INTENTAR ESCRIBIR CON HILO FINO

¿Sabéis cuando le tenéis tanto cariño y respeto a una persona que eres incapaz de decirle los aspectos menos buenos que opinas sobre él/ella?. Es justo lo que me está pasando, y lo que no quería que me volviera a suceder tras ver «La habitación de María» con Concha Velasco que, finalmente, de manera inminente se ha convertido en el último estreno de esta edición del Festival de Teatro. Menos mal que muchas de las funciones regresarán en mayo, y que también las que han quedado sin estrenar, tendrán nueva fecha.

Lo que es innegable es la trayectoria increíble de la actriz que a mi me ha hecho sentirme privilegiada de verle en papeles tan impresionantes como «La vida por delante», «Hécuba» o cuando me desplacé a Valladolid para disfrutarla en su tierra con «Reina Juana». A estos estrenos, añadidle tantos en su carrera en la que empezó con 11 años, y que en este año pueda seguir defendiendo papeles en el escenario a sus 81 años. Todo un valor a destacar, y como me decía Jose Carlos Plaza en la entrevista con una agilidad e inteligencia que es de las pocas intérpretes que logra esas emociones en el teatro.

Pero si la están protegiendo de ver prensa y cuidarla en casa, tendrían que hacer lo mismo en esta etapa de su carrera profesional. A un hijo se le quiere, pero el despropósito en ese texto que te da pena escuchar y que, con el amor más puro, Concha es capaz de decir y defender palabra por palabra con su sabiduría, pero sin sentido ninguno en una historia que quiere abarcar muchas sensaciones pero el hilo conductor brilla por su ausencia, y que no tienes una experiencia de haber vivido un arco emocional en el que hayas entendido una historia, y qué quería contar con su personaje. Te pierdes por completo, y tienes además esa maldita sensación de querer que se acabe para salir precisamente de la agorafobia que siente el rol de la escritora, Isabel Chacón que protagoniza esta función de «La habitación de María».

El público la quiere y debe quererla. Y ¿quién no aplaudiría a una profesional de 81 años que al final de una actuación se esfuerza en decirle a esos asistentes que la quieren, que sigan yendo al teatro, que la cultura es segura y que cuenta la realidad de sus días, emocionada incluso con amigos que van a verla en estos tiempos difíciles?. Lógico que se haga, pero ese cariño y respeto no debería nublar que el resultado de «La habitación de María» es muy deficiente en general y no se sale con esas sensaciones de haber disfrutado y que esa historia tuviera algún tipo de sentido.

Demostrar amor a la cultura en una obra no es decir citas literarias. Si quería hablar de los límites personales imaginarios que condicionan a una persona a ponerse sus propias barreras o hacerlo extensible a los miedos que puede experimentar cualquiera, hay muchísimos ejemplos en los que inspirarse, o haber indagado de una manera más profesionalmente y teatralmente hablando para que ese enfoque tenga una evolución que pueda llegar al espectador. Hay mucha consecuencia de acciones que se refugian en halos de misterio, y al final es argumento cogido con pinzas que si te lo narra Concha Velasco con su maestría puede decir hasta las oraciones de un libro de lengua, pero no se ha hecho un buen trabajo para que haya un significado, una explicación y una experimentación de porqué ha llegado a ese punto hasta el final. Y tampoco los recursos escénicos sirven para mejorar ese ritmo y el dinamismo de la función. Parecen añadidos que sí que provocan algunas notas de humor, pero no ayudan a que todo pueda tener esa comprensión necesaria y que en conjunto pueda tener sentido para el público.

Ojalá venga algún profesional de tantos con los que se ha puesto en sus manos y con los que hemos podido ver a Concha Velasco en su plenitud artística, porque en esos ojos hay fuego de teatro y en esas palabras una ternura con la que aún puede contar muchísimas cosas, y ojalá ese guionista, adaptador o director le de un papel con el que, de verdad hacer un funeral o una habitación en la que hilar fino para que se pueda despedir acorde a su valía del oficio que tan brillantemente ha defendido a lo largo de su vida. Ojalá.

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