P´ALANTE

Este es el primer año que he tenido la oportunidad de descubrir qué hacían esos majaretas de «El Espeto Feliz» en el Teatro Echegaray montando una zambombá, donde nada parece lo que debía ser y, al final, todo es más grande de lo que uno pronosticaba que fuera. Y había escuchado de todo pero lo que, decididamente, quería comprobar era qué iba a sentir de lo que contemplaría delante de mis ojos. Y lo decidí así, por la buena experiencia que ya había comprobado en ese «Patio 19» donde ya empecé a descubrir a alguno de los personajes que aparecen en esta zambombá. En aquella ocasión, la vida recorría las paredes blancas de ese patio tradicional, donde con un humor ingenioso y mordaz se hablaba de las cosas relevantes de la vida. Y salías con una sensación inigualable de disfrute.

Y ayer, siendo una zambombá, había muchos más elementos que tener en cuenta a la hora de analizar y ver la capacidad que tendría esta compañía teatral para ubicar tantas características que tiene esta fiesta, como también desarrollar esa originalidad que siempre demuestran en sus espectáculos. Y ambos detalles, los cubrieron con soberbia maestría.

A veces, lo triste es mirar la vida con ojos de purista. Esperando que todo sea como uno espera o como uno cree que tienen que ser las cosas. Es más interesante, romper lo establecido, quebrantar las reglas y jugar con las herramientas que te proporciona para conseguir un show multidisciplinar y que te deje boquiabierto todo el tiempo. Por ello, nada más comenzar la zambombá aparece un Manolo Albarracín que parece sacado del primer premio del Carnaval de Tenerife. No le falta detalle, ni gracia a reventar. Es una naturalidad que no se enseña en una escuela sino que se labra a base de esfuerzo y constancia en el trabajo. Tengo actores que cuando suben al escenario ya cautivan mi emoción por su manera de interpretar y, Manolo si sube al escenario, sé que me va a hacer sonreír y no se me va a quitar hasta que se baje de sus tacones, se quite su traje de palmillero o se quite la gorra de Er Nano.

A raíz de esa presentación, la estructura de la zambombá ya es un poco más reconocible aunque ofrece muchas variantes. No paran de sucederse cantes y bailes pero, al mismo tiempo, la manera de que el público se vaya deleitando es organizar una competición entre diferentes barriadas de Málaga, la Cruz Verde (por supuesto), La Palmilla y El Limonar. Todo ello con plenitud de topicazos porque es el juego principal de esta zambombá teatral pero, precisamente, se hace para echarlos por tierra. Es como ver reflejado tus errores para saber que hay que cambiarlos.

Una estrategia muy inteligente en la que, además, vimos arte para reventar. En la parte de la Cruz Verde, mucha pasión, quejío y unas voces absolutamente arrebatadoras en la piel de Tania Ortega y Rosa Linero que dejaban ver todo el arte en el escenario sin mesura. Y Estefanía Rueda volvía a abrir y cerrar los ojos en esa Rosa cautivadora que enfada y, a la vez, te la quieres comer a besos, reconocible seguramente en perfiles de nuestra propia familia. Mi apuesta como jurado popular, sin duda, venía con las palmilleras. Esa frescura que, a la vez, arrancaba con una emoción que me dejó anonadada con María Almendro y Adriana Rosa Galán (a quién ya le eché el ojo en alguna propuesta de la ESAD y de la que voy a seguir muy pendiente). Empezaron con un primer tema que, claro, después de esa chulería propia de lo que representaban, era como un cambio de chip impresionante con una fuerza vocal, llena de sentimiento, que traspasaba cualquier muro de sensibilidad. Aunque también ese mix con Adele y Michael Jackson, se queda para mi memoria en mucho tiempo. Y Sara Granda, vuelve a ser esa chiquitilla inconsciente a la que no se puede parar de proteger, y que le pierde a partes iguales lo que dice sin pensar que el cariño de cuando protege a los suyos. Y me faltan las de El Limonar, Ra ra ra, que es ese toque más de contrapunto pero tan bien ideado que conforman un equilibrio desequilibrado de humor y genialidad, tanto en vestuario como en comportamiento. Jacaranda Rey da una soltura muy propia a su personaje dando paso a un gran momento de la noche como es el baile de Carmen Camacho. Elegancia en su figura y en sus gestos, una dulzura a la que no le faltaba entrega y un saber hacer propia de un artista que nace para bailar como ella demostró. Todo lo que proponía era precioso y los ojos de todo el mundo, no podían parar de fijarse en su sonrisa, su mirada y cada paso que daba lugar a un nuevo movimiento. Un placer que pudimos disfrutar enormemente todos los que asistimos a esta zambombá.

Los músicos, Antonio Delgado, Fran Nuñez y Paco Fernández Leal, estuvieron extraordinarios en esa tarea tan difícil también de ir al compás de todo lo que acontecía y seguir el ritmo frenético de una locura tan adictiva como la que nos han presentado estos tres días en el Teatro Echegaray desde «El Espeto Feliz». Jugando en algunas tramas con ellos, incluyendo algún pique sonoro pero, más que nada, ambientando perfectamente lo que hacía falta para cada uno de los cantes y bailes que tuvimos ocasión de ver y escuchar.

Yo apoyo siempre estas iniciativas que rompen barreras y marcan el mensaje de que, pase lo que pase, tenemos que seguir p´alante. El público, captó ese mensaje y se olvidó de ponerse una coraza de sentirse ridículo, no pudiendo rendirse a la energía arrebatadora de estos artistas de «El Espeto Feliz» y saliendo a cantar y bailar al final del espectáculo. Mi primera zambombá tenía que ser con ellos para sacar la parte flamenca que desconocía que podía tener, y que me descolocó completamente. Así que quiero y voy a esperar a que lo hagan más, pero mi propósito de año nuevo es seguir apoyándoles para crear todos los caminos que se les vengan a la cabeza y que sirvan para seguir sorprendiendo, que es lo que la cultura necesita. Y en Málaga, más.

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