EL LOCO EMOCIONAL QUE ATRAPÓ EL ESCENARIO

Ayer tuvimos la fortuna de ver un espectáculo teatral de gran altura. Una visión auténtica y nueva de uno de los clásicos al que todos les han puesto la pluma, la cámara o el punto de vista perfecto. El desgarro humano hecho venganza que disimula locura aunque todos crean que sea su realidad. Una oportunidad para reforzar que Kamikaze Producciones logra hacer arte escénico que te atrapa desde la primera escena y cuando acaba, sólo quieres imaginar cuando volverás a sentirte de esa misma forma. Y esperas que sea pronto.

Israel Elejalde y Miguel del Arco durante la rueda de prensa de presentación de "Hamlet". Fotografía de Laura Vil
Israel Elejalde y Miguel del Arco durante la rueda de prensa de presentación de «Hamlet». Fotografía de Laura Vil

Miguel del Arco nos lo adelantaba en nuestra entrevista matutina previa al estreno de «Hamlet» en la Antigua Universidad Renacentista del Festival de Teatro Clásico de Almagro, esa era su visión del príncipe. Un prodigio echado a perder lleno de matices, venganza de sangre y locura creada. Una oscuridad que se cierne desde que se abre el telón y contemplas a un Hamlet, magníficamente y apoteósicamente interpretado por Israel Elejalde, que ya muere con un dominio sobre su cuerpo espectacular. No hay más negrura que esa circunstancia y el retroceso al origen se hace necesario para comprobar la evolución de este protagonista. Y para mí, ahí radica la verdadera originalidad de esta propuesta de Kamikaze Producciones, además de una escenografía digna de ser disfrutada por quién se sienta enfrente en la butaca.

A Israel le echas de menos cuando no se encuentra en escena. Han creado un príncipe con una potencia descomunal, que con el mismo ímpetu argumentativo que ese impresionante Alcestes que ya me deslumbró en «Misántropo» no te deja sin pensamiento ni reflexión alguno a medida que vas descubriendo su malograda suerte en la historia. Y si se marchaba, las dudas caían sobre tu mente, los actores lograban ambientar y dejar bien planteada las siguientes consecuencias de la acción pero el espectador necesita a Hamlet y su fuerza. Ansía conocer qué pasa por su cabeza y cómo irá urdiendo distintas estratagemas para que el peso de la conciencia sobre los restantes personajes, haga su voluntad en esas relaciones que se van estableciendo.

Cristóbal Suárez y Jose Luis Martínez tienen mi corazón kamikaze desde que ya les descubrí en anteriores montajes, y sus momentos de humor y más trascendentales son llevados a cabo con una sutilidad y profesionalidad apabullantes, mi gran descubrimiento ha sido Jorge Kent cuyo trabajo con la voz va a ser un objeto de atención por mi parte al igual que las interpretaciones que se vaya planteando en su carrera y tanto Angela Cremonte, Ana Wagener y Daniel Freire ayudan a que todo el equipo pueda sacar adelante con mucha precisión ese gran laberinto de cortinas, objetos y diálogos que vamos descubriendo durante todo el transcurso de «Hamlet».

Las producciones de Kamikaze siempre me han hecho sacar una parte de mi misma que desconocía o que no sabía cómo enfocar en mi vida diaria. Son un referente de hacer que mis sensaciones fluyan y quiera ponerlas sobre la mesa al salir de sus funciones. Lo logran por ese gran trabajo previo de documentación y de entrega en los ensayos, y más que nada porque no se conforman con lo que ya se sabe, en este caso sobre Hamlet. Dar esa vuelta de tuerca perfecta, ese mecanismo que articula una parte que no se ha narrado en escena y que nunca hayas imaginado ni sido capaz de observar esa condición humana en alguien a quién ya considerabas un arquetipo. ¿Alguien afirmaría entender a «Hamlet» antes de entrar en esta propuesta de Miguel del Arco? Diría que pocos y yo me hubiera incluido. Esa es la gran fuerza del teatro. El motor que hace que las cosas no son tan simples como uno se plantea, ni tienen porqué tender a lo fácil cuando pueden exprimir lo que llevas dentro con profundos diálogos y con acciones tremendamente terribles que, sin embargo, encuentras lógicas tras conocer el planteamiento de los personajes.

Algo que alabo también de este «Hamlet» es la utilización del humor e indiscutiblemente de esa ironía. Ante Israel, en ese sentido, nos podemos quitar todos el sombrero. Yo sabía que cuando hiciera su parte más de monólogos, iba a poder conmigo. Es más, que me doliera la espalda de tanto intentar acercarme para no perder un detalle de sus palabras, su entonación y cómo las estaba sintiendo. Cuando alguien te muestra esa generosidad, no se le puede corresponder de otra manera. Pero lo que no pensaba vislumbrar es una vis cómica ingeniosa y locuaz que despertaba esas sonrisas terribles de las que luego te arrepientes. ¡Y qué placer a su vez que te las produzcan!. Suena contradictorio, si, pero parafraseo a Miguel del Arco, «Hamlet» es una superposición de contrarios y si encima tú misma te contagias de esa forma de ser, es que el trabajo está espléndidamente hecho y lo que se pretende conseguir está más que logrado. Humor y dolor se dan a la vez en esta propuesta y se entiende que sea así, un caos que todos los seres humanos tenemos y que en este príncipe se ve perfectamente reflejado.

El juego escenográfico es una delicia de puzzle que nunca sabes a dónde puede llegar y ayuda a que la intensidad y el ritmo no decaiga. Hay muchas sorpresas que te dejan pasmada por cómo se pueden convertir pocos elementos que se descubren en escena, e irlos integrando a medida que van recurriendo a ellos, es interesante para entender aún mejor las intenciones de lo que se van diciendo los protagonistas. Y la acción se destaca aún más en ese duelo de espadas entre Laertes y Hamlet que es una brillantez entre dos actores digna de ver y de disfrutar. Hay una verdad siempre en esas miradas y en ese arrojo de violencia incontrolable que no se podía definir mejor que en ese enfrentamiento, dando vida a todo ese cúmulo de sentimientos. Expresan mucho más que chocar esas espadas y eso es un gustazo que se recibe por parte de ellos. Y, por supuesto, las muchas críticas actuales que como suceden con muchos clásicos, se pueden contemporaneizar por lo propiamente adelantados a su tiempo que estaban estos autores y no desentonan absolutamente para nada. Es un pellizco divertido de asimilar cuando ante un diálogo más de estilo clásico se le añade una consideración moderna que le va al pelo. Y este montaje está cargada de ellas y se agradece.

«Hamlet» es idóneo para quién no le guste ir sólo a sentarse a una butaca de teatro. «Hamlet» es poesía lacrimal y de sufrimiento. De ver tu parte más negativa en lo que uno esconde con su positivismo. De identificarte con esos odios pero igualmente con esa manera de amar tan pasional. De conocer otra perspectiva interesante a la que hay que aplaudir su riesgo. Y está hecho para ya marcar en fuego que Miguel del Arco es un maestro teatral al que hay que dar eternas gracias por no rendirse y que haya descubierto a ese portento escénico que es Israel Elejalde y que, cada vez, le quiera poner en más aprietos donde fracase siempre pero que como resultado vemos su liberación en escena. Un placer escénico que quiero recibir siempre. Larga vida a este rey Hamlet.

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