TALENTO ENCERRADO EN PARÍS

La escenografía de paredes transparentes de «Ninette y un señor de Murcia» nos trasladaron al París de los años 50, la pasada noche en el Teatro Ciudad de Marbella, gracias a la Fundación José Banús y Pilar Calvo que han dado la oportunidad de poder disfrutar de ella, después de mucho tiempo girando por toda España. Una ambientación más que adecuada que ayudaba a marcar el tono y el discurso que los personajes de esta reconocida obra de Miguel Mihura, nos tenían que ofrecer durante toda la función.

El respeto a una obra de estas características está claro. No se juega con el texto ni se modifica un ápice la intención en la que el escritor pretendía trasladarnos a esa España donde se pasaba hambre y muchos tuvieron que exiliarse a encontrar una vida mejor. También hay una exquisita consideración a esa represión y falta de libertad que se tenía en esa época, enfrentando como hábilmente hace el autor a esa España con censura frente a esa Francia con libertad. Todo ello lo enmarcan todos los actores en un notable empeño del director, César Oliva, que se denota en cuanto comienzan las escenas en ese piso desde el cual todos nos sentimos encerrados como el protagonista.

Personalmente, «Ninette y un señor de Murcia» me ha regalado el poder ver a Natalia Sánchez en el teatro. Es pura dulzura. Es una Ninette loca y coqueta, que podría hacer que cualquiera se pusiera a su voluntad. Y ese acento que quería descubrir es sumamente divino porque, para nada, es una mofa acentuada. Es sutil, delicado y con un cariño que es presente en cada entonación y, sobre todo, en sus diálogos con Jorge Basanta. Y, ahora entiendo las declaraciones que me hacía la propia actriz en la entrevista, porque actuar con un intérprete como Jorge Basanta debe ser alentador en muchos sentidos. A Natalia la quería descubrir, pero Jorge ha sido mi gran descubrimiento. Una voz contundente que llegaba hasta la última fila del teatro, un saber hacer con mucha entrega y naturalidad y una constante ayuda para sus compañeros, que permitía que cada uno de ellos diera lo mejor de sí mismos y, salga una función tan redonda y completa.

Me hubiera gustado, eso sí, que ya que se utiliza al protagonista como narrador en su propia historia hubiera copado más protagonismo en ese sentido, en detrimento de algunas escenas excesivamente largas que hacían, en ocasiones, que decayera el ritmo y se perdiera un poco el hilo de lo que estaba aconteciendo. Aunque por otro lado, es nn gustazo volver a ver a Julieta Serrano y Joaquín Kremel simplemente subidos en un escenario y muy interesante el contrapunto de Javier Mora, como amigo del protagonista, ya que permitía ese humor no tan en el contexto de Mihura, sino acercarlo un poco al momento más actual, eso sí, sin perder la estructura principal de lo que estaba aconteciendo.

Aún así, la representación cumple su cometido. Es una comedia a la antigua, que te despierta leves sonrisas y que marca un acento de ese momento que está bien representado. No se le puede pedir más y, ya incluso en esta afirmación, es mucho conseguido. No sería la primera vez ni la última que al readaptar, cambia todo el contexto original y casi ni se reconoce lo que uno contempla ante sus ojos o intenta hacer más comprensible algo que tiene su discurso preciso en ese tiempo y no es necesario contemporaneizarlo. Por eso, pongo en valor el año y medio de gira de «Ninette y un señor de Murcia». Porque cuando hay un trabajo respetuoso, la gente disfruta con estas propuestas y esperemos que la tendencia a rescatar clásicos, siempre vaya por esta tesitura.

¡Y qué ganas tengo de visitar París!

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