Crítica «¿Podrás perdonarme algún día?»
Está siendo una semana de actrices que realizan papeles más desmarcados de los que hemos podido disfrutarlas en su carrera cinematográfica. Eso, evidentemente, esperemos que refuerce una línea ascendente tan positiva a la que se sumen muchas más intérpretes. Y ellos también, por supuesto.
En este caso nos encontramos con la historia real de la biógrafa Lee Israel, que ante el cambio de mercado literario en los 90 y sin encontrar el éxito de sus inicios como escritora, decide falsificar cartas literarias de autores conocidos americanos llegando a crear más de 400 que vendió a libreros y coleccionistas de todo Estados Unidos. Para poder hacerlo se hizo con toda una colección de máquinas de escribir de segunda mano, para así poder reproducir cualquier tipografía. Y también aprendió a calcar firmas.
Todo ese proceso lo descubrimos en un tono de comedia pero que alcanza el patetismo a través del gran trabajo de Melissa McCarthy, en el que logra con gran saber hacer transmitir la personalidad tan cabezona de esta mujer, pero a la vez mostrando que el espíritu de supervivencia de los seres humanos nos hace capaces de realizar cualquier cosa con tal de poder pagar los gastos diarios y seguir teniendo una calidad de vida.
El contrapunto loco y divertido, pero que a la vez muestra la soledad que adquieren este tipo de personalidades que no quieren encajar con el resto del mundo, lo tenemos en Richard E. Grant que interpreta a Jack Hock, quién será su cómplice pero a la vez le otorga ese reflejo para que podamos conocer aún más a la protagonista. Como digo, es un trabajo bien creado por parte de Melissa McCarthy, quién es cierto que cumple la teoría de poder ver un prisma diferente en los actores más marcados en la comedia, en papeles más dramáticos como éste. Y se agradece.
Uno de los aspectos que más me gustaron de «¿Podrás perdonarme algún día?», es volver a esa época de las máquinas de escribir. De esa delicadeza tan cuidada en que cada detalle te podía estropear el papel, escuchar las teclas y ese recorrido que la protagonista tiene que realizar a diversas librerías, más antiguas, más especializadas o que ya van adquiriendo un tinte más moderno, y que ese universo esté tan bien preparado para recibir mejores emociones durante la película. No creo que le perdonen el fraude al que Lee Israel llegó destrozando su propia ética, pero nadie puede quitarle la gran dosis de ingenio que hemos podido corroborar en esta historia que conocemos gracias a esta adaptación fílmica de su propia biografía. ¿Y ustedes la podrían perdonar?.
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