En nuestra vida cotidiana, hay diferentes formas en las que podemos comprobar la verdadera naturaleza de quienes nos rodean. Porque verdaderamente como dice uno de los personajes de «Smoking Room», la obra que hasta el 19 de Noviembre se puede ver en El Pavón Teatro Kamikaze, «nadie conoce a nadie» y acertadamente en el terreno donde esa parte más intrínseca puede salir a flote es en el ámbito laboral.

Ahí es donde radica la fuerza de esta propuesta teatral. Seis personajes de diferentes estratos de una empresa multinacional, en el que por la apariencia y los diálogos vamos encajando las piezas de quienes son y qué valor importante toman parte en ese escenario de trabajo. Les vemos en diferentes tesituras y actuando con una máscara de actores, encima de la propia, dependiendo de a quienes se dirijan y qué quieren conseguir de ellos. En ese aspecto, el rasgo de identificación que mucho público busca cuando se sienta en el patio de butacas, se logra enseguida aunque reconozcamos que, en la mayoría de las ocasiones, lo vemos en otras personas antes que reconocerlo en nosotros mismos.

Para marcar la fuerza de esas relaciones entre Secun de la Rosa, Miki Esparbé, quién para mí es el gran baluarte de este montaje y es una satisfacción personal ver su evolución en el escenario de la misma manera que en el cine, Manuel Morón, Pepe Ocio, que se me hizo muy corta sus apariciones y reconozco echarle de menos en más escenas, Manolo Solo y Edu Soto, lo que utilizan es la fórmula de la reiteración. Repetir las mismas palabras y expresiones hasta que se llega a esa conclusión estúpida de tantas conversaciones tontas que, sin querer, tenemos a lo largo del día. Ahí se reflejan los miedos, y especialmente las estrategias de conocer hacia donde quiere tirar cada uno de los personajes y todo el tiempo de la función, los espectadores somos más conocedores que ellos de los objetivos personales, que es precisamente el interés y el sentido de «Smoking Room».

Sabiendo esto, el ritmo se me hizo a veces bastante tedioso y no lograba captar mi interés durante algunos momentos tan reiterativos, e igualmente los momentos de distensión en los que se pretendía relajar la atmósfera gracias a instantes del diálogo más humorísticos, sacaban una sonrisa muy floja que tampoco lograba que te pudieras congraciar con las historias, más exageradas o menos, que se estaban trasladando. Y además, personalmente el final se me quedó demasiado explicativo de unos resultados que quedaban demasiado claros y que se me hubiera resuelto de una manera más sorprendente, concluyendo en otro momento más clave.

Esa excusa de sala de fumadores que sirve para dar origen a todos los conflictos es también la pretensión para disfrutar de la obra, siendo conscientes que van a salir nuestros mejores demonios que somos capaces de esconder o ver enseguida en nuestra gente más cercana. Eso es un valor teatral por el que merece la pena disfrutar de esta función, ya el resultado de salir más o menos satisfactoriamente es comprobar si ese estilo encaja desde el principio con quién se decida a verla. Eso es de admirar, mantener una personalidad por la que defender tu trabajo pero también es un riesgo de que el público quiera firmar ese contrato o rescindirlo. Pero, en definitiva, siempre queda esa conclusión clara, «nadie conoce a nadie».

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