Crítica «El castillo de Lindabridis» – Festival Teatro Clásico de Almagro
FIESTA CORTESANA CON INGENIOSAS COREOGRAFÍAS PALACIEGAS
Nuestro pistoletazo de salida clásico en Almagro ha tenido una obra vertiginosa en la que nos hemos podido deleitar con un gran trabajo de equipo actoral. Eso es de agradecer, porque disfrutar desde el patio de butacas de esa concentración, con un ritmo totalmente trabajado y que obtiene un resultado magnífico de desarrollar una historia caballeresca sin perder el interés, y dando muchísimo humor, tiene como resultado lógico que «El castillo de Lindabridis» sea un ejemplo de coreografías precisas al servicio de la historia, y que todos hayan estado trabajando a una para sacar adelante el texto, las canciones y la escenografía que se convierte en un personaje más.
La princesa Lindabridis, para heredar el trono de Tartaria, deberá casarse con un caballero que pueda vencer a su hermano Meridián en un torneo. Para ello, en la búsqueda del marido que mejor se ajuste a sus necesidades, viaja por el mundo en un castillo volador. Desde esta premisa, se suceden toda una serie de juegos, enredos y equívocos. Y en esa labor en conjunto, hay dos factores que benefician que el ritmo de la función no decaiga, y que el espectador no se descontextualice en ningún momento. El primero es esa escenografía que, como puzzle, muestra todos los ambientes necesarios para que nuestra imaginación vuele hacia las realidades que nos quieren mostrar en el escenario, y el segundo es la música que le da esa importancia que el autor, Calderón de la Barca, implicaba en sus textos. Esa canción de «Si el femmene purtassero la spada» («Si las mujeres portasen la espada»), es solo un toque distinción de todo el papel fundamental que todos los instrumentos que aparecen en la obra, piano, cuerda, percusión y hasta trompetas tienen en este baile teatral para que sea un profundo éxito. Los instantes en los que los intérpretes cantaban a coro, era un ejercicio muy bello de escuchar, me ha gustado especialmente cómo han compactado sus voces y matices.
La directora, Ana Zamora, pretende que el público esté constantemente despierto y que no se pierda detalle hasta dejándoles que se impliquen de una manera sutil y acertada. Hay unos privilegiados espectadores que han podido sentir la obra muy de cerca desde el escenario, y los protagonistas de manera muy inteligente les hacían intervenir, haciéndoles vivir esa sensación de artistas de una manera diferente. Seguro que han disfrutado mucho escuchando esas respiraciones o brindándoles alguno de los objetos que necesitaban en las escenas. Pero los demás no hemos estado descuidados, todos los actores tenían una implicación y conexión muy cercana hacia nosotros, con una actitud que se agradece dándole esa vertiente clásica, sabiéndose divertir con la propia personalidad de los roles con una de las mejores armas que me encanta que usen, que es saberse reír de si mismos.
Y a todo esto se le une por parte de la autora de la adaptación, un trabajo muy cuidado con el humor. Una herramienta que no debe faltar en este tipo de género, pero que es difícil que salga con las condiciones óptimas para que en esos momentos más álgidos, la comedia sea la responsable de que esos líos entre personajes cobren sentido provocando una sensación de risa que no cesa, hasta llegar al cúlmen de la función.
Me ha gustado sentir y apreciar este sentimiento en el que me he creído que navegaba en un barco por todo el centro del Aurea de Almagro, e igualmente que recogía mi vestido para bailar con todos estos profesionales que han logrado divertirse ellos para que se nos transmitiera inmediatamente. Una banda artística y sonora que marca esa contemporaneidad que Calderón exige en estos tiempos, donde queremos más mujeres que porten la espada.
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