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Lo confieso una vez más. Hay algo en la teatralización de los personajes, y de la evolución rocambolesca en las comedias francesas, que hace que consiga el propósito de un género como éste, que es el de olvidarme del mundanal ruido y divertirme con lo hilarante que le puede suceder a un pseudónimo de «Don Juan», que pretende conquistar a uno de sus últimos objetivos simulando que necesita ir en silla de ruedas.

Aparte de esta premisa que es la que inicialmente me invita casi siempre a disfrutar del humor galo, cada vez que descubro a Alexandra Lamy en un nuevo papel, me parece una de las mejores actrices cómicas que he podido ver en mi recorrido cinematográfico. Es un magneticismo que tiene con la cámara, que brilla en los roles que tiene que desempeñar y provoca esas carcajadas tan sanas en una sala de cine de una manera muy natural.

No se esperen un argumento entramado, del que se quieran llevar alguna sorpresa. En este caso, «Sobre ruedas» no engaña en lo que ofrece. Franck Dubosc debuta como director, y es el protagonista galán mujeriego que tiene todas esas opiniones facilonas y retrógradas que te hacen odiarle desde el primer momento, y eso irá evolucionando a medida que conoce a Florence, y por esos equívocos que me resultan tan disparatados va cambiando la perspectiva de sus ideas.

Yo necesité ver una historia que no me hiciera pensar, y que la risa fuera la protagonista de gags más bien predecibles pero que con las expresiones, y ese buen hacer tan entregado que tienen los interpretes franceses hacia este tipo de películas, fuera lo que predominara para que saliera completamente feliz, y sin quitar mi sonrisa de la boca. No hay más que rebuscar. Es una fórmula que va «sobre ruedas».

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