CUANDO EL TEATRO NO TE HACE SENTIR ESTÚPIDO

Ayer tuvimos la ocasión de sentir la primera función de «La estupidez» en el Teatro Cervantes de Málaga con una clarísima ovación unánime por parte del público. Y es que este segundo montaje de la compañía teatral «Feelgood» no defrauda, es más, se quedan bastante cortos en sus entrevistas por todo el trabajo que se ve en el escenario. Hoy tienen la última oportunidad de verla en un último pase a las 20:00 

Mesa de "Los siete pecados capitales" de El Bosco cedida por el Museo del Prado. Se puede contemplar a la entrada del Teatro Cervantes
Mesa de «Los siete pecados capitales» de El Bosco cedida por el Museo del Prado. Se puede contemplar a la entrada del Teatro Cervantes

Si hay algo que me revienta en esta vida es que me tomen por estúpida. Y la situación actual, no sólo la política que sería mi recurso fácil, se presta a ello. Y cuando en mi trayectoria cultural, he tenido esa amarga sensación de que me han vendido una historia que luego no veo reflejada sobre las tablas, me cabrea. Y aún más cuando intentan vender algo que posteriormente no se refleja o se queda a medias tintas.

Pues en esta ocasión que nos ocupa, estoy también enfadada y les explico porqué. Cuando tuvimos esa excelente entrevista con Javier Márquez y Fran Perea, me contaron pinceladas sobre la estupidez humana, lo que denotaba la obra y podría hacer sentir al espectador y un poco, por encima, el trabajo previo que realizaron. Pues bien, no es que se quedaran cortos, es que me contaron una ínfima parte de todo lo que ayer sentí viendo esta increíble obra en el Teatro Cervantes de Málaga.

Si bien es cierto que toda esa cantidad de personajes que vemos en ese motel que copa el escenario y todas las historias que se revelan allí, nos hace ver de una manera ficcionada extrema hasta qué punto somos capaces de llegar por puro egoísmo, avaricia y codicia, para mí no ha sido lo más principal y lo que más hay que destacar de este segundo montaje de la compañía teatral «Feelgood». Lo que a mí me ha hecho ser feliz de ser una devoradora teatral es ver en conjunto todas las horas de preparación, la inteligencia y el respeto que todos los actores y el equipo tienen con el espectador que se sienta a disfrutar de «La estupidez» desde el patio de butacas.

Como bien nos adelantaba Javier Márquez, el director Fernando Soto es un auténtico genio. Con simplemente, este motel como escenografía y el utilizar el viejo sistema de puertas que se abren y cierran, el ritmo no se ralentiza en ningún momento. Cosa complicadísima en una obra de esta envergadura, con tantísimos personajes e historias que se van entrelazando unos a otros. Igualmente, tiene unas precisiones tan certeras en los diálogos y en los elementos que llevan los actores que permiten que el público no se pierda en ningún momento y vaya siguiendo el hilo perfectamente de cómo tiene que evolucionar cada intérprete en su histrionismo y locura particular. Eso es lo que yo llamo respeto y echaba tanto de menos verlo encima de un escenario.

Ese motel donde van sucediéndose esos robos de dinero, esas pasiones sorprendentes y esos bailes que dieron pie a mis carcajadas más sonoras (qué grande el momento «Carola»), parece sacado de una película de los hermanos Coen (de la etapa buena, me refiero), pero va mucho más allá en cuanto a felicidad y sensaciones positivas que provoca y eso sucede por los actores. Mencionados Fran Perea y Javier Márquez, no me olvido de Toni Acosta, Javi Coll y Ainhoa Santamaría.

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Fran reconozco que es devoción particular, pero es que verle en teatro es verle en otro mundo. Ya le reconozco gestos propios de tantas veces que he podido disfrutar de su voz con tantos personajes. Pero es que en «La estupidez», saca incluso mejores cosas de él que nunca le había visto. Interpretaciones más delicadas y más sensibles. Un Fran Perea que se sale y es donde verdaderamente hay que valorar todo lo bueno que es. Javier Márquez fue un descubrimiento para mí en el primer montaje teatral de la compañía, en «FeelGood», lo fue tanto como entrevistado (que también confieso que es de mis favoritos) como con su actuación. Aquí si ya es alto y hubiera un techo, se choca constantemente de lo brutal que se entrega en cada uno de los personajes tan complicados que tiene que defender (me quedo para mí ese momento «Carola»). Toni Acosta brilla más en esa ternura y en esa sensualidad alocada cuando pisa el escenario. Sin duda, es la que más lo llena haciendo fácil, lo difícil. Una capacidad de la que pocas actrices pueden presumir. Javi Coll es de esos actores que con poco que haga, engrandece a los compañeros. Es como esos jugadores de baloncesto que hacen el trabajo que no se ve y que ayuda a todo el equipo. Pues Javi Coll es de esos jugadores y qué delicia verle jugar (y verle bailar). Dejo para el final a otra revelación, Ainhoa Santamaría, con los personajes más difíciles y, a la vez, los más jugosos si sabes jugar tus cartas. Y Ainhoa ha puesto todos los ases buenos encima de la mesa y es absolutamente brillante lo que hace especialmente con dos de sus personajes, uno en su silla de ruedas y otro teniendo que estar constantemente hablando como esas pesadas que no se enteran que repiten constantemente las mismas cosas. Chapeau para todos.

Al principio de «La estupidez» se desconcertarán por todo lo que va pasando y parece que no tiene sentido, pero es solo un breve instante y al final de la obra, se dan cuenta que toda esa experiencia y proceso merece la pena. Lo que dura la función ni se mira ni quieres que se acabe. Es buscar todo el rato la atención del espectador, ya sea por esa posibilidad de tantos personajes que se entrecruzan entre puertas, por dos conversaciones a la vez que te vuelven loco o, incluso, que suenen golpes molestos que ni en sueños, uno puede llegar a pensar que va a ver encima de un escenario. Y no incordia absolutamente nada, y no dejas de quedarte anonadada ante todo ese texto inmenso de todos ellos, que entonces entiendes porque en los ensayos hacían el símil del circo pero es que es el más cierto, si uno de ellos cae, la función se viene abajo. Es un equilibrio constante de diálogos, gestos y apariciones. Pero lo tienen tan bien engranado, que si estuvieran todos encima de una barra de equilibrista, no haría falta una red abajo, porque no se caen.

No sean estúpidos y vayan a ver esta estúpidez tan necesaria. Apoyen el que una compañía apueste por esta arquitectura que no les va a dejar indiferentes y que emana sólo sensaciones que son las que el teatro debe producir. Les tienen que dar esa fuerza y ese ímpetu para que sigan apostando por esta manera de trabajar y de respetar a los teatreros que estamos muchas veces hartos y cansados de ver lo mismo. No se arrepentirán. Palabra de estúpida.

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