Crítica «La última boqueá» – CCP María Victoria Atencia
LA ISLA DE LOS MOMENTOS FELICES
En esta crítica voy a utilizar la misma condición alegórica que la que define la compañía «Teatro a la Plancha» en los espectáculos que crean. Necesito hacerlo porque yo entiendo el teatro desde el disfrute que se entra al patio de butacas hasta la caída del telón de la función, y las características o sensaciones que pueda marcar desde lo que me pudo llegar con el increíble esfuerzo de estos tres grandes actores, Selu Nieto, María Díaz y Pablo Gómez Pando, se vino condicionado con una contemplación a medio gas, y con un trabajo extra por mi parte para poder entrar dentro de la obra sin que me molestara buena parte del público que se dedicó a ridiculizar la trama, y comportarse como si estuvieran en el patio de su casa con chascarrillos y una mala educación que me dio vergüenza ajena.
Teniendo en cuenta este ambiente que se aleja del protagonismo escénico, el que conoce el lenguaje y la labor de estos artistas reconoce enseguida los códigos de «La última boqueá». Personajes tratados con cariño, con su propia idiosincrasia que marca lo que quieren contextualizar en la obra, esas repeticiones a las que le van añadiendo más detalles y que hace que el ritmo siempre evolucione hacia donde quieren que el público llegue y un cuidado de una escenografía de objetos, las luces y la músicas que determina el foco por el que el viaje teatral debe pasar para entender cada mensaje, cada palabra y cada situación de lo que plantean.
En este caso, «La Canija»,»El lindo» y «El lorito» empiezan hablando de despedidas pero todo deriva hacia esa conformidad que el ser humano llega muchas veces cuando nos cuesta enfrentarnos al dolor diario de la vida. Es una isla, que simboliza un bar, pero son esos lugares que queremos que cada vez sean más pequeños, que nos protejan y no nos hagan salir al mundo exterior porque nos pueden volver a hacer daño. Yo lo sentía cada vez que el personaje de Pablo Gómez Pando barre esa superficie de corchos de botella y mengua ese espacio donde los roles de Selu Nieto y María Díaz parece que quieren quedarse siempre atrapados, porque allí «siempre fueron felices». Más que de soledad, yo creo que «La última boqueá» habla de nuestros miedos. Ese sentimiento que te atrapa y te bloquea en tu propia ínsula y hace que te envuelvas en una mentira que te hace sentir cómodo y a salvo. Y si no le pones remedio, uno se queda inerte sin que quiera que la cosa cambie y venza la resignación. Y sin olvidarnos del alcohol, ese gran amigo y aliado que ayuda a que no tengamos que pensar y se pueda huir de esa realidad a la que no le queremos dar ninguna solución, porque nos expone a algo que hay que hacer con valentía. Todas esas metáforas están perfectamente planteadas y de una manera muy inteligente por parte de «Teatro a la Plancha».
La risa incómoda es por la situación que se te plantea con ese cuarto personaje al que pasean por toda la escenografía con un sentido, pero el problema es que si uno no llega a entender que la particularidad para entender esta representación va por esos derroteros, es difícil que al público le pueda llegar esas reflexiones y el camino se quede completamente aguado. Sin ni siquiera una isla donde poder salvarse. Por eso, ese ejercicio de parar nuestras propias ganas de protagonismo y mantener esa educación para que unos profesionales puedan desarrollar su actuación encima de un escenario, sino se cumple provoca que la temática que quieren plantear quede como una especie de caricatura que hace que no entiendan este sentido y se rían en partes inoportunas donde la lógica no actúa, y se pierdan por completo en el contexto general de la función.
Logrando abstraerme con dificultad de este ambiente poco receptivo para disfrutar y emocionarme de esta obra de teatro, es para felicitar el esfuerzo de «Teatro a la Plancha» por haber conseguido este sello tan único y especial, donde se habla de nuestros propios problemas cotidianos, con esa filosofía que te hace reflexionar de esa manera tan especial y maravillosa que logran las artes escénicas. En esa isla cultural me quedo, a la espera de que siempre me salven con su filosofía tan acertada en los próximos montajes que quieran mostrar con su poesía artística. No quiero respirar de ellos una «última boqueá».
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