MEFISTÓTELES CONTRA EL IMBÉCIL COBARDE BORRICO

A veces, te encantaría tener el poder para poder decirle al público cuando no debería perderse una obra. Lamentablemente, el Teatro Cervantes no albergó la afluencia que se merecía un trabajo de estas características. Una genialidad en la que se juega, con documentación muy trabajada como siempre se preparan los textos de Chema Cardeña, cómo pudo producirse la relación entre Shakespeare y Marlowe para que responda a las eternas teorías sobre la autoría de las obras del escritor de Stratford. 

Shakespeare como reflejo de Marlowe y viceversa. Con esa idea juegan ambos actores durante toda su estancia en la propia estancia que preside el escenario. Cubren todas las informaciones y supuestos sobre la autoría de Marlowe en las obras de Shakespeare y lo hacen en una disputa dialéctica y pasional, donde constantemente apelan a las principales necesidades mutuas que ambos se reprochan. Shakespeare y Marlowe son un espejo, lo que uno quiso escribir frente a la arrogancia de la enseñanza de lo que uno sabe, que también esconde la necesidad de compartir un lecho común. Esa rivalidad que, en definitiva, les hace convertirse en un solo ser y da una presunta explicación al legado artístico que nos ha dejado el genio inglés y que pudo ser, del otro genio inglés.

Los que ya conocemos la manera de proceder de Chema Cardeña, encontramos los elementos de su teatro que nos gusta descubrir. Unos textos que apelan a la actualidad más palpable como mencionar que el teatro es la farsa que disfraza las verdades y, a través de dos personajes tan bien escritos como reconocibles, va insertando en diálogos que perfectamente podrían proceder de ellos mismos, esas reflexiones que el autor ha querido hacer llegar al público. Marca de la casa. Y además, la manera en la que entra y salen los personajes, no se lo desvelo pero es un juego escenográfico más que interesante que se compensa con una iluminación precisa y acertada, que aporta el ambiente y centra los momentos estelares de la forma que se precisa en cada momento de la función. Para mí, juega como un personaje más que decide donde centrar la acción y le da el toque que beneficia a uno u otro personaje. Un ejercicio teatral que cuando se desarrolla de esa forma tan bien hecha, logra el mismo resultado que en «La puta enamorada». Y es que cada escena es un cuadro. Y se vuelve a lograr aquí en «La estancia».

Javier Collado y José Manuel Seda realizan un trabajo interpretativo de la más alta calidad y entrega hacia sus personajes. Collado entra dubitativo pero, poco a poco, va cogiendo la fuerza que su Marlowe le pide. Manteniendo las distancias pero en su rostro, sabemos que está intentando controlar sus instintos más pasionales. Ambos logran un trabajo con la voz que es digno de escuchar en nuestros oídos y, en el caso de Seda, a mi me ha dado una lección más de cómo su versatilidad le hace llegar a donde se quiera proponer. Jamás podía poner en la piel de este actor a un rol en el que tiene que ser más frágil y vulnerable. Conozco tanto en su trayectoria esa fuerza que le atesora que me era impensable verle en esta tesitura. Y cómo me gusta equivocarme. Le descubres y crees que es así de ingenuo, que necesita ese apoyo constante de Marlowe y que hay un amor muy bello, mientras escucha hablar a Marlowe en sus interpelaciones. Gran trabajo actoral de los dos que es un gustazo para el que sabe disfrutar de una buena obra teatral.

Esta estancia me ha generado dudas, inquietudes y estar muy pendientes ante lo que, envuelto en este thriller, se me presentaba en esa relación tan cambiante entre los dos autores, con sorprendente final, por cierto. Y, a pesar que el propio Marlowe compara su odio de los actores, de la misma manera que a los aduladores. A mí, va a tener que aguantarme porque no quiero hacer otro acto hacia estos actores, que adular su gran trabajo y agradecer lo que me han brindado en escena.

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