TODOS TENEMOS LOS MISMOS LUNARES…PERO NO LOS MISMOS ADJETIVOS

Ante cualquier propuesta que se me presenta como un espectáculo que habla sobre la condición femenina, reconozco que parte de «mi cuerpo» se echa a temblar. Y siendo mujer sé que debería ser más defensora de nuestros propios derechos, pero cuando en muchas ocasiones eso condiciona una denigración de la parte masculina, creo que se pierde la razón en todos los sentidos, tantos sustantivos como adjetivos.

El hecho de que «El lunar de Lady Chatterley» estuviera escrita por un hombre era un aliciente para que mi curiosidad pudiera superar a mis posibles prejuicios previos, lo que no intuía es que iba a presenciar posiblemente la mejor obra y texto que se haya podido escribir para una mujer y, para defender la libertad de las personas en boca de una mujer. Así que mi máxima enhorabuena para Roberto Santiago, porque su trabajo en cada palabra, sustantivo y adjetivo, ha sido sumamente perfecto y puede estar más que orgulloso de lo que logra hacer pensar con la ironía maravillosa de Constance Chatterley.

Esta mujer habla en dos planos ante un tribunal. El de ficción que se supone que es meramente masculino y el real que es el propio público que asiste a cada función. Es un juicio en el que la acusada se la juega más que el propio personaje que defiende. Y no sólo lo realiza con una maestría absoluta, sino que Ana Fernández debería en cualquier personaje femenino y hembra que se le presente defender cualquier causa que refleja parte o prácticamente todos los valores que se pueden disfrutar en esta obra de teatro. No la calificaría con mil adjetivos, pero sí que diría y alabaría ese trabajo tan cuidado en el que se denota lo que me hablaba en nuestra entrevista de que estaba completamente enamorada de Constance Chatterley, y por ese amor con el que la interpreta es profundamente verdad en cada poro y «lunar» de su piel.

Me he apasionado desde el patio de butacas, sin poder perder los ojos de su vista, ante todo lo que tenía que defenderse y las pruebas que presentaba ante la demanda de su marido, pero también me he sentido atrapado por sus silencios. Profundamente exquisitos y con más expresión aún gracias a la mirada única de esta actriz que debería tener siempre casos ante un juez en un escenario teatral, y que decidiera parar, pasearse por esa escenografía tan especial de una única pieza y argumentar o recitar todos los poemas que ella quisiera. Todo, además, ha sido sumamente divertido con la mejor herramienta que tiene el humor y que cuando se descubre y se prepara en condiciones para una función, disfrutarlo es sumamente bello y es la sutilidad. Y aquí han sabido emplearla en cada oportunidad que íbamos descubriendo cómo se iba desarrollando todo el ritmo de «El lunar de Lady Chatterley».

Me gusta que en el teatro se busque esta manera de hacer sentir al espectador, que no decaiga su interés en ningún instante, que aprenda de ese suceso pasional y «humano» que nos puede ocurrir a todos y que refleje esa lucha incesante en la independencia personal y el valor de poder tomar libremente nuestras propias decisiones. Para Ana Fernández, en concreto, tengo un sustantivo «actriz» y un adjetivo para mi incuestionable, «perfecta». Amo sus lunares y quiero que nos los enseñe siempre.

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