LA VIDA ES EL ENSAYO DE UNA OBRA QUE NO SE ESTRENARÁ

Hacer una versión libre de una película tan reconocible como «Eva al desnudo» tiene sus retos complicados. Y mucho más actualizarla, como creo que es el caso del texto de Pau Miró con la dirección de Silvia Munt. Quienes conozcan el film, han visto de una manera moderna ese conflicto generacional que no ha desaparecido con el paso del tiempo, y al que hora le podemos añadir nuevos alicientes, que han sabido poner en el escenario tanto Ana Belén como Mel Salvatierra. Y los que aún no han tenido la ocasión de disfrutar de la genial obra maestra de Mankiewicz, encontrarán esa temática de la que poder analizar cómo se puede encontrar una «actriz de edad» y una «cara de siempre» en la búsqueda de un papel para seguir amando su profesión.

Este metateatro, además, busca esas fórmulas para que el público mantenga la atención e intente sorprenderse sin tener que cambiar la escenografía central. Gracias a las metáforas de los espejos y los juegos de cámara, nos involucramos dentro de esos papeles que nos interpretan, y a la vez nos podemos sentir como ellos. Observados, juzgados y comprobando todos los reflejos de esos miedos y frustraciones de vivir la vida o representarla.

Las Evas protagonistas saben jugar en escena, pero no me quiero olvidar de esa gran sabiduría escénica de pisar tabla tanto de Manuel Morón y Ana Goya, y ver ese caminar con la mano de asombro de un Javier Albalá, al que echaba mucho de menos representar a ese loco que lleva sus ideas con tanta ilusión y pasión, que parece recuperar esas ganas perdidas con un nuevo texto que defiende quién sabe adularle, y que escucharle especialmente en su cara a cara con Ana Belén, reprochándose cómo han llevado su relación personal y profesional a un desidio del que ambos quieren salir, es de lo mejor que me puedo llevar de este «Eva contra Eva».

Aplicar lo onírico en el teatro tiene que ser de una forma muy concreta para que esos matices de realidad y ficción queden marcadamente claros, y mi nota negativa sería en este aspecto, porque al jugar con tantos elementos que en ese dinamismo de la obra parece que se colocan para entender el contexto general, yo tengo que reconocer que ha sido la parte en la que menos me he metido en la atmósfera de lo que se pretendía expresar con los personajes, y que me ha resultado más sencillo cuando se podía verbalizar con diálogo. Bienvenida sea siempre la simbología pero creo que ya había un genial empleo de las metáforas, en el que no hacía falta recurrir a sueños que atormentan al personaje de Ana Belén. Por ejemplo, me ha parecido sublime el símil de la Eva de Mel Salvatierra calzándose los zapatos de la Eva de Ana Belén, o esas palabras que expresaban esa crueldad y sarcasmo permanente, así lograba posicionarlas a ambas en los sitios que mostraban estar.

Me he reído para mis adentros con el personaje del periodista teatral de Manuel Morón, especialmente cuando marcaba que la distancia es la única manera de ver las cosas y los silencios que sincronizan las sensibilidades de toda la sala. Yo espero seguir manteniendo esa distancia y escuchar esos silencios para apreciar el buen trabajo que plasman las ciertas verdades conmovedoras, y para seguir cerciorándome que la labor de tantos geniales intérpretes, lo que denominaríamos «su momento», no pasó aún.

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