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Me ha parecido sencillamente brutal el nuevo ejercicio cinematográfico de Adam McKay, quién ya me conquistó con su particular visión de presentar temas que verdaderamente deberían ocupar más tiempo en nuestro interés cotidiano en la maravillosa «La gran apuesta», para repetir reventando esa figura política tan hermética como es Dick Cheney en «El vicio del poder», y mostrar sus orígenes, conducta y evolución que se convirtió en un auténtico peligro cuando llegó a la vicepresidencia en la era Bush, y que muchas de sus locuras que fueron amparadas y justificadas, aún tiene vigencia en el sistema americano.

Recuerdo que después de ver «La gran apuesta» por la que el propio realizador ya ganó un Oscar al mejor guión adaptado, me recordaba esa sinceridad y espectacularidad, al mismo tiempo para hacer llegar un mensaje de conciencia y hacer pensar al espectador, al director Michael Moore pero claro él lo enfocaba de manera documental y él era propio protagonista de las historias, así que en el caso de Adam McKay hay una intención muy clara de ser gamberro en el montaje y en el juego que le da a sus actores para realizar esa labor concienciadora a los espectadores. Y lo vuelve a repetir en «El vicio del poder».

Es hablar de temas controvertidos de forma muy directa, y utilizando soberbiamente la ironía para que todos los datos te atrapen de una manera cautivadora durante todo el metraje, y no se pierda el ritmo en las dos horas de duración de la película. Y en este caso, el protagonista es Dick Cheney. En el film, se retratan sus orígenes y cómo de la nada por esas casualidades de la vida de lograr estar en el sitio adecuado, y saber usar tus propias armas logró posicionarse en altos puestos de estamentos americanos, y controlar de una manera violenta y con ansias de venganza todo lo que tuviera que ver con política exterior y dominio del sistema judicial. Las dos bases por las que él sabía que podía controlar todo el poder que en esos momentos se gestaba.

También se revela que Cheney solo dejó la política en los años 90, durante la era demócrata de Clinton, para dirigir la empresa petrolera Halliburton: una de las grandes beneficiadas de la invasión de Irak de 2003 en busca de unas inexistentes armas de destrucción masiva, y se recrea en cómo la administración retorció la realidad hasta identificar el 11-S con Sadam Hussein,  y en como traicionaron las leyes para permitir la tortura en Guantánamo.

Christian Bale acaba de ganar el Globo de Oro al mejor actor de comedia por esta interpretación, y no me extraña únicamente porque para convertirse en Cheney, el actor tuvo que afeitarse el pelo, aclararse las cejas y hacer unos ejercicios para que su cuello pareciera más grande, e igualmente tuvo que ganar más de 20 kilos que afirma haberlo conseguido a base de comer tartas. Es que además, la gestualidad y el rictus del personaje son completamente clavadas, y sé a ciencia cierta que no se va a corresponder con un Oscar en este año, pero para mi es un meritazo que le hace seguir siendo un actor de los grandes. Se disfruta enormemente con la labor que hace con este vicepresidente tan reconocido, y que él logra hacer tan suyo. El resto de actores, muchos de ellos repetidores de «La gran apuesta», también están a buena altura pero ante lo que Bale realiza, se quedan en un segundo plano que acompaña perfectamente lo que el protagonista necesita en cada escena. Pero el eje central es constantemente él, y lo exacto que marca su trabajo como actor. Bárbaro.

Adoro estos contenidos políticos que me hacen pensar y aprender al mismo tiempo. Lo difícil de este tipo de tramas es no entrar en el juego desde el principio, porque a pesar de que hay una intención clara y constante de no dejar de buscar al público de diferentes maneras, y que surja más de una sorpresa durante «El vicio del poder», entiendo que haya mucha gente que le resulte larga y que puede lograr desconectar en determinados momentos ante tantos datos o cambios de protagonismo en cómo se retrata todo lo que fue la vida de Dick Cheney. En mi caso no ocurrió en ningún momento. Sigo disfrutando de ese humor que refleja la verdadera cara de la moneda de los que pretende usar el poder para sus propios intereses, y no el general de quienes les votan. Me encanta seguir descubriendo esas letras pequeñas que no vuelven a salir a la palestra y que no debemos olvidar para rectificar nuestros errores. Y que el poder es atractivo pero no sólo conlleva una gran responsabilidad, es que también sabe sacar lo peor de las personas. Y aquí se plasma para hacer reflexionar, y tomar el verdadero valor de lo que es importante en la gestión de nuestras propias instituciones. Me declaro fan del cine de Adam McKay, así que toca esperar a su próxima inquietud.

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