca la pena, pero insisto que no sé si todo el público quisiera pagar ese mismo precio.
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