EL CONJUNTO DE APARTES DEL TEATRO BRILLANTE

¿Conoces la historia de Elena de Paz?. Es una auténtica delicia escénica narrada por Bruno Tambascio, y el juego de diferentes disciplinas teatrales de la mano de dos maestras de ceremonias, que no hacen más que asombrar desde que aparecen en «Malvivir». Nuevamente el teatro me demuestra la gran valía de profesionales que saben sacar el mejor partido a sus habilidades corporales y de voz, y que han logrado de la mano de Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda que luzca una interpretación soberbia que como espectador se agradece dejarse llevar por este cuento pícaro que es reflejo de la «vieja» España.

En esta función los veteranos ya desgranamos elementos de la dramaturgia de Álvaro Tato y la dirección de Yayo Cáceres. Pero es que encima se han superado a más y a mejor. El desarrollo de Elena de Paz podría ser la protagonista de una de las clases del siglo de Oro que me hicieron amar la literatura y el teatro. La vería en una segunda, tercera y cuarta ocasión para captar todos los detalles pequeños y grandes, en forma de referencias literarias, que resultan un homenaje a nuestros maestros que hemos estudiado toda la vida. Habla de una dueña de su albedrío que no quiere ser cautiva de nadie, ni de la vida que le ha tocado, ni de los diferentes personajes que se cruzan en su camino ni de todo el fatalismo que se sucede en la biografía de una mujer de esa época.

Tengo que destacar diferentes aspectos que hacen espectacular esta obra. Principalmente el ritmo que no decae, y qué complicado es, simplemente con la palabra, vestuario y la ayuda del interlocutor que mediante esas canciones juglarescas, permitía que las intérpretes pudieran modificar o coger lo que les hacía falta para proseguir. Además de un juego de luces perfecto que hace que el espectador no se pierda ante todos los acontecimientos que se cuentan de Elena de Paz y que pasan por diferentes espacios y momentos, y puedo asegurar que en ningún momento el público pierde el hilo de todo el abanico de hechos que se marcan en los diálogos.

Seguidamente la gran expresión corporal, especialmente en Marta Poveda. Es el valor de la simbología, que unido al lenguaje teatral, logra hacer llegar más profundo esas ideas, que vistas desde el patio de butacas resulta en muchas ocasiones de una belleza absoluta. Como si pudiera parar el tiempo en ese momento, poner un marco a todo el Teatro Cervantes y que resultara un cuadro que ilustraría cualquier pared de tu hogar. Y qué grandioso respeto a la figura del clown. Ese denostamiento que se hace en tantas ocasiones, aquí alcanza un punto de exaltación sublime y muy acertado para toda esa pléyade de muestrario actoral que se quería plasmar en la función.

El trabajo de voces de todos los roles que aparecen en «Malvivir» es de un ejemplo absoluto para quienes aman y se quieren dedicar a esta profesión. En este caso, yo que he podido ser testigo de grandes actuaciones de Aitana Sánchez-Gijón, tengo que confesar que desde el principio, pasando por un asombroso monólogo y hasta el final, me ha dejado boquiabierta y es un gustazo tremendo disfrutar como teatrera de cómo se ha entregado en el escenario haciendo todo ese alarde de sensaciones de todas las edades, sin que cesara su sonrisa. Eso ha traspasado cualquier cuarta pared que pueda haber.

Y no me quería saltar la parte del creador de sonidos y narrador estupendo que ha sido Bruno Tambascio, que es figura fundamental para que Aitana y Marta puedan estar relajadas en todo su trabajo, y es importante resaltar a quién sirve de base para que ellas puedan dejarse llevar y hacernos sentir todo lo bueno que consigue «Malvivir» a todos. Y canta y narra como un juglar, con todos los respetos, de cualquier buen mester de juglaría.

La picaresca dicen que es agua pasada, ahora la denominan con términos más desagradables aunque sea también muy reales. Lo importante es que podemos tener «apartes» en los que darnos cuenta que el verdadero sentido del teatro es que te hace pensar y que puede con cualquier cautiverio del albedrío, de pensamiento o de libertad propio. Vivan esos apartes de esta comedia que es tan menester en estos tiempos inciertos, que precisan de este teatro pícaro de juglaría.

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