Crítica «Tiresias» – Festival de Teatro de Mérida
QUE NO DECAIGA LA TRAGEDIA
Hay veces que me siento en un patio de butacas, y ante la propuesta escénica me planteo si mis consideraciones deben tener un cambio generacional hacia lenguajes simbólicos, porque se está convirtiendo en una tónica general en muchas de las críticas que os he podido transmitir en estos festivales de verano en que entiendo el concepto general de las funciones y la metodología simbólica, pero se me hace la obra excesivamente larga de duración. Y entendiendo lo que se me plantea, mi alma teatrera prefiere otras formas de llegar al corazón y hacerme reflexionar.
Me ha vuelto a suceder con «Tiresias» celebrando esta 70 edición del Festival de Teatro de Mérida. La propuesta y el planteamiento es atractivo en cuanto a personificar y explicar la figura de este visionario, protagonista y parte fundamental de muchos de nuestros personajes mitológicos más reconocibles, pero la ejecución se hace muy larga y el resultado final tiene muchos alicientes en esa labor actoral para que sea algo satisfactorio, pero no es una resolución completamente placentera y satisfactoria debido a que muchos aspectos no logran que ese ritmo y atención se mantengan durante todo el tiempo.
Hay dos elementos importantes que se marcan en la representación: el primero es la idiosincrasia del propio personaje protagonista puesto que empieza siendo hombre para luego ser mujer. Esto le sirve a los autores para desarrollar en las historias, reflexiones importantes sobre el posicionamiento y el legado de injusticias que hemos arrastrado el mundo femenino desde siempre; el segundo es la condición de adivino ciego de la ciudad de Tebas que en toda la obra nos muestra en todos los ejemplos que pasan durante el recorrido teatral, cómo Tiresias podía ver toda la verdad aunque, finalmente, nada cambiara.
Como digo no es que lo que se pretenda no se consiga, pero el hilo conductor y el viaje no resultan atractivos desde el principio y se hace excesivamente larga. No le faltan giros para que el espectador pueda seguir recibiendo en ese ejercicio interno de entender las metáforas de todo lo que aparece en escena, y conextualizarla en cada recorrido de Tiresias con dioses importantes de la mitología griega. Y en esa intención hay un trabajo corporal, especialmente por parte de Alfredo Noval que es de un talento sublime y entendía al momento todas las emociones que necesitaba palpar en mi cuerpo y en mi corazón, un trabajo musical con un Carlos Beluga imponente que te dejaba con las ganas de pedirle otra canción desde donde quisiera actuar en el escenario (además de un showman extraordinario), y un trabajo de voz con un descubrimiento de los que me encantan, absolutamente precioso en la voz de Paula Mendoza, donde me estremecía con el juego de luces y escuchándola cómo sentía todo a traves de su garganta; que hace que el interés de todo en conjunto se vaya manteniendo, pero cortando de seco para pasar al siguiente capítulo. Una mezcla a la que luego vuelves a subirte al carro discursivo y sensible, para luego volver a soltarte y tener que recuperar de nuevo el sentido general. Si se hubiera esbozado en menos tiempo, no se me hubiera hecho tediosa en ocasiones, pero ésa era mi dificultad en toda la idea de la función.
Los colores y todos los elementos que aparecen de escenografía son de un contenido sorprendente, para luego tener un sentido muy explícito, mostrando inluso una temática sexual muy interesante pero que se me quedó vacía al no desarrollarla algo más. Era una línea de trabajo que muchas compañías no afrontan con valentía, y esperaba que hubiera seguido más por ahí. De hecho admirando ya de antemano a Ana Fernández, fue la ocasión que la he podido ver diferente en escena y era un gustazo observarla mientras se dejaba fluir por esas diosas tan poderosas y con una carga erótica muy acuciante. Y en cuanto al texto, tiene instantes muy interesantes de recoger pero la parte humorística, que entiendo que la hacen partícipe para destensar los momentos de esos manipuladores del discurso que no se interesaron por la juventud de Tiresias, no fue de mi agrado aunque reconozco que en esa tesitura soy algo difícil de contentar, y el público agradeció esos momentos fuera del discurso, además especialmente los que los intérpretes rompían la cuarta pared para estar directamente cerca de los ciegos queridos mortales del futuro, y regresar de nuevo al centro de este impresionante Teatro Romano de Mérida.
Pero si este recorrido ha merecido la pena y es lo que me llevo es confirmarme que Alfredo Noval se va a convertir, y ya le queda poco, en uno de los mejores actores de nuestro teatro español. Tiene algo que no puedo explicar. Una fuerza escénica que hace que convierta cualquiera de los personajes que impregnaba en su piel, en seres vivos con mucha presencia, con una voz que hacía tiempo que no me hacía sentir todo tipo de sentimientos que necesito cuando quiero disfrutar de la cultura (hubo un momento que habla directamente al público que me recordó a cuando le descubrí en «La vida es sueño» en Almagro y fui muy feliz de nuevo viviendo su pasión en escena), una actitud que extraño en muchas ocasiones porque va cargada de generosidad hacia el espectador, y también hacia sus compañeros. Es increíble lo que es capaz de trabajar con todo su cuerpo, y me lo ha demostrado nuevamente en «Tiresias».
Los mensajes que en esta obra nos brinda el mensaje protagonista, me indujeron completamente a que no decaiga la tragedia. No debe hacerlo por su interés absoluto en que esa verdad tan imprescindible, tenga esa belleza que nos hace reflexionar sobre lo importante de este mundo y actuar en consecuencia a lo que aprendemos de cualquier oráculo de sombras.
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