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En la vida a veces suceden una serie de circunstancias, que sin explicación alguna, ya sientes cómo que todo estaba predestinado a sentir una sensacional experiencia. Cuando ya posteriormente investigas esos hechos y les pones un sentido, la emoción es mucho más placentera porque notas que aquello que descubriste, no era una quimera al uso, sino que más bien es un trabajo bien hecho y completo, para que precisamente se salga feliz de haber disfrutado de una obra tan bizarra como «Perdidos en París».

Sus creadores y protagonistas, Fiona Gordon y Dominique Abel, son una pareja que se conocieron en Francia hace cuarenta años, conectaron por su amor al circo, se casaron hace treinta, y han realizado, escrito e interpretado cuatro películas. Él es belga y ella es canadiense nacida en Australia. Ambos viven en Bélgica. Y ésta es una producción franco-belga. Todos estos elementos que han formado parte de su trayectoria cotidiana, hacen su expresión máxima en este cuento divertido, alocado y que, en principio, carece de sentido pero es lo que le hace una particularidad más maravillosa, y que verlos coincidir de manera tan extraña y extrambótica en cada una de las escenas de la película, sea completamente genial y provoca una risa que no descansa.

Tiene una magia desde que empieza el film, en el que conocemos a Fiona, una bibliotecaria de Canadá que recibe una carta de su tía Martha, que reside en París, y que bajo ningún concepto quiere ir al asilo a pasar el fin de sus días. Fiona decide ir a localizar a su tía en una locura de aventura, donde no les anticipo absolutamente nada, pero entre la propia idiosincrasia de su personaje y de lo que se encuentra en su camino, el surrealismo juega un papel brutal que no se te hace para nada largo (de hecho la película no llega ni a la hora y media de duración), y que no para de sorprenderte en la evolución del metraje hasta el final.

Como dato también resaltar que es el último papel de Emmanuelle Riva, antes de su fallecimiento, y esta tía Martha de verdad que resulta un absoluto regalo para su recuerdo. Te la comes desde que aparece en pantalla, y despierta una energía actoral de esas en la que la cámara enfoca a los ojos, y sólo ves una naturalidad única que despiertan los geniales intérpretes como ella.

Aquí si que les suplico que la vean en versión original porque se puede apreciar perfectamente el juego con los idiomas, inglés y francés, que es un extra para toda la comedia que produce «Perdidos en París». Van a darse cuenta de esos elementos circenses, esa conexión tan exquisita entre actores, y no se van a poder creer que a ninguna mente pudiera organizar y pensar un entretenimiento tan sublime como es esta historia. Piérdanse con ellos, en la ciudad que sea, no se van a arrepentir.

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