TEATRO NECESARIO BAJO LA ARENA

Les estoy escribiendo estas palabras mientras me tiemblan las manos. ¿Recuerdan ustedes la última vez que hayan ido al teatro y hayan tenido esa sensación única de haber disfrutado una representación a la que no le puede poner un «pero», y que era más de lo que podían imaginar?. Quizás no lo hagan, porque yo tengo actuaciones memorables y obras que me han hecho pensar, pero ir de la mano de Juan Diego Botto en este viaje en el que para nada «se mata el tiempo» es lo más mágico, alucinante e increíble que me ha pasado en todos los años que me dedico a cubrir funciones.

De antemano, les confieso que me voy a quedar corta en mi discurso. Son más de tres años de entrega y dedicación de este texto, y sé a ciencia cierta porque lo siento desde lo más profundo de mi alma que éste es el homenaje que Federico García Lorca y tantas personas que sufrieron su misma injusticia y un destino que no debía ser el que sufrieron, querrían ver encima de un escenario. Lo sé porque diferentes personas del público, con sus respectivas realidades han encontrado refugio y consuelo en toda la narración que Juan Diego Botto ha elaborado en todo el tiempo que ha durado el espectáculo. No deja títere con cabeza. Trata absolutamente todo lo importante e imprescindible que cualquier sociedad debería tener en su ideario para sentirse completamente conforme con un discurso que poder defender.

De los temas más importantes a los que se enfrenta este actor que llega al alma y corazón de cualquier espectador sensible que haya tenido la suerte y el honor de escuchar e interiorizar todo lo que salía por su boca, y emanaba desde una escenografía que se ha convertido en su perfecta pareja de baile, se encuentra el estar alerta ante un mundo que pretende ser gobernado por una tiranía que censura lo que no interesa que escuchemos, las vivencias de la infancia que marcan ese pasado, tu presente y tu futuro, el sufrimiento de tantos jóvenes por el mero hecho de amar a quién les de la gana y expresarlo libremente en su vida cotidiana o en su obra artística, el valor de la cultura para que le llegue a todo el mundo y despierte esa chispa que provoque el querer defenderla como valor patrimonial indispensable para el conocimiento y el alimento de la inteligencia, y especialmente mi dolor y rabia ha sido en el instante que Juan Diego Botto ha expresado lo importante que es tener memoria, reconciliarnos con nuestro pasado, devolver y tener esa empatía de conocer y querer saber más sobre dónde están esos fusilados a los que no se les puede dejar flores en ninguna tumba.

El discurso, el mensaje ha sido espectacular en todas sus formas y en la manera que lo ha contado, porque lo más impresionante de «Una noche sin luna», es que cualquiera ha podido visibilizar que Federico García Lorca les estaba hablando desde la posición de un narrador de cuentos, de un colega de un bar o, como ha sido mi caso, de alguien completamente apasionado de la obra, de lo que significó y del respeto y de la dignidad que le ha dado al maestro. Daba igual qué rol le hayamos querido otorgar cada uno, divagaba como lo hacemos todos saltando de un tema a otro, con una sutilidad que deberían estar sentados tantos intérpretes y directores de escenas para aprender lo que es la simbología y lo importante que es saber manejarla, y porqué ha colocado al escritor en el sitio que se merece, en el centro de la noticia, que vuelva a ser actualidad y que su fusilamiento sea un hecho que no se olvide nunca, para poder aspirar a tener una sociedad de la que sentirnos orgullosos, y por qué no decirlo, a ser mejores personas.

No sería justa si no mencionara la clara labor de direccción de Sergio Peris-Mencheta en este espectáculo. A la salida de la representación, muchos conocidos me destacaron lo impresionante de Juan Diego Botto en su actuación. Y es que él le ha hecho que haya podido defender encima de escena el mejor papel que le he hemos podido ver en su carrera profesional. Eso lo sabe hacer quién tiene al espectador en todo momento en mente, y sabe manejar unas palabras con tanto cariño y que puedan llegar al público. Sin Sergio, esto no hubiera sido posible, y como ocurrió en «Un trozo invisible de este mundo», ambos son valores de nuestro arte que debemos resaltar con creces, y sentirnos orgullosos de su valía.

Es la mejor obra de teatro que he visto en mi vida. Lo repito y lo recalco. Me ha ofrecido lo que siempre reclamo desde el patio de butacas, hay un esfuerzo por sensibilizar, tocar tu botón de actuar y no posicionarte neutralmente para dejar pasar las cosas y que se queden en el olvido. No pienso hacerlo. El teatro es esto, para que recuerde que aunque tenga hambre siempre voy a pedir medio pan y un libro. Gracias Juan Diego Botto, nunca podré agradecerte en esta vida todo lo que me has regalado con este trabajo que ha salido de tus emociones más sinceras, y que has tenido la generosidad de brindarnos al público. Gracias por ser la sonrisa de Lorca. Y gracias Sergio Peris Mencheta por convencerle que «Una noche sin luna» era un monólogo, y hacer que sea el recuerdo de una de mis noches teatreras que siempre recordaré.

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