EL JUEGO DE UN IDIOTA

Hoy se realiza el estreno oficial de «Idiota» en el Teatro Pavón Kamikaze. Una apuesta que estará programada hasta el próximo 30 de octubre pero que, en las sesiones previas en las que el público ya ha podido asistir a estos pases, ya se ha registrado lleno absoluto en el patio de butacas. Algo que esperemos que suceda en este concurso teatral, en el que se estima complicado que alguien vaticine cual va a ser el premio final que se lleven los protagonistas y nosotros mismos.

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Ver «Idiota» y degustar esos diálogos entre los protagonistas, Carlos Valera y la doctora Edel, te hace querer navegar más en ese texto teatral en el que está basada la obra. Lo mejor tras salir de esta obra de teatro, no es sólo esa reflexión que ya nos adelantaban que se iba a producir sobre el grado de aceptación y sacrificio personal que somos capaces de soportar para aguantar una situación claramente insostenible, sino que te quedas con una sensación de no haber podido digerir todos esos diálogos en los que lamentablemente nos vemos reflejados, aunque no queramos reconocerlo.

Hay mucha verdad en esa intención del personaje, que interpreta Gonzalo de Castro, de ser un ingenuo que, en principio, se lo toma todo a cachondeo, esperando a poder pasar una tontería de pruebas y enigmas para poder cobrar un dinero que bien falta le hace. Normalmente actuamos de esa misma forma, hasta que, como le ocurre a este protagonista, la cosa se complica y se escapa al control que previamente nos teníamos preparados. Aquí ya actúan las fases que le vemos a Carlos Varela, nervios, intentar solucionar todo a regañadientes y no pensando en las consecuencias de nuestros actos, implorando la solución a un túnel sin salida, en el que nos hemos metido por no ser conscientes de dónde nos metemos por un fin económico.

Y, finalmente, esa buena sensación teatral que en un alarde idiota, incluso, consideramos que no llegaríamos a tal extremo o tomaríamos la decisión ética y correcta. Parece fácil pensar que no seríamos ese idiota y desengancharse, cuando queremos, de esa empatía con el personaje que interpreta Gonzalo de Castro. Pero en el fondo, el poso se vuelve más consciente y sabes perfectamente que te plantearías cada una de las cuestiones por las que se desarrolla esta historia, de la misma manera que nos la muestran encima del escenario. A mí no me importa reconocerlo. El teatro verdaderamente, y especialmente en esta propuesta de Israel Elejalde, lo brinda de esa forma para que suceda y las dudas y conflictos queden en una hipotética respuesta pero en un ejercicio brutal de reflexiones.

El problema que radica en «Idiota» es hasta llegar a esas últimas escenas de desenlace sublime por las que merece la pena navegar por todo el transcurso de la obra. El diálogo entre Carlos y la doctora Edel se maneja interesante y atractivo, envuelto en una escenografía e iluminación que dan el carácter preciso que se necesita, para entender a los personajes y entrar en ese contexto de encerramiento que se requiere. Ayuda mucho a crear esa atmósfera en la que ya dilucidamos que el protagonista debe mantenerse en esa mesa y hablar a distancia adecuada del micrófono y que la doctora debe mantenerse en su posición firme, para que las pruebas vayan saliendo correctas. El público se mantiene dentro de esa claustrofobia de colores neutros en las que no pasa la luz y la angustia se vuelve más acuciante.

Pero ese camino es difícil que atraiga completamente la atención del espectador todo el rato. Hay veces que el diálogo es muy extenso y, aunque ayude y mucho, pequeños detalles que alteran ese discurso constante de diálogo, así como proyecciones que tienen que estar en la propia consecución de acciones de la trama, en general hay mucha información y poca acción. Lo cual es lógico porque únicamente con dos actores en escena y unas palabras de tanta enjundia, el equilibrio siempre se antoja complicado. Gonzalo de Castro lo mencionaba en la rueda de prensa de presentación, «Idiota es un caramelo envenenado» y, en ese sentido de la dificultad de mantener ese ritmo constante es donde yo encuentro que radica ese veneno.

Curiosamente, hay una reacción muy extendida en la mayoría de los espectadores que ya han podido disfrutar de «Idiota», muchos intentan descifrar los enigmas que se plantean encima del escenario. Es más, cuando acabó la función, aún había algunos intentando averiguar alguna respuesta que se les quedó en el tintero. Con lo cual, la conexión si que se logra aunque, de forma general, haya un tramo más intermedio en el que no enganche tanto y, al momento, se logre volver a conectar enseguida, para despertar esa cara de asombro cuando te has dejado llevar por un buen thriller.

Y aunque también haya mucha comicidad, reconozco haber sacado esa sonrisa sutil más que de comedia de carcajada. No me salía tampoco en muchas ocasiones porque notaba que el personaje, a veces, se escudaba en comentarios para salir de alguna encrucijada que le volvía loco y para mí, eran unos gags más reconocibles y no provocaban tanto esa hilaridad con la que pensaba que se jugaba en este thriller.

No quiero dejar de resaltar el gran trabajo de Elisabet Gelabert. Tenía razón en que parecía estar inspirada en una heroína de cómic, alta, pelo corto y postura siempre de seguridad ante un sujeto que maneja a la perfección como al público que la estamos observando. Es como si siguiera la estela de esas mangíficas ilustraciones de Lisa Cuomo con la gran música de Arnau Vilà y ella apareciera en la primera viñeta del escenario del Teatro Pavón Kamikaze. Y no sólo ha hecho una inmensa labor física, sino que la psicología de su personaje y como va conduciendo la trama y calmando los nervios con su voz, es de un ejercicio actoral que no deben perderse y creo que le ha hecho crecer positivamente como actriz. Yo ya conocía de su valía pero me ha hecho estar más pendiente de lo que vaya a seguir transmitiéndome en su futuro.

Yo les animo a que se reten consigo mismo y vayan a jugar a este enigma teatral de complicados tramos, porque cuando se resuelve el enigma, después de todo ese diálogo y transcurso, les merecerá la pena haber apostado comprobar, cuánto de libertad tenemos para liberarnos de ser idiotas.

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