ESE DIOS INVISIBLE DE LA ARQUITECTURA

Me siento tremendamente feliz de ser testigo de una generación que abiertamente utiliza sus conocimientos teatrales para encontrar en obras de nuestra literatura universal, sus vías para reflejar sus propios conflictos y fortalezas. Es un trabajo arduo de estudio de las obras en la que somos conscientes que, a lo largo del paso del tiempo, ese poder desde la parte paternal, en diferentes contextos, sigue mostrando las mismas incertidumbres en los tiempos actuales. Son otras maneras de vivir porque la tecnología no estaba presente, pero las dudas sobre esa figura familiar que ha sido un dios invisible o no ha apoyado a sus vástagos, es un ciclo que se repite con otros nombres y realidades pero que encuentra en el teatro la terapia para hablar de ello. Por cierto, me alegra mucho más que sea desde un prisma femenino con tanta sabiduría e inteligencia.

En «La fortaleza» se habla de «El castillo de Lindabridis» de Calderón de la Barca, pero se aprovecha su temática para hablar de un padre arquitecto, constructor de sus propias fortalezas, que no estuvo. Ese padre ausente al que se ha disculpado con mil excusas desde el origen tradicional, y que sin embargo ha creado una generación, especialmente de mujeres, que han querido atajar esa falta de amor y encontrar de qué manera perdonar para seguir abordando la vida.

Uno de mis estusiasmos más célebres es de qué manera, Lucía Carballal, como autora y directora ha trabajado de una manera pormenorizada para que esa realidad narrada, se pueda trasladar fácilmente al público. Pero, además, con constantes cambios y elementos de escena que se van integrando en el relato que logran conectar con el hilo conductor de esta construcción escénica sin que se caiga un solo ladrillo. Hay una riqueza muy bien elaborada, pero además todo se conecta desde un camino bien explicado, con profundas referencias para seguir anclados a lo importante, y desde la base por la que este arte tiene sentido que es el discurso, en este caso muy apelativo al público logrando sonrisas cómplices de reflexión y una evolución hacia una emocionabilidad que se palpa en los poros de la piel sensible que recoge todo lo que recibe desde el dolor y la rabia.

Pero lo que más más más le agradezco en el alma a esta incipiente creadora es la dosis de humor con denuncia implícita que le ha otorgado al montaje: hacia el teatro contemporáneo, los listos que opinan de él, a las palabras que se ponen de moda y se usan de manera torticera, bravo por remarcar ese miedo al esfuerzo (harta estoy de justificar a una generación de jóvenes que lo han tenido todo hecho y se justifica porque es su momento temporal), bravo por tratar con ese respeto al acento andaluz (como malagueña que ha sufrido esa discriminación, esa parte la he sentido en rebeldía plena), defender la crianza con apego, la labor tan exhaustiva, dedicada y que debe ser más alabada de decir el verso (extremedamante importante alzar esta voz para tantos profesionales que son de esta difícil materia), mi gran denuncia de acabar con todos los días del padre  o cuestionar que es empezar de cero.

Otra tónica general que me entusiasma es el gran trabajo de las actrices. Cuando se dibuja lo que debe cumplirse desde el respeto y la escucha, no se superpone la labor de una intérprete a otra, y eso se agradece en demasía. Cada una tiene su momento, su parte evolutiva y su manera de trasladar esos hechos para ir encajándolos en nuestro puzzle de ideas, logrando una unión que hace que los cimientos de esta función sean indestructibles. Trabajazo para quitarse el sombrero y arrodillarse ante la pasión en las tablas de Eva Rufo, Mamen Camacho y Natalia Huarte. Era curioso, además, mientras se mostraba la información curricular de ellas, como en orden han ido relevándose en diversos montajes de la compañía nacional de Teatro Clásico, de la misma manera que han ido cogiendo el testigo en orden en «La fortaleza».

Al sentarme en mi palco del Teatro Municipal de Almagro, una espectadora ha exclamado al ver el escenario: «¡Cuanto escombro!». Supongo que luego ha entendido esa metáfora en la que todas queremos recoger esos desperdicios construyendo nuestras propias fortalezas.

¡Compártelo!
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter