Crítica «El gran teatro del mundo» – Festival de Almagro
SI SOY EL AUTOR Y LA FIESTA ES MÍA, LA HARÁ MI COMPAÑÍA
El genial Calderón de la Barca ya anticipó que somos el gran teatro del mundo. Y la mayor inteligencia de esta premisa es concretar que el autor de toda la universalidad de la vida es Dios, pero no tiene que ser el Dios que ha marcado la Iglesia o quienes quieren asumir la razón sobre un ser superior, si no que es un Dios representante que nos determina valores para vivir en comunidad, . Esto resulta perfectamente reflejado en esta función trasladado en esta propuesta colorida de la Compañía Nacional de Teatro Clásico.
Desde el Teatro Adolfo Marsillach hemos sido testigos de una luminosidad no solo en la gran adaptación que han hecho del texto, y que ha defendido todo el equipo actoral, si no que ese brillo ha sido majestuosamente cuidado en forma de un trabajo de luces que facilitaba que todo ese recorrido de Dios, hacia la personificación del teatro y los mortales que interpretaran a los diferentes roles, fuera más entendible y se acentuara lo que era necesario para ir siguiendo el ritmo de la historia (por cierto un alivio poder disfrutar de funciones con ese tiempo marcado, sin escenas adicionales que restan sentido a la función y como resultado se sale de una manera muy fresca y agradable), en forma también de una música percutiva que ha beneficiado la solemnidad y ayudado de forma onomatopeyática a los sonidos tan dispares que hacían falta en muchos momentos clave de la representación y las constantes sorpresas donde el público no esperaba por donde iban surgiendo los actores en todo el recinto, o los objetos que iban saliendo de diferentes elementos que se manipulaban durante el discurso.
«El gran teatro del mundo» es la intención de Dios de organizar una obra de teatro con la raza humana como actores, y a partir de aquí todo el simbolismo cobra vida en este imaginario lleno de colores, de vestuario atractivo que no deja indiferente y una intención de marcar a los actores una actitud más circense, de burla con su propio cuerpo y de interpelar constantemente hacia el público. Los papeles que asignan a los seres humanos, los podríamos haber hecho cualquiera de nosotros, o eso es lo que nos hacen sentir al salir y entrar constantemente desde donde estamos nosotros, siendo además una apuesta que logran que funcione porque que el público se siente partícipe desde el primer momento, y entre otros valores nos encontramos: la hermosura, el trabajador, la pobreza o la riqueza.
El comienzo resulta apasionante con dos grandes intérpretes como son Antonio Comas y Carlota Gaviño presentando ante el público todo el gran teatro del mundo que van a ver ante sus ojos en dos monólogos muy difíciles de mantener con esa intensidad, y que lo bordan para marcar desde ese momento el tono que va ir recorriendo la obra. Y esto no podría funcionar sin tratar de manera adecuada el humor de Calderón, unido a esa vertiente artística de vodevil que hemos detallado anteriormente. Absolutamente todos los intérpretes entienden el valor de sus roles, y lo llevan hasta el punto cómico que se precisa para que esos constrastes sean los que beneficien a la comedia, y al espectador le resulta mucho más agradable irse dando cuenta de ese desarrollo que va de menos a más.
Y es que está claro: toda vida humana representación es, en este teatro de las verdades que nos encanta seguir escudriñando en el teatro de las ficciones.
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